Vidal Maté

Vidal Maté

Periodista especializado en información agraria


Mucha paja y poco grano

01/05/2020

Durante la última semana, según los datos manejados por Agricultura, la demanda global de los productos alimentarios registró un incremento medio del 50,6% en relación con el mismo período del año anterior, a la vez que un aumento muy reducido sobre los siete días precedentes. De ese incremento destaca el aumento en un 74% de las hortalizas, un 66% de las frutas, un 57% en los huevos, el 45% en el conjunto de la carnes, más del 50% en pollo y porcino, el 35% en vacuno y solo un 6,8% en la carnes, aunque es también un dato positivos tras las caídas precedentes. 
Los últimos datos oficiales ponen en evidencia que se ha parado la demanda compulsiva de las primeras semanas del confinamiento cuando todo el mundo quería hacer acopio. Hoy se ha frenado esa fiebre, ante la realidad de una oferta suficiente de productos agrarios. Además, reflejan que la venta en volumen que se hacía en la restauración, aproximadamente un 30%, con la excepción de algunos sectores afectados negativamente como lechazos, lechones y productos gurmet como el ibérico, se están consumiendo más en casa. Con el confinamiento, se come más en los hogares, aunque sean productos de un precio inferior.
Sin embargo, a pesar de ese fuerte incremento de la demanda de los productos agrarios, lo  más relevante es que se consolidan los datos negativos de rentabilidad. Una buena parte de las producciones importantes mantiene precios a la baja y continúan firmándose los contratos con cotizaciones por debajo de costes, como serían los casos de la leche o el aceite y algunas frutas y hortalizas. En definitiva, desde que se inició esta situación de estado de alarma, los precios en el sector agrario y, sobre todo los ganaderos, han tenido un comportamiento netamente a la baja, lejos de los objetivos planteados en la reciente disposición sobre el equilibrio en la cadena alimentaria con contratos y precios, al menos iguales a los de costes de producción.
En el caso de las frutas y hortalizas frescas se puede hablar de incrementos importantes y puntuales en media docena de productos de peso como coliflor, coles, calabacín, escarola, naranjas o patatas, mientras en el grueso se mantienen subidas moderadas y puntuales y bajadas como en pepinos, alcachofas, espárragos, plátanos o fresas. En carnes, la tónica general ha sido la de bajadas discretas en pollo, vacuno y porcino, caídas importantes en ovino y donde solo destaca la ligera subida de la carne de conejo que, a pesar de ello, sigue en su crisis permanente. En los productos ganaderos rebajas en los huevos con una oferta y una demanda abundante, mientras en la leche los precios están amenazados por unas importaciones de saldo de los excedentes de otros países como Francia, circunstancia que se repite en los quesos por la invasión de productos alemanes y holandeses.
En otros productos alimentarios de gran consumo con fuerte incidencia en la renta inmediata de los agricultores, destaca el comportamiento bajista del aceite de oliva que se sigue acercando a los dos euros kilo para un virgen extra y de 1,8 euros para un virgen. Por encima de la mayor demanda de aceite en el mercado interior, se están imponiendo los restos de los stock de la campaña pasada, junto a la opción de una próxima gran cosecha ante las buenas condiciones del campo por las lluvias en los olivares de grandes producciones y donde no ha surtido efecto el almacenamiento de más de 200.000 toneladas.
En conjunto, ante una situación de clara anormalidad en la demanda, no se han producido desajustes destacables en toda la cadena y muy especialmente en lo que afecta a la oferta y a los precios de los productos agrarios que siguen pagando los platos rotos de la cadena por su escaso poder negociador y también desde su escasa estructura de cara a los mercados.
Los pasados meses de enero y febrero, las organizaciones agrarias se movilizaban en toda España en demanda de unos precios justos que permitieran la viabilidad de las explotaciones. En respuesta a esas demandas, el Gobierno, entre otras medidas, dio un primer paso con la aprobación de un real decreto donde se contemplaba la vieja exigencia de la firma de contratos en las operaciones de compraventa en los productos agrarios en base a los precios de coste.

 

La ley de la cadena

Hoy el Ejecutivo prepara la aprobación de una nueva Ley de la Cadena donde se dé un paso más en la misma dirección. Sin embargo, los contratos con esos precios de coste siguen siendo una entelequia incluso en momentos como el actual con un incremento espectacular del consumo alimentario. Porque, mientras los productos del campo sean perecederos; las vacas den leche todos los días; las plantas crezcan o las frutas maduren; mientras no haya posibilidad de su almacenamiento a futuro; mientras el agricultor vea cómo se le puede ir una cosecha por un calor o las tormentas; mientras no tenga una financiación adecuada para aguantar y además haya posiciones claras de dominio en unas partes de la cadena, lo de los precios de coste no dejan de ser solo un compromiso entre dos partes, con la dificultad añadida de saber cuáles son los costes de cada explotación. 
Al margen de escenarios puntuales como los actuales, la Agencia para la Información y el Control de la Cadena Alimentaria deberá jugar un papel de mayor protagonismo, no para subir indiscriminadamente los precios, sino simplemente para lograr que se cumplan los objetivos de contratos con precios igual al de los costes, aunque no sea fácil definir cuál es el ese precio en una negociación voluntaria y teóricamente libre. Agricultores y ganaderos deberán ponerse también las pilas, hacer números, para saber exactamente cuáles son sus costes.
Hoy, en principio, con la crisis, sanitaria, para el sector agrario, ni precios ni contratos con costes. Mucho volumen y pocos beneficios. Mucha paja y poco grano…