Óscar del Hoyo

LA RAYUELA

Óscar del Hoyo

Periodista. Director de Servicios de Prensa Comunes (SPC) y Revista Osaca


Al otro lado del teléfono

15/11/2020

Se siente cansada, con algunas molestias que vienen y van, pero que desde hace unas semanas son cada día más notables. A sus 54 años, Leonor presume de gozar de buena salud, aunque, inquieta tras comentarlo con sus hijos, decide acudir a su médica para tratar de averiguar de dónde procede semejante incordio y poner remedio a su malestar.   
En Palencia arrecia el frío característico de febrero, empeñado en anunciar los últimos coletazos de un invierno que se hace eterno. Los parámetros de la analítica están aparentemente dentro de lo previsto, con la excepción del hierro, cuyos niveles se encuentran por debajo de la normalidad. El diagnóstico señala a una anemia como el origen de los síntomas y, para superarla, le recetan un complejo vitamínico. Su doctora está convencida de que en un mes se encontrará perfecta.
El tiempo pasa y al cansancio de Leonor, lejos de mejorar, se le suman unos extraños dolores estomacales. Le cuesta comer y decide pedir cita de nuevo en el ambulatorio. Sin embargo, el coronavirus comienza a hacerse fuerte y las consultas, para evitar contagios y colapsos, dejan de ser presenciales. La palentina explica por teléfono a su médica sus sensaciones, cómo las digestiones se han vuelto un auténtico suplicio y que, incluso, hay días que llega a tener fiebre. Aparte de prescribirle unas pastillas contra los gases, se somete a un test PCR para descartar que su cuadro esté relacionado con la Covid-19. La medicación no puede con los dolores, ya insoportables, y las pruebas de detección -acude hasta en seis ocasiones para que la tomen muestras- siempre dan negativo.
Pese a su insistencia, no es recibida en la consulta de atención primaria hasta agosto, sin que apenas la examinen. Su estado es preocupante y decide acudir al hospital, donde se detecta un cáncer de colón en estado avanzado con metástasis en el hígado. Leonor ya no abandona el centro sanitario y, dos semanas después de su ingreso y tras ser operada de urgencia, fallece en la habitación, un día antes de su cumpleaños, sin apenas sufrir gracias a los tratamientos paliativos.    
Desde que el coronavirus trajera de la mano la atención telefónica, el goteo de sucesos similares que están saliendo a la luz no cesa. El caso de  Sonia, una burgalesa que no tuvo oportunidad de estar con su médico en tres meses y que murió como consecuencia de otro cáncer de colón por un diagnóstico tardío pese al deterioro físico que había experimentado -perdió siete kilos en ese lapso de tiempo-, fue el primero y puso más que en entredicho este controvertido sistema. 
Aún así, las autoridades sanitarias siguen defendiendo que esta modalidad es clave para permitir seguir trabajando a los profesionales, disminuyendo la afluencia de pacientes al centro y, por tanto, reduciendo las posibilidades de contagio del virus. Hasta el mes de abril, las consultas telefónicas suponían entre un 5 y un 15 por ciento de las agendas de los médicos de familia -la gran mayoría para atender cuestiones de escasa complejidad-, mientras que en la actualidad rozan el 90 por ciento y las visitas presenciales se han reducido a lo más imprescindible. Este nuevo modelo, que algunos sostienen que ha llegado para quedarse, cuenta con muchas lagunas y no existe un protocolo específico y generalizado que haga saltar las alarmas y, en definitiva, sirva para que los facultativos sepan cómo deben actuar en casos como el de Leonor o Sonia.
 Existen diversos manuales en los que se dan las pautas para que la atención telefónica sea de calidad y la sensación de cometer errores o de que el proceso comunicativo no esté siendo el correcto se reduzca lo máximo posible. No obstante, resulta más que evidente que este tipo de consultas no pueden generalizarse. Hay pacientes con patologías crónicas y complejas que, por mucho que se afanen en explicar sus síntomas, requieren de atención presencial, sobre todo para poder llevar a cabo exámenes y pruebas que aporten luz a su diagnóstico, o tratamientos que mitiguen o curen sus dolencias.
La pandemia ha cambiado nuestra forma de vivir de manera radical, pero cada día se hace más necesario optar por otra fórmula para esquivar fallecimientos que podrían evitarse. Estremece que, por culpa de la situación de colapso que registra el sistema sanitario, no se atienda en condiciones a aquellos que de verdad lo necesitan, como el caso del pequeño de ocho años de Elda que murió como consecuencia de una peritonitis sin realizarle una simple analítica o una ecografía pese a acudir cinco veces a urgencias, o que haya personas que están perdiendo la vida al otro lado de un teléfono sin que nadie se responsabilice de su sufrimiento.