Jesús Fonseca

EL BLOC DEL GACETILLERO

Jesús Fonseca

Periodista


El momento como oportunidad

23/10/2022

La idea que tenemos del tiempo es la que nos da el reloj: segundo tras segundo, una sucesión de horas, de días y de meses. Y así, un año y otro año. Nadie puede detener el tiempo que, al decir del barbirrojo y cojo don Francisco de Quevedo, «no vuelve, ni tropieza». La vida, ciertamente, es una carrera acelerada que a veces va más deprisa que nuestros propios pasos. Es lo que, el portugués José Tolentino Mendoça, llama con tanto acierto: «el momento como oportunidad». De ahí la importancia de no vivir en el pasado. Cualquiera que fuese el pasado, ya pasó. Nada se puede hacer por cambiar algo que se ha ido. Lo inteligente es centrarse en el aquí y en el ahora. Si queremos aprovechar los días, tenemos que sentar y dirigir nuestra atención a lo que está sucediendo en este instante: vive aquí, vive ahora, vive en este momento. Algo que han repetido sabios de Oriente y de Occidente. Da igual que el pasado fuera horrible o fuera maravilloso. Fuese como fuese, hay que dejarlo atrás, porque sólo se puede vivir en el presente. Pero hay algo, relacionado con ese bien tan escaso que es el tiempo, que es tan importante o más que esto que digo; me refiero a juntarse, en ese eterno presente, a gente positiva, que de holgura. Es de torpes, arrimarse a personas que no le hacen sentir a uno rebién. Insiste Richard Templar en que si queremos tener éxito en la vida, en el trabajo, en la relaciones sociales, tenemos que ser conscientes de que hay dos grupos de gente a la que procurar: de un lado, aquella que eleva el ánimo, que tienen una actitud saludable, entusiasta; del otro están los profetas de catástrofes, cenizos y avinagrados que, además de no proporcionarte ningún bien, tampoco te hacen sentir el valor de tu esfuerzo. ¡Apártalos inmediatamente de tu lado! Procura amigos optimistas, generosos. Gente de esa que siente la vida como un reto emocionante por el que vale la pena luchar hasta el fin y hasta divertirse en el intento. Concepción Arenal, una mujer excepcional que tanto bien hizo España, decía que el tiempo era «la verdad que se aprende, que se enseña; el mal que se evita, el consuelo que se da, la actitud que se adquiere para la plenitud de la existencia». El tiempo era, en definitiva, para ella, una virtud que se robustece y se dilata. Lo recuerda Bernabé Tierno en aquellas 100 lecciones de aprendiz de sabio que yo le presenté por media España. Insistía siempre el bueno de Bernabé –de quien tanto me acuerdo–, que era aconsejable contemplar las adversidades y contratiempos de la vida a una distancia de años. Se daba una cuenta entonces, inmediatamente, de que cualquier problema o conflicto por muy insuperable que pareciera entonces, ahora carecía de importancia. Es verdad: el tiempo tiene la propiedad de curar las penas, porque todos cambiamos y dejamos de ser la misma persona y ni el ofensor ni el ofendido, como recuerda Pascal, son el mismo.