Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


A la urna con la nariz tapada

25/04/2019

Quedan horas para el fin de la campaña electoral más extraña que un veterano en todas las guerras, como el que suscribe, recuerda. Una campaña en la que la Cataluña amarilla, el juicio a los políticos (presos) secesionistas y la irrupción, para todos indeseable, pero irrupción al fin, de Vox, han sido elementos nuevos que han distorsionado las relativamente apacibles ocasiones pretéritas: llevamos un trienio de severa crisis política, y nos habíamos instalado en ella. Ni siquiera debates como los registrados este lunes y martes tuvieron parangón con otros encontronazos, más light. La tensión es muy, muy considerable, las ideas en circulación más bien pocas y todo parece resumirse en ver cómo se llega a La Moncloa, y con quién. No para qué: lamento decir que da la impresión de que en esta campaña, y en estos últimos tres años y medio si usted me apura, no se ha pensado en cómo organizar los progresos en el país ni en cómo mejorar el bienestar de los españoles. Es una carrera hacia la presidencia. 

Ya he comentado en alguna ocasión que tengo la impresión de que el prestigio de nuestros representantes no ha aumentado precisamente ante la ciudadanía a raíz de las últimas actuaciones: ni los debates con cuchillos cachicuernos ni las "fugas" a lo Angel Garrido han sido precisamente ejemplares. No tengo encuestas al respecto -y, si las tuviese, tendría que guardármelas, en virtud de la absurda normativa electoral-, más allá de lo que uno va hablando con estos y aquellos, pero sospecho que mucha gente irá a votar con la nariz tapada. Y también sospecho que los cacareados indecisos son, en realidad, menos de lo que dicen los sondeos: flota en el aire algo así como un "qué remedio que votar a estos". Solamente Vox, que se ha lucido impidiendo a bastantes de mis compañeros periodistas hasta entrar en sus actos, parece tener votantes orgullosos de vocear, valga la redundancia, que piensan apoyar a estas siglas. Algo que, personalmente, y perdone usted el desahogo, me preocupa como periodista y más como ciudadano y como español que quiere un país moderno. 
¿Cómo se va a integrar en el engranaje democrático a una formación a la que no quiero calificar de ultraderechista -pero, si no ¿cómo?-, un engranaje que va involucionando de manera clara, en el que libertades como la de expresión reculan a ojos vista? No he escuchado voces aportando algo constructivo, más allá del rechazo que todos dicen sentir hacia Vox, un rechazo bien aprovechado por ellos con un lenguaje que quiere ser moderado de momento, pero en el que resuenan profundos ecos antisistema. 
Tampoco he escuchado, más allá de algo que dijo Iceta -todos se le echaron encima entonces-, propuestas de calado para solucionar el conflicto catalán, que se nos enquista. Cada día está más lejos Cataluña -independentista o no- del resto de España. Nadie nos ha dicho cómo se va a gestionar la parece que altamente probable victoria del preso Oriol Junqueras en Cataluña. Tampoco cómo piensan encauzar una Cámara Baja que, por lo que vamos viendo, va a ser difícilmente gobernable: no le arriendo la ganancia a quien haya de presidir esa jaula de grillos. 
Ni programas de regeneración democrática, ni avances en nuestra presencia en Europa, o en el planeta en general. Hemos consolidado las dos españas -no había más que contemplar los dos debates-, la del "estamos bien" y la del "todo va mal", y ninguna de las dos contempla la necesidad de dejar a nuestros hijos un mundo mejor, aunque las proclamas altisonantes en este sentido sean frecuentes. 
Andamos lejos de la cultura del pacto, del consenso en torno a cuestiones que son básicas para la supervivencia de la nación, desde la educación hasta las pensiones o la inmigración. O cómo equilibrar la población de los territorios, cómo reformar la Administración y un enorme etcétera. Sin duda, ninguno de los dos bloques en los que nos hemos dividido de manera irreductible tendrá mayoría suficiente por sí solo como para acometer -suponiendo que lo pretendiese- reformas del calado preciso. Nada que ver esta segunda no-transición con aquella primera.
Creo que vamos a las urnas con un proyecto frustrado de Estado o, peor, sin un proyecto de Estado en absoluto. Me duelen esas voces que aseguran que, en el fondo y en comparación con países como Italia ¡¡o México!! (lo he oído en esta campaña) no vamos tan mal. Seguimos, en este país pícaro, anclados en el "nos tienen envidia" y en el "que inventen ellos". Y, sin embargo, supongo que hay que votar. ¿Dónde venden las mascarillas para taparse la nariz cuando caminemos hacia la urna?