Javier Santamarina

LA LÍNEA GRIS

Javier Santamarina


El tiempo contigo

20/05/2022

Hace ya unos años hice una enumeración básica de las obligaciones exclusivas que el Estado debía asumir como propias y el compromiso de eficiencia en su cumplimiento hacia los ciudadanos. Volver a ellas sería pretencioso. Solo es necesario saber que la lista fue parca; no por falta de imaginación, inferior al de un gobernante, sino por puro realismo. Son tan pocas cosas las que podemos hacer bien, que cuanto más se puedan reducir mejor resultado obtendrás.

No todas las cosas que consideramos importantes, sobre todo en el terreno de los derechos sociales, exigen una intervención gubernamental. Solo aquellas cuyo impacto, más bien su ausencia, provocan una degeneración social. No todo lo moralmente criticable debe de ser eliminado, porque el remedio puede ser peor que la enfermedad.

Cuando uno observa la destrucción en Ucrania, es imposible no preguntarse qué podríamos haber hecho nosotros para evitarlo. La pregunta llevada al individuo es mejor ignorarla pues la mayoría de los que se indignan no son ni siquiera capaces de separar la basura.

Es imposible que España vaya a marcar un diferencial en Europa Central. Deberíamos preguntarnos mejor qué podemos hacer para garantizar una respuesta seria, contundente y eficaz en el Mediterráneo. No vendría mal tener una mayor diversidad energética y de proveedores. Tampoco nos perjudicaría desarrollar una estrategia empresarial que facilitara una nula dependencia del norte de África como cliente comercial.

Ya que hemos cogido carrerilla, deberíamos asegurarnos que nuestra capacidad defensiva, soberanía alimentaria e independencia energética fuesen parejas a nuestras dimensiones económicas. La política exterior exige tener una respuesta creíble para repeler las amenazas y las agresiones.

Pero nos gusta ser lo que no somos. España es una potencia agrícola, ganadera, industrial y turística. Todos nuestros esfuerzos deberían estar dirigidos a preservar ese estatus. Hemos empezado a minar la ganadería con el lobo, a la industria con la energía y a la turística con la reforma laboral. Todo lo enumerado es abrumador, pero encima le hemos añadido el aderezo secesionista debilitando nuestro concepto de país. Es difícil cuantificar la energía desperdiciada.

Hay una parte mayoritaria de la ciudadanía, no solo los poderes fácticos del país, que se resisten ferozmente a que les digan que la fiesta se ha acabado. Es humano el concepto, pero creer que rechazar la realidad nos va a librar de sus consecuencias es infantil. España ha sido una gran nación con una pésima autoestima. A este ritmo dejaremos de serlo.