Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


La felicidad

19/10/2020

Tengo la sensación de que la felicidad está siempre sin terminar, quizá porque el sentimiento de su posible ausencia no me deja gozarla a tope. Me pregunto qué es ser feliz y no dejo de perderme en un mural de respuestas contradictorias. Suelen estar en sintonía con mi estado de ánimo. Y desde esa realidad la felicidad es tan variable como la bolsa. Si tengo hambre me digo que sería comerme una jugosa tortilla de patatas con un buen vino blanco. Si me siento en soledad la llamada inesperada de un buen amigo. Si me devora una angustia desconocida las palabras de un libro que me atrape desde la primera página. Si la zozobra del futuro la llamada de una editorial o periódico diciéndome tranquilo tío, te queremos, tu escribe que nos gusta como lo haces y siempre te acogeremos.
Decía Groucho Marx (quien ha vencido por goleada al otro Marx) que la felicidad se sustenta en pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna. La verdad es que si para mí la abundancia no está en razón directa con la felicidad su ausencia sí. Si fuera rico no sería mucho más feliz de lo que soy, incluso creo que lo sería menos, pero si fuera pobre seguro que sería mucho más infeliz. Echaría de menos lo que poseo y no valoro, algo que nos suele pasar con muchas cosas, sobre todo con las personas. 
Aristóteles dijo que la felicidad está en la actividad del alma.  Estoy de acuerdo y me gusta, pero aunque use mucho esta palabra no tengo claro qué es el alma. La neurofilosofía dice que está en el cerebro. Los egipcios faraónicos escribieron, en el Libro de los muertos, que es lo que va a la otra vida. Platón que es algo invisible, inmaterial, lo que queda cuando no existimos. Los hebreos, romanos y en general las religiónes, la inmortalidad que nos determina como seres a la imagen de dios. Pero como no sé que es,  y como cuando escribo de ella hablo más de un deseo trascendente que de un conocimiento, pues me es difícil soportar ahí la felicidad.
Cuando era joven leí La conquista de la felicidad, de Beltrand Russell, y concluí en la imposibilidad de encontrarla en un manual, aunque sea de Russell.  Menos en los vendepeines de eso que llaman autoayuda. Lo único que tengo claro es que la felicidad no es una búsqueda, sino un encuentro. Uno se topa con ella y sin preguntarse mucho debe aceptarla y gozarla, aunque, como decía al principio, no desaparezca esa sensación de que estará siempre sin terminar. Al menos hasta que sepamos qué es el alma si así le place al del Ojo Grande.