Tengo un poster de los Rolling Stones en la habitación. Todo arrugas y risas (menos Charlie Watts, batería, cuyo único gesto para todo desde hace un tiempo es media sonrisa de tortuga canalla, si eso fuera posible). Lo compré en Anoeta en 2007 para conmemorar la que iba a ser «su última gira». Tenía sentido: a los 64 años, Jagger estaba a punto de sellar la cartilla de la jubilación, claro...

Hay gente que se está retirando, yéndose o fichando por otro equipo (sí, hablamos de fútbol) desde el debut. Jugadores especiales, casi siempre niños prodigio que explotan en estrellas, cuya renovación se convierte en un asunto prioritario como la lluvia para los indios y cada semana genera 12 noticias, 12 de ellas falsas, sobre el interés de otros grandes clubes, lo que el jeque quiere pagar, lo que el oligarca ofrece y los cantos de sirena de su mentor, ahora al servicio de jeques y oligarcas.

La noticia de que Messi puede irse a final de cada temporada si le place… no es noticia. No entiendo por qué ha tenido tanto impacto y generado tanto debate. Tal y como está el fútbol, tal y como es la relación entre el jugador y su club, tal y como se han profesado mutua adoración desde hace tres lustros, tal y como Messi y Barça han hecho historia y forjado la leyenda, la noticia sería que el argentino tuviese alguna puerta cerrada. Es más, ¿qué demonios invita a pensar a ningún aficionado a que se va a ir ahora… y no lo hizo en 2012 o 2017, años de fiasco?

Otra cosa es que el culé medio, siempre al borde del ataque de nervios, siempre cenizo y catastrofista a pesar de estos 15 años de gloria, acuda al Camp Nou o se apoltrone frente al televisor con el miedo de que ese partido de Leo sea el último. Alguno lo será. Todos terminan yéndose. Todos menos los Stones, claro.