Los ciudadanos no sólo necesitan ordenanzas, tasas, leyes: necesitan un entorno que haga soportable este dificilísimo momento, con una pandemia desbocada, una climatología furibunda y una situación económica disruptiva y peligrosísima. No se necesita en absoluto un ambiente de belicosidad partidista y de propaganda capciosa. Necesitamos un relato auténtico de la realidad, no una visión sesgada de buenos y malos.
La discutible gestión de las consecuencias de Filomena es la enésima manifestación de esa distopía según la cual lo que hace un bando es óptimo frente a lo pésimo del contrario. Doloroso enfoque incompatible con la realidad evidente. Mientras, los ciudadanos padecen el sufrimiento y adolecen de falta de complicidad por parte de quienes debieran ser sus mentores: los dirigentes.
Todo lo convierten en bronca. Sea una avalancha de nieve caida del cielo, el contagio masivo por un virus letal, el reparto de los planes de ayuda con los que vamos a empeñar a una generación entera. Todo es pendencia, escándalo, trifulca, follón.
Se rompe así la componente pedagógica que es inherente a la autoridad, esa vertiente instructiva que debe presentar el que manda para que sus dictados sean tenidos en cuenta. A veces nos preguntamos por qué la gente no hace caso cuando se les pide que se preserven las normas contra la Covid o que se prevengan las consecuencias de una nevada. ¿Han pensando los incontables prebostes que nos gobiernan que su poco ejemplar actitud de hostilidad y reduccionismo en el análisis hace que haya muchos que pasen de lo que dicen? ¿Podemos reflexionar un poco sobre los frentismos absurdamente ideologizados? Y si no es ahora, ¿cuándo? ¿No es bastante emergencia la que estamos padeciendo?