Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Carestía

15/07/2021

Uno de los debates más apasionados que se celebran estos días en ambientes económicos es si la inflación que aqueja a las economías occidentales es transitoria o no y en qué medida puede obligar a intervenir a los bancos centrales, que siguen «imprimiendo» dinero del ‘Monopoly’ para sostener el precio de la deuda con la que se está financiando el agujero dejado por la pandemia.
Ayer asistimos a un nuevo episodio de recalentamiento, con crecimientos importantes de los precios por aquí y por allá, en un mercado donde se ha disparado la venta de viviendas y en el que los precios de los productos de consumo cotidiano siguen escalando centimillos hasta el redondeo final.
Lo malo de la inflación para países como el nuestro es que los contribuyentes lo pagamos tres veces: cuando el precio sube, cuando suben los tipos de interés y por lo tanto el precio de la deuda y en las pensiones y sueldos públicos, cuya cuantía y cuyo coste está indexado al IPC. Maravilloso.
Es verdad que la pandemia ha incrementado los esfuerzos de distribución de las mercancías y en cierta medida también de su producción; es verdad que el peculiar sistema de fijación de precios energéticos está inflando como un globo las últimas facturas de la luz; y es también cierto que el régimen de precios de los combustibles, sobre todo los de la automoción, es todo menos eficiente, entre que lo fijan carteles y son un vehículo impositivo.
Pero para naciones como la nuestra, con deudas muy por encima del PIB de un año entero, lo peor llegará cuando los inversores empiecen a reclamar lo suyo en el coste de la deuda. Será el momento en volver a sacar a colación a la prima ésa, la de riesgo, amordazada y sedada por ahora en el cuarto oscuro pero siempre pendiente de saltar sobre nuestra yugular en el momento menos pensado. ¡Cuidado !