Esta mañana la caja me ha regalado una botella de vino, una tableta de chocolate y un calendario. Soy un afortunado. En la portada del almanaque pone 2021, hay otra forma. La víspera, la suerte me fue esquiva, no rasqué ni una triste pedrea del sorteo de Navidad. Andaba lamentando mi mala ventura en el día de la salud (perdón por el tópico en un año tan insano) cuando llamó mi atención un anuncio de la Junta -aunque bien podría ser del Grinch- que nos mostraba dos botellas de espumoso de la tierra junto a un dispensador de hidrogel. Nos daba el ejecutivo regional las gracias porque el esfuerzo de todos nos ha traído hasta aquí y nos aconsejaba descorchar el cava en las navidades de 2021 y de 2022. Ese mismo día, en Burgos, reabrían los parques infantiles. Un padre, que había llevado solícito a su vástago a disfrutar del columpio aprovechando una tarde soleada, decía que su hijo sabe que si no quiere que le vuelvan a cerrar las atracciones tiene que disfrutar de ellas con moderación.

Entre la fortuna esquiva, el anuncio deprimente y el progenitor resignado a que su pequeño se tire por el tobogán tal y como establece el protocolo me dieron el día. Menos mal que mañana comienzan a ponerse las vacunas que, inmunidad de rebaño mediante, quizás nos dejen disfrutar de un verano como los de antes. Es el único consuelo de esta España de las autonomías confinadas perimetralmente. Si no fuésemos un país tan acomplejado, el Ministerio de Sanidad ya habría contactado con algún compatriota de apellido Cervantes o Pérez Galdós (por lo del centenario) para estrenar mañana ese calendario de vacunaciones contra la covid-19. En el Reino Unido tuvieron a su Shakespeare entre los primeros clientes a los que suministrar la dosis. A este lado de los Pirineos habría que buscar 17 individuos, cada uno con la boina propia de su terruño.

Hay otra forma, anuncia el calendario que me ha regalado la caja; nada tiene que ver con la que nos ha conducido hasta este fin de año tan deprimente. Feliz 2021.