El arquero de Lavapiés

Sergio Arribas
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Para aquella exposición, 'Los hombres de rojo', José Luis López Saura (Madrid, 1956), se carteó con un centenar de reservas de indios nativos norteamericanos. Aquel año, en 1999, le regalaron un arco de madera para emular a aquellos jefes indios.

El arquero de Lavapiés - Foto: ROSA BLANCO

Aquellos fotografías tomadas por Edward Sheriff Curtis a finales del siglo XIX le dejaron impresionado. Los rostros de tez cobriza y ajada, y tupidas y brillantes cabelleras de negro alquitrán de los indios nativos americanos siempre habían cautivado al pintor y dibujante José Luis López Saura (Madrid, 1956), que no dudó en dedicar años de investigación y trabajo con lápices, pinceles y rotuladores para preparar una de las grandes exposiciones de su vida. Fue a las puertas del nuevo milenio, en 1999, cuando en la madrileña plaza de Matute, en la Librería Desnivel, José exhibió 'Los hombres rojos', más de 80 pinturas, acuarelas y dibujos inspirados en los retratos de Curtis, pero también en las decenas de fotografías antiguas, artículos, documentos y testimonios que le habían llegado por carta al artista madrileño desde Arizona, Chicago o Illinois. Eran las respuestas a la carta que José envió a más de un centenar de reservas indias; un material que recibió de apaches, sioux o comanches y que hoy conserva en una maleta como uno de sus grandes tesoros.

Aquel año José Luis López Saura sopló 43 velas y recibió un regalo de cumpleaños muy especial, con lo que nada podía rivalizar. Al artista le obsequiaron con un arco recurvado de California, americano de madera, de 70 libras de extensión, con el que tirar flechas y emular la destreza de aquellos jefes indios que tanto admiraba.

José comenzó a practicar el tiro con arco en el campo de tiro 'San Sebastián', en la madrileña Plaza Elíptica, al lado de la piscina Marbella, para lo que tuvo que sacar el carné de la Federación Española de Tiro. En los primeros días el arquero novato fue un desastre, hasta el punto de clavar sus fechas en la diana de otro practicante. «Luego me fueron enseñando, que si a coger la postura, que si a tensar bien el arco… y que lo importante era agrupar las flechas en un mismo punto, que no tenía que ser en el centro de la diana», explica hoy el artista que por esa época, cada fin de semana, «tiraba 80 ó 100 flechas y me quedaba tan a gusto». 

El arquero de LavapiésEl arquero de Lavapiés - Foto: ROSA BLANCO

Cuando se trasladó a Segovia, hace dos décadas, no encontró demasiados sitios para el lanzamiento de las flechas. «Aunque he ido renovando el carné [de la Federación], lo del tiro lo dejé un poco aparcado, aunque ya me he enterado que hay nuevos campos de tiro en Segovia y lo pienso retomar», explica el artista afincado en la ciudad del Acueducto.

Artista prolífico. Lleva 20 años «dando la paliza» —dice con una sonrisa— en la capital castellana. Su obra salpica decenas de rincones de la ciudad. José —o López Saura, pues muchos le conocen solo por sus apellidos—igual realiza un mural para un restaurante que un cartel o trampantojo para un bar o una tienda de alimentación. Y lo mismo le encargan decorar el techo de una discoteca que la puerta de una tienda de electrodomésticos; o pintar murales de tamaños formidables, como el del vestíbulo del Hotel Real Sirenas sobre el mundo del cine o el que decora la sede del Centro Segoviano de Madrid, donde figuran desde Isabel La Católica hasta el gran Perico Delgado.

Un autobús de 'La Sepulvedana' —no tiene carné de conducir— le trajo a Segovia en 2001, la ciudad ideal para preparar aquella exposición sobre mujeres actrices en el Teatro Real de Madrid. «Al final aquello acabó, tres años después, en una exposición en el teatro Juan Bravo.. y luego —dice— las cosas se liaron y aquí me quedé». El 'lío' al que alude el artista se refiere a los encargos que fue recibiendo. Santiago Ortiz, de Restaurante Casares, fue su primer cliente, comprador de su primer cuadro en Segovia y quien le encargó decorar el establecimiento, cuando el negocio estaba cerca de la Plaza Mayor. Todos los demás trabajos llegaron por el 'boca a boca'. Solo en Segovia suma más de 30 intervenciones artísticas diseminadas en bares y restaurantes, pero también en hoteles, tiendas de alimentación y estancos, lo que demuestra la versatilidad de un artista de estilo inconfudible y presente en la vida cotidiana de los segovianos.

El arquero de LavapiésEl arquero de Lavapiés - Foto: ROSA BLANCO

Pero José es gato —y presume de ello— natural de Lavapiés e hijo de madrileños, de Francisco López, que falleció el año pasado, a los 93 años, víctima de la pandemia y de Teresa Saura, que a sus 89 años sigue residiendo en el castizo Barrio de Las Letras. «Siempre que puedo me escapo [en autobús o en tren rápido] y me doy un baño de multitudes. Segovia es una ciudad bonita, una maravilla, pero necesito Madrid para encontrarme con cosas potentes», afirma.

El Museo del Prado. Cuando José tenía ocho años la familia se trasladó a vivir a Antón Martín, en las cercanías de la calle Huertas, muy cerca del Museo del Prado. Su padre Francisco, «que dibujaba y pintaba muy bien» solía tomar de la mano a José y a su hermano mellizo Francisco para recorrer las salas del Museo del Prado. Atravesaban el museo para luego salir por una puerta que daba al Retiro, donde iban a jugar.  Las frecuentes visitas al Museo por influjo de su padre fueran la escuela de un artista autodidacta, que jamás imaginó vivir de su destreza con lápices y rotuladores. «En el colegio no aprobaba ni los recreos. [se ríe] Pero el dibujo sí, la nota siempre era de sobresaliente».

A los 14 años comenzó a trabajar en una empresa de montajes eléctricos de alta tensión, antes de sacarse el graduado escolar. Pintaba por todas las paredes dibujitos, muñecos, un caballo… «¿Quién hace estos dibujos?» «El alpinista», le respondieron al jefe, en alusión a López Saura, que se ganó el apodo porque ya entonces era gran aficionado a la escalada. La misma empresa le 'fichó' para su departamento de delineación y así pudo enfrentarse cada día a un gran tablero de dibujo y al uso del lápiz y el rotulador rotring. Llegó incluso a estudiar delineación en una academia, en la Puerta del Sol, pero lo suyo era más artístico, de manera que cuando empezó a trabajar en la publicidad y con los carteles de cine ya encontró su camino.

En 1982 ganó el primer premio para el cartel del Festival internacional de cine imaginario y de ciencia ficción de la villa de Madrid –así de largo-; Ya no hubo más certámenes. José Luis López Saura fue el autor del cartel en los doce años siguientes. Las productoras de cine se fijaron en el artista, como una rusa, que encargó al español los carteles de decenas de cintas, aunque en este apartado del currículum del madrileño destacan los que elaboró para algunas españolas, como 'Las Cosas del Querer' o 'El Palomo Cojo'. De un cartel  se siente especialmente orgulloso, cuando en 1984 se estrenó en España 'Dersu Uzala' (El Cazador), el film con el que Akira Kurosawa se alzó con el Óscar a mejor película extranjera en 1976.

Antes de desembarcar en Segovia, coincidiendo con aquella etapa de carteles y publicidad —y del cómic, pues llegó a colaborar con varias revistas, entre ellas la belga Spirou—, José dejó huella en Madrid. Si uno pasea por el barrio de Las Letras y se mete en 'La Taberna de la Dolores' o en 'La Maripepa' encontrará obra de López Saura, al igual que en la ya mencionada 'Librería Desnivel', donde, a mediados de los 90, mano a mano con su hermano mellizo, realizaron un gigantesco mural dedicado al alpinismo.

El alpinismo. A nivel deportivo, el alpinismo ha sido la gran pasión del artista. Con su hermano mellizo, compañeros de cordada, ha escalado en Los Alpes, Los Picos de Europa y Los Pirineos. «Hemos subido tres veces al Montblanc y juntos hemos intentado en dos ocasiones ascender al Monte Cervino. Cuando mi hermano y yo cumplimos los 50 años [a su hermana Maite le sacan 15 años] amigos y familiares nos regalaron un viaje a Suiza para escalarlo. Pero las dos veces, las dos con guía, el mal tiempo lo impidió», afirma el pintor, que sitúa su afición por el montañismo en aquellas excursiones de chico a la sierra de Guadarrama y los ascensos a Peñalara y la Bola del Mundo. 

«Mi hermano —dice con orgullo— está enamorado de los Pirineos y escribe libros, guías y rutas destinada a las familias (…) Yo ya tengo 65 años y mi hermano Francisco, que tiene casa en la montaña, está mucho más en forma que yo. Yo ya estoy un poco oxidado. El alpinismo y la montaña se llevan en el corazón. Lees un libro, ves una foto... y te entusiasmas, pero, claro, ahora subir a Peñalara, pues cuesta un poco más [se ríe]».
Esta experiencia acumulada en riscos y montañas le sirvió cuando tuvo que trabajar en las alturas, cuando pasó todo un verano pintando un mural, de casi 40 metros, que hoy decora el techo de la discoteca Cannavans Theatre. Cada día se encaramaba a un enorme andamio que alcanzaba los ocho metros de altura, donde figuraba las patas de aquella silla de barbero que fabricó para la ocasión y que le permitía pintar tumbado con la cabeza apoyada. Cada noche leía la biografía de Miguelangelo Buonarri (1475-1554) en la que el arquitecto, pintor y escultor renacentista relató el calvario que sufrió cuando pintó la Capilla Sixtina y cómo, tumbado, le caía la pintura sobre la cara y casi se queda ciego.

Los dos López. La pandemia ha marcado al artista. Su hermano mellizo trabaja en el Hospital Gregorio Marañón y su mujer, María, es jefa de una UCI. «Me contaban cosas terribles [en los peores días del confinamiento] y no podía estar parado y, gracias a mi mujer, empecé a colgar en internet un dibujo cada día», recuerda. Fueron 55 dibujos, agrupados después en una publicación, de la editorial Derviche, bajo el nombre de 'Coronadibus'. El último dibujo fue dedicado a su padre, que falleció a causa del virus mortal.

Después llegaría aquella exposición en la estación del Metro de Sol, que aún perdura impecable, con 24 de aquellos 'coronadibus', en el pasillo que conduce a la calle Preciados. «Este verano estaba Antonio López pintando un cuadro en la Puerta del Sol y, curiosamente, otro López estaba exponiendo en el mismo sitio, pero en el subsuelo», afirma el artista, quien, ese miércoles, tenía comprometido volver a Madrid a participar, en la iglesia de San Antón, en una charla pública con el Padre Ángel, fundador de la ONG Mensajeros de la Paz. La organización compró el año pasado la segunda edición completa de 'Coronadibus' y entregó los libros como regalo de Navidad. En la charla hablará de arte, de cómo la concentración, la precisión, el detalle, son virtudes del pintor y del arquero; de que las injusticias le revuelven, de que todavía tiene que pintar esa obra por la que será recordado o que su gran sueño sería pintar un mural en Nueva York.