Y entonces, el gran dirigente revisó las cuentas y disfrutó con los números, claro, pero levantó la cabeza del papel y preguntó en voz alta:
- ¿Podríamos sacar más?
Claro, le respondieron, se trataría de renegociar los derechos de televisión por nuestra cuenta, subir el arrendamiento de los espacios comerciales dentro del estadio, incluso permitir que esa casa de apuestas se convierta en co-patrocinador. Y podríamos apretar las tuercas a la Liga, y a la Federación y a la UEFA, que van adquiriendo nuevos patrocinios y subir ese 45% negociado a un 55% de dinero destinado a los clubes de elite, que reduzcan el dinero que destinan a fútbol base u obra social para dárselo a quienes lo generamos; podríamos buscar un gran espónsor para el estadio, incluso un segundo anunciante en las camisetas de entrenamiento. ¡Recalificar terrenos!, gritó uno al fondo. ¡Pisotear al resto de clubes!, gritó otro. En un caso extremo -prosiguió el primero-, vender a nuestras estrellas, eliminar las nóminas más altas o renovar a la baja.
- Vale… ¿Y algo más?
Los asesores se miran entre sí y alguien propone: «Creemos una Superliga europea». Volemos más allá de las federaciones nacionales e internacionales, gestionemos nosotros todo el dinero de patrocinadores y televisiones, aunque eso suponga destrozar el fútbol tal y como lo conocemos, sobre todo para aficionados, clubes modestos e incluso grandes que no quieran entrar a lucrarse. Que las marcas dejen a los estamentos oficiales y se vengan con nosotros.
- Nos odiarán y con razón. Pero hagámoslo.
Cuando conviven la avaricia, el egoísmo, la megalomanía y la codicia nada puede acabar bien. Ahí la tienen. Disfrútenla con patatas, no sin antes recordarles que un gran duelo pierde interés si se repite con asiduidad. Hasta nunca.