El oficio de reparar relojes

Cristina Sancho
-

Francisco Martín, hijo y nieto de relojeros, lleva arreglando estos aparatos más de 50 años en Cuéllar, primero con su padre en la calle Santa Cruz y después en la calle San Francisco.

Francisco Martín González, en plena reparación de un reloj. - Foto: C. S.

Si hay un día en el que todo el mundo está pendiente del reloj, ese es el 31 de diciembre. El cambio de año, las doce uvas y el resto de tradiciones que se suceden por todo el mundo están marcadas por un aparato: el reloj. Pero, ¿alguna vez se han parado a pensar cómo funciona el mecanismo del reloj que llevan en la muñeca? Eso si no se han pasado a los tan de moda smartwatch. 

A pocos metros de la Plaza Mayor de Cuéllar, y de su reloj, se encuentra uno de los pocos relojeros que siguen ejerciendo en la provincia. Francisco Martín González lleva vendiendo pero sobre todo reparando relojes desde los 10 años. «Comencé reparando relojes con mi padre. Cuando era muy joven, entre los 10 o 12 años me dijeron que era el relojero más joven de España. Desde entonces no dejé de mirar a mi padre, que era un buen técnico. Y hasta la fecha», cuenta con brillo en los ojos.

Martín es la tercera generación de relojeros. En la actualidad tiene 76 años y sigue al pie del cañón en el mismo sitio donde montó la relojería cuando volvió del servicio militar y se casó. Recuerda que con 16 años ya era relojero. Primero ayudando a su padre en la relojería de la calle Santa Cruz y después con su propio negocio en la calle San Francisco, a la vuelta de la esquina. Hace unos años reformó la pequeña tienda para hacerla más moderna, pero lo que no han cambiado son la lente que usa, las pinzas o el resto de aparatados por los que han pasado miles de relojes de Cuéllar y el resto de la comarca. 

Relojes y mecanismos antiguos que conserva. Relojes y mecanismos antiguos que conserva. - Foto: C. S.

La tradición relojera de Paco, como le conoce todo el mundo en Cuéllar, viene de su abuelo, que descendía del cercano municipio de Lovingos. Él tuvo ocho hijos, algunos de los cuales continuaron ejerciendo en distintas localidades. Juan, el padre de Paco, además de aprender de su padre, pasó por la antigua Joyería Bayón, de Segovia y después emprendió en La Granja. Allí nació Paco y vió cómo trabajaba su padre. Tal era el conocimiento que tenía que sobre todo en verano, muchos madrileños con posibles en la época acudían a él para reparar sus relojes. Entre ellos, Carmen Polo. Tuvo la ocasión incluso de prosperar en Suiza, la cuna de los relojes, pero el frío del Real Sitio y algunas cuestiones familiares le llevaron a asentarse en Cuéllar, cerca de Segovia y Valladolid. 

Con toda esta trayectoria, Paco tenía al maestro en casa, de quien, dice, no se separaba y pasaba horas y horas. «Antes había mucho trabajo de relojería», comenta. Con los años los tiempos han cambiado. «La relojería de entonces era de mecanismos, de piezas, el eje de volante, la tija, el espiral, la cuerda… Había que repararlo y llevaba su tiempo. Era un mundo de técnicos y de aprender con la práctica», recuerda. Hace 50 años, explica que el reloj era casi un artículo de necesidad para saber la hora de entrada a fichar en los hornos de achicoria o las labores del campo. Había mucho reloj de bolsillo pero hace unos 30 años se evolucionó al reloj de pulsera. «Eran relojes de mecanismo automático. Los colocabas en la muñeca y la máquina tenía un rotor medialuna que con el movimiento de la muñeca giraba y era lo que le daba cuerda al reloj. Tenían una autonomía de 24 horas. Estos relojes están volviendo a estar de moda junto con los de pila o los smartwach», explica.

El de relojero es un oficio en constante evolución y hay que estar actualizándose constantemente. A lo largo de los años han cambiado los mecanismos. «Ahora se componen de módulos, se puede estropear una parte y se sustituye por otra. La relojería manual de entonces ha medio desaparecido. Aunque hay relojes que a pesar de funcionar con pila, tienen mecanismos de rodaje que a veces hay que reparar», explica. La habilidad con la que sujeta la lente con el párpado del ojo es digna de ver, como lo son las reliquias de relojes que guarda en cajas. Uno de los más antiguos data de 1981 cuando el cliente se lo vendió al propio relojero para comprar otro mejor. Esto era algo que se hacía mucho hace décadas y así el cliente ahorraba un dinero, teniendo que pagar la diferencia entre el valor del viejo y el nuevo reloj. A lo largo de los años también ha vendido los tradicionales despertadores y raro es el salón de la comarca que no cuenta con un reloj de pared que haya salido de su casa. Y en este día de tomar las uvas, también ha reparado algún reloj de ayuntamientos, como los de Vallelado, Navalmanzano, Coca, Frumales y Cuéllar.

A pesar de que podía llevar más de una década años jubilado, sigue al pie del cañón. Se encuentra a gusto porque es una vida con emoción, según asegura: «Quiero que la relojería esté funcionando, que tenga vida. Cuando me traen un reloj es como un cuerpo muerto y que le pueda devolver la vida, me da mucha ilusión. Un reloj es una maquina delicada, es un aparato para medir el tiempo, tienes que tener cuidado con él. Un grano de arena o la punta de un cabello es suficiente para que el reloj se pare y tienes que averiguar de dónde procede. Es una simpleza pero hasta que das con ello… Es un mundo muy difícil, pero me entretengo, me gusta, sirvo a mis clientes… Hasta que pueda». 

A priori, con él se perderá la saga de relojeros. Su hija mayor pasa bastante tiempo en la relojería, le ayuda a elegir los nuevos modelos, le gusta la venta, decorar el escaparate, y cuando habla de relojes, lo hace con pasión, pero la reparación es más difícil. Mientras, estas navidades o cualquier época festiva Paco seguirá recibiendo a aquellas familias que un día se marcharon a Bilbao o Barcelona en busca de una vida mejor y vuelven al pueblo a pasar unos días. Y a que Paco les arregle su reloj. Por tradición, por confianza, porque el relojero nace y se hace.