Luis del Val

LA COLUMNA

Luis del Val

Periodista y escritor


De día y de noche

17/06/2019

De vez en cuando, aparece un comunicado donde se da cuenta de que se ha desmantelado una red de trata de blancas, esas esclavas sexuales a las que secuestran psicológicamente, les obligan a abortar si se quedan embarazadas, y las amenazan, porque su familia está localizada en sus países de origen. 
También existe la prostitución por libre, machos y hembras adultos, que alquilan sus cuerpos y sus habilidades, a cambio de dinero, y que tienen clientes. 
De vez en cuando, aparece un político de la rama ingenua, que anuncia su propósito de acabar con la prostitución, y siempre me suena a ese optimista que cree que va a acabar con la gripe y los catarros. 
Los griegos, que gozaron de buenos políticos y de estupendos dictadores, ya pretendieron acabar con la prostitución. Y los romanos. Y últimamente los suecos, porque la ingenuidad, como el gordo de Navidad, suele estar muy repartida. Lo que han conseguido los suecos es subir los precios, pero no mucho más, y eso en un país donde el sexo es bastante sencillo y accesible de practicar. 
La trata de blancas -que ahora es de todas las razas y etnias- debe perseguirse con algo más de entusiasmo. Por las carreteras españolas hay docenas de establecimientos en cuyo interior unas chicas, aparentemente contentas -pero asustadas y sometidas- son las esclavas del siglo XXI. Y lo son por el solapado consentimiento de algún alcalde, concejal o policía, que no observa lo que cualquier periodista, con ganas de enterarse, llamaría su atención. 
El comercio del sexo, como el de Internet, está abierto las 24 horas del día, y en España, cada día ¡cada día! se invierten o gastan 50 millones de euros. Eso significan 18.000 millones de euros al año. Hay dinero suficiente para corromper, comprar, asustar, pero no puede haber esclavas, ni sexuales, ni físicas, ni psíquicas en el siglo XXI. No se trata de adecentar la prostitución, sino de perseguir la esclavitud.