Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


Estallido

20/03/2020

Cuando apareció una rara enfermedad en una dictadura lejana, esta hizo todo lo que pudo para silenciarla y no dudó en detener a los médicos que advirtieron de su brote. Todos esos héroes se han transformado en mártires y el gobierno, perdón, el Partido vio que un peligro existencial se cernía sobre la institución, la ineficiencia.

El manual de cualquier dictadura consiste en ensalzar una capacidad extraordinaria para la gestión, la sabiduría de los dirigentes, porque solo ellos saben lo que el pueblo necesita. Resulta incomprensible si son tan eficientes por qué tienen un miedo atroz a la libertad de expresión, la separación de poderes y las elecciones. Miramos con devoción las estadísticas chinas, la reducción del número de infectados, sin preguntarnos el precio de ese éxito.

Compararnos con China significa desconocer qué implica vivir en una dictadura o ignorar las diferencias económicas en el país con más desigualdades del mundo. 800 millones de chinos son pobres reales, no una estadística de capacidad de gastos y, para muchos de ellos la obesidad no será nunca un problema. En China solo el 50% del P.I.B. se dedica a los servicios y en gran parte del país la economía es de subsistencia, mientras que en Europa estamos por el 70%.

Basta con observar la cifra de fallecidos, sus patologías previas y la edad media de las víctimas, para comprobar lo difícil que resulta distinguirlas de las 1.250 personas que mueren en un día normal por cualquier causa en nuestra nación. ¿Es proporcionado nuestro miedo? ¿Debemos exigir una eficiencia absoluta en evitar los infectados? ¿Hasta dónde ir?

No existe una solución mágica. Occidente es rico gracias a su firme defensa de la dignidad humana, la iniciativa privada y la libertad, incluida la del consumo. Una sociedad que no consume se empobrece al reducir los ingresos privados y públicos. El tiempo dirá si las medidas propuestas son efectivas, porque lo que no son, es sostenibles a largo plazo. Ninguna economía moderna puede sobrevivir en este escenario apocalíptico. Teníamos una oportunidad maravillosa para demostrar las virtudes de nuestro modelo político y confirmar que hay una manera humana de enfrentarse a este problema. Destrozar nuestra economía, paralizar la vida pública y limitar las libertades debería de ser el último recurso. Si los gobernantes se han pasado de frenada, el despertar va a ser doloroso, y la pérdida de confianza, absoluta. Esperemos que sepan lo que hacen. De momento hay que confiar y obedecer.