Los secretos de volver a ser

D.S.
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El concierto de Los Secretos agotó las entradas en apenas media hora

Los secretos de volver a ser

Cuando algo perdura en el tiempo, a pesar del relevo de generaciones, a pesar de la aparición de nuevas modas, a pesar, incluso, de los pesares de la vida, buscar la pócima, los secretos de esa longevidad, parece inevitable. Resulta incluso imprescindible. Porque en una vida en la que todo, hasta las opiniones, sobre todo las opiniones, muta en cuestión de segundos, encontrar esa respuesta es, o parece, absolutamente necesario. Cuando lo que perdura en el tiempo tiene, además, letra y melodía, cuando es música y sucede en medio de una vorágine de autotunes, sesiones de bases y rimas vacuas, la necesidad de dar con la fórmula de la pervivencia se vuelve imperiosa.

El viernes, en el Teatro Juan Bravo, las cerca de quinientas personas que lograron hacerse con una de las entradas para Los Secretos, agotadas en apenas media hora el día de su puesta a la venta, regresaron a casa sabiendo los principales secretos que Álvaro Urquijo, Ramón Arroyo y Jesús Redondo manejan desde los años ochenta para ser, volver a ser y no dejar de ser El Grupo por excelencia de la música pop en castellano. Tanto para quienes Los Secretos fueron y siempre serán Enrique Urquijo y su banda, como para quienes la muerte del segundo de los Urquijo pilló adolescentes y fue la voz rasgada de Álvaro la que estuvo a su lado en las tardes de amiga mala suerte.

Para Álvaro, como para los primeros, su hermano Enrique sigue tan presente, y tal vez ese sea uno de los primeros secretos, que a lo largo de la hora y cuarenta y cinco minutos durante los que se prolongó el concierto, no dudó en mencionarlo, recordarlo y darle crédito por que algunas de sus mejores canciones sigan más vivas que nunca. Agradecido también por las más de dos horas de cola que algunos aguardaron antes de que abriera la taquilla hace un mes, el tercero de los hermanos Urquijo, con algo de sorna –o no- comenzó el concierto cantando eso de "siempre hay un precio que tienes que pagar…". Seguro que, al final de la noche, los espectadores segovianos se mostraron encantados con el peaje.

Si bien al principio del concierto pareció que habían pasado muchos años desde los ochenta y sus himnos, tantos como para que el público sonriese, pendulase, y aplaudiese con ganas e intensidad cada final de tema, pero sólo se viera capacitado para apostillar estribillos y elevar la voz acompañando a los "y allá en el otro mundo, en vez de infierno encuentres gloria y que una nube de tu memoria me borre a mí", los "por la calle del olvido", los "salvo seguir colgado" o los "para quererte sólo valgo", el final del concierto, con muchos de los asistentes ya en pie e incluso cantando al compás de 'Ojos de perdida', 'Por el bulevar de los sueños rotos' o 'Buena chica', agarrados desde hacía un rato, como si de verdad hubieran bebido hasta perder el control, demostró que los espectadores del Juan Bravo sólo estaban un poco vergonzosos y un poco, también, en ese estado en el que se realizan los mejores viajes: pensativos mientras volvían a ser los que se dejaban conquistar por ojos de gata cualquier noche después de un concierto.

 

Prácticamente en el inicio, antes de que sonaran los acordes de 'Volver a ser un niño', Álvaro Urquijo reconoció que era uno de sus temas favoritos. Una canción con más de treinta y cinco años de vida y cuya armonía en letra y melodía revela de manera tan sencilla, tan sencilla, por qué Jesús, Álvaro y Ramón, de izquierda a derecha, sentados sobre sus asientos sin apenas levantarse, únicamente para compartir algún riff, tocando los punteos de siempre y esos pocos acordes que necesitan las grandes canciones para ser eternas, ocupan un papel privilegiado y merecido en el complejo mundo de la industria discográfica. Un mundo, al que, por cierto, Álvaro Urquijo no dudó en mandar un policromado saludo.

 

Como era de esperar, tras evocaciones a Sabina y a Quique González, 'Pero a tu lado' dio sus frutos en forma de voces que se multiplicaron al son de acordes y cuando llegó la hora de dejarlos seguir su camino los segovianos se negaron, a pesar de terminar de entender todos y cada uno de los secretos de la resistencia al tiempo. Se agarraron con la voz sonando bien fuerte a María y terminaron, sin darse cuenta, gritando que "nada es igual, nada es igual". Y era verdad, pero ahí estaban Los Secretos volviendo a ser.