Ignacio Fernández

Ignacio Fernández

Periodista


Papa Negro

21/05/2020

En sentido estricto, para ser Papa Francisco, el obispo Jorge Bergoglio tendría que haberle pedido permiso a un fraile palentino, Adolfo Nicolás, natural de Villamuriel, falleció ayer en Japón. Murió el Papa Negro. Heredero de San Ignacio de Loyola, en cuyas Constituciones de la Compañía de Jesús dejó establecido que ninguno de sus miembros podría ostentar cargo alguno fuera y que “corresponde al General dar su permiso y aprobación para que alguno pueda aceptar dignidades fuera de la Compañía”.

Fue ocho años máximo responsable de los jesuitas,de 2008 a 2016. Uno de Palencia, sustituyendo a un alemán, Kolvenbach, corolario de una vida de película, forjada sobre todo en Oriente, en Filipinas y en Japón, donde concluyó su vida y donde fue visitado en septiembre pasado por el Papa, para quien guardaba la obediencia inherente a los seguidores del del Loyola: el primer papa jesuita de la historia, el mayor hito de la Compañía, españolísima institución y como tal, tan zarandeada por el cainismo de este país nuestro.

Siempre se sintió palentino y misionero. Ahora que esta pandemia espantosa, oriunda del oriente -que el padre Nicolás tanto defendió- amenaza con detonar los fundamentos de nuestra civilización occidental, la desaparición de Adolfo Nicolás debe asignarnos una lección de sincretismo. Frente a la superioridad moral petulante del occidente, el relativismo de los hechos; frente a la altanería nacionalista, la humildad superlativa de las fronteras infinitas. Y frente a la anemia ética de las sociedades materiales el alegato intelectual y espiritual de los hombres trascendentales. Como el Padre Adolfo Nicolás, que en Castilla y León teníamos un “Papa Negro” y no parece que le diéramos ni importancia ni aprovechamiento. Pero, en fin, ya se sabe: enterrar, enterramos con donaire. En vida, eso sí, la profundidad de un charco.