No me hacia falta leer en el CIS que el 87% de los españoles pidan dejar el politiqueo para más adelante y apoyar al Gobierno. Se aprecia en el ambiente, la gente lo dice: no sólo es obsceno, es innecesario que cuando el avión cae en picado nos pongamos a debatir en cabina sobre la idoneidad del piloto, la obsolescencia del copiloto y la insensatez del sobrecargo. Déjales que arretericen el avión y ya en tierra ajustaremos cuentas.

Con 500 muertos al dia es una pamplina que los políticos se insulten en lugar de ir a echar una mano a llevar cajas con mascarillas al metro y a los autobuses. Con media España tratando de salvar sus empresas persuadiendo a clientes y proveedores por videoconferencia es cutre echar la mañana “blablabla” en el Congreso como si tal cosa, florilegios verbales, vaciedades. Y con la cantidad de errores que todos sin excepción han cometido, empezando por los científicos y acabando por el último concejal, es irreal convertir esta historia en una trama de buenos y malos, culpables los demás, yo inocente.

Este es un drama que exige que todos estén a la altura. Cuando todo un vicepresidente del Gobierno como Iglesias se permite soflamas republicanas en plena crisis, como si fuera éste el momento de una involución en la forma de estado; cuando la parlamentaria de Vox Olona equipara la muerte de los ancianos con las supuestas simpatías de Sánchez hacia la eutanasia; cuando, en definitiva, los políticos se enredan en su teatrillo de élite bien pagada y acomodaticia: un desgarro de rebeldía surge dentro de uno y dan ganas de gritar: ¡qué coño ha hecho esta generación con sus votos para encontrarse ayuna de estadistas en el tiempo del cataclismo! No sé si será posible aún un poco de cordura, como los exdirigentes más experimentados están pidiendo. Pero desde luego, es una imperiosa necesidad.