Para que el perfil de los grandes personajes tenga consistencia tiene someterse al dictamen de la historia porque el juicio sumarísimo de los periódicos resulta frecuentemente poco últil. En “caliente” los cuerpos tienden a hervir y así no hay quien le eche mano. Y más cuanto más alto. Y sobre todo, reyes y príncipes.

Juan Carlos I pasará la nochebuena con los magnates del petrodólar. Su hijo, sudando tinta china para justificarse por los errores ajenos. Hostigado por sus demonios familiares (otro borbón en el alambre por “borbonear”), con el cuñado en la cárcel y el padre pendiente del hilo de una meretriz acaudalada, Felipe VI acudirá esta noche a las pantallas para someterse a un escrutinio inhumano.

El CIS reitera que este asunto a los españoles les importa un bledo y que en España la forma de Estado no es un problema demoscópico, pero los partidos de izquierda republicana se han empeñado en manipular esta temática para aprovechamiento propio y procurar crear una bola que se lleve por delante los restos de la Corona.

Veremos esta noche qué dice, cómo lo dice, y qué no dice. Pero por ahora las hechuras del Rey no parecer descoserse en exceso. Cuando la familia es la célula matricial de la forma de acceso al cargo (el trono en este caso) las andanzas de sus miembros pueden llegar a convertirse en objeto de enmienda a la institución en sí. Pero este no sería el asunto del hijo de padre casquivano en el españolisimo papel de novio a la fuga detrás de una rubia germánica. Como Pajares y Esteso en Puerto Banús pero otro nivel.

De manera que a Felipe de Borbón le va a convenir aquella máxima de la diplomacia vaticana según la cual ante un problema de apariencia incontrolable, lo urgente es esperar. Si escampa, el paso del tiempo propiciará más nochebuenas para Felipe VI. De lo contrario, la cena de nochebuena en palacio corre el riesgo de convertirse en un caos desproporcionado. Lo de los cuñaos, las novias, los primos y eso. Feliz Navidad.