Diego Izco

TIEMPO MUERTO

Diego Izco

Periodista especializado en información deportiva


Celebrar

20/06/2019

"Voy a beberme 200 cervezas", dijo. Y tal vez se quedó en ciento y buen pico, porque en la sesión de fotos semi-oficiales junto a Justin Trudeau (primer ministro de Canadá) confiesa sin reparos a su compañero Danny Green: «Tío, voy borracho». Marc Gasol aplicó el guión perfecto de quien sabe disfrutar del éxito. No me vengan mogijatos de la pureza interior y adalides de la salud extrema, abstemios en general, a criticar un solo gesto del muchacho sobre el autobús de los Raptors en la celebración: se bebió un tercio de trago, animó a las masas, rió, disfrutó hasta que el cuerpo le puso freno y pagó todo con una bendita resaca (¡Vivan las resacas después de un éxito!) que le sacó, seguro, una sonrisa tontorrona durante todo el día.

No haré apología del alcoholismo, claro, pero sí defenderé hasta la última gota de sangre o sudor, lo último que quede, el «beber para celebrar», viejo desde que el mundo es mundo y un egipcio (o un elamita, o un sumerio o un fraile belga) preparó algo con cebada, lúpulo y agua para animarse la vida. «La primera es para quitar la sed, la segunda para disfrutar. Con la tercera, ya celebras», confesaba aquel enorme ruso, campeón de todo en balonmano, con la tercera lata de medio litro en la mano -y no habían pasado 10 minutos desde el final del partido-. Esa lata, la botella de champán agitada en el podio, la bota de cinco litros con la que se divierten en Múnich, el brindis copa en alto… Aliados perfectos en la victoria, indispensables como uno de esos abrazos que te sacan el corazón por el pecho.

Marc Gasol, como algunos futbolistas que celebran los goles saltando y dando un puñetazo al aire (nada de 'cucarachas', congas y bailecitos horteras), solo mostró al mundo cómo se celebran las cosas. ¿El alcohol? Parte del juego: el balón para la cancha, la botella para el festejo.