Madres orgullosas

Nacho Sáez
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Amelia Polo y Eva Vaquero hablan de sus hijos, Javi Guerra y David Llorente, tras su histórica clasificación para los Juegos Olímpicos de Tokio.

A la izquierda, Amelia Polo, madre de Javi Guerra, y Eva Vaquero, madre de David Llorente. - Foto: DS

En los éxitos de sus hijos, ellas han permanecido habitualmente en un segundo plano. Amelia Polo, madre de Javi Guerra, porque al lado tenía a una figura reconocida dentro del atletismo, su marido Paco Guerra. Y en el caso de Eva Vaquero, ese desapego a los focos, cuando han tenido que recoger algunos de los numerosos premios que ha recibido su hijo David Llorente, se ha debido quizás a su timidez. Ambas acceden, sin embargo, a charlar con El Día de Segovia y a compartir parte de la intrahistoria que hay detrás de la clasificación de Javi y David para los Juegos Olímpicos de Tokio. Todo un hito para Segovia. 

El de Amelia Polo no ha sido súbito el encuentro con los sacrificios y la montaña rusa de emociones que lleva aparejado el deporte de alta competición. Para ella ya es toda una vida de esperas en casa a que su marido y su hijo regresaran de entrenamientos o campeonatos, de mañanas de frío a pie de pista o en circuitos de cross, de viajes en silencio porque el resultado en carrera no había sido el esperado y también, por supuesto, de jornadas de alegría y euforia por los triunfos conseguidos.No obstante, el salto de Javi a la maratón, ahora hace nueve años, cambió notablemente su relación con el atletismo.

Mientras su hijo se encuentra completando esos 42.195 metros de los que consta esta distancia, Amelia se aísla de la competición. Da igual que esté en Segovia y que la retransmitan en televisión como que haya viajado al lugar en el que se disputa. No quiere saber nada de lo que pasa en la carrera hasta que termina. «Cuando hay un cross no me importa verlo, pero con la maratón lo paso fatal. Lo he intentado pero es que me ahogo», explica apenas 48 horas después del triunfo en Sevilla. Allí, durante las dos horas, siete minutos y 28 segundos que necesitó Javi para conseguir su tercer título de campeón de España de maratón y clasificarse para los Juegos Olímpicos, estuvo en la iglesia de la Magdalena. 

Javi Guerra muestra el trofeo al mejor español en la Maratón de Sevilla.Javi Guerra muestra el trofeo al mejor español en la Maratón de Sevilla. - Foto: Efe

«Soy creyente y me gusta ir a la iglesia. Es que en dos horas puede pasar de todo», continúa. En Berlín entró en un templo y un hombre se le acercó y le dijo que si se quedaba tenía que permanecer allí tres horas, así que volvió a salir y lo que hizo fue pasear en el sentido contrario al de la carrera. Ni siquiera la ayuda a tranquilizarse ver a su hijo en las horas previas a una prueba, a pesar de que a consigue descubrir cómo se encuentra. «Hay gente que lo sabe disimular pero él no. El otro día en el hotel de Sevilla tenía una expresión en la cara estupenda», desvela.

Al margen de los malos momentos, como el sufrimiento que vivió en la residencia Blume, donde no encontraba los resultados deseados en pista, o tras la lesión en los Juegos de Río, Javi ha protagonizado una trayectoria idílica con el atletismo. «Con siete años corrió su primera San Silvestre, aunque yo no le dejaba. Ahora le veo que viene a comer los sábados a casa, exhausto después de un entrenamiento, y me doy cuenta de que cuanto más duro ha sido, más ha disfrutado él», apunta Amelia, que recuerda a un niño que «era puro nervio y no paraba, como su padre».

La pasión familiar compartida por el deporte trataban de que no se trasladase a la mesa durante las comidas, pero en los éxitos de Javi han contribuido todos los que se sentaban alrededor de ella. Amelia con las comidas, «porque se cuida muchísimo y confía mucho en mí». En esta última etapa de la preparación de la Maratón de Sevilla, los mejillones se convirtieron en uno de los principales ingredientes de la dieta del atleta segoviano, tal y como revela su madre, que en parte tiene ganas de que cuelgue las zapatillas «para que disfrute de la vida». «Aunque luego cada persona tiene su forma de vivirla y la de Javi ha sido siempre el atletismo», añade.

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Se ha negado arrojar la toalla incluso en los momentos más complicados, como cuando sufrió la tromboflebitis que le impidió participar en los Juegos de Río, estando ya en en Brasil. En ese momento la incertidumbre mantuvo en vilo a su familia. «Hasta que no le vi en Barajas no respiré tranquila. Él me decía que había tenido muy mala suerte, pero yo le insistía en que lo importante era que estaba bien. Con la presión y la altura del avión, el trombo tenía peligro», recuerda Amelia.

Más allá de las vivencias y hasta de las medallas, cuando llegue el momento de la retirada, el legado que le gustaría a ella que perdurara de sería que «la gente le quisiese como persona». «Creo que habla bien de él que conserva bastantes amigos de cuando tenía cuatro o cinco años y que siempre está disponible para cualquier persona que le llama», abunda, sin poder evitar acordarse de la cantidad de sacrificios realizados: «Por eso, cuando llega una recompensa, la valoras mucho más». La de ahora lleva aparejada una promesa realizada por Rocío, la hermana de Javi: se comprometió a salir de penitente con la Cofradía de los Maristas si ganaba en Sevilla. «Por su edad quizás era su última oportunidad de estar en unos Juegos», zanja Amelia.

Mucho más lejano se encuentra a priori el final de la carrera de David Llorente. A sus 23 años, el billete que ha conseguido para cita de Tokio en la modalidad de eslalon K-1 constituye un acontecimiento. No para su madre, Eva Vaquero, que ve en sus ojos el reflejo del triunfo. «Desde pequeño ha sido muy competitivo. Solía correr las carreras de las Cañadas, pero una vez decidió no participar porque era de primer año en su categoría y no iba a ganar. Luego, cuando tuvo la lesión en el hombro, aprendió muchísimo. A alimentarse, a cuidarse...», asevera esta árbitro nacional de piragüismo. A raíz de la progresión de sus hijos –Sergio, tres años menor que David, también ha sido internacional–, tanto ella como su marido, José, se empaparon de las peculiaridades de este deporte, en el que aterrizaron casi por casualidad. «Les apuntamos a las escuelas deportivas y así empezaron, aunque David tardó un año en bajar al río porque decía que le daba miedo. Cuando lo probó, ya le gustaba más que Port Aventura», apunta Eva, que descubre también a un David que de niño tenía que jugar como portero al fútbol debido a que sufría asma.

Después comenzaron a llegar los viajes a las competiciones de la mano del club Río Eresma, sin apenas medios en comparación con el resto de equipos («Los vascos se pensaban que mi marido era el entrenador»), y se produjo la marcha de David a vivir a Lleida siendo aún un niño. «A mí no me habían educado para que mi hijo se fuera de casa con 15 años y lo pasé mal. Pero él estaba feliz. La Seu d’Urgell era donde quería estar», tercia Eva, al tiempo que remarca la inquietud que ha mostrado siempre: «Se sacó el Bachillerato en catalán».

Con un subcampeonato del mundo ya en su palmarés, David ha dejado de ser un adolescente para convertirse en un deportista de élite. Una responsabilidad para la que su madre le ve preparado: «Es muy serio, independiente y seguro para todo. Para estudiar, para entrenar, para comer…». Ella disfruta al comprobar «todo lo que está viviendo y cómo lo está aprovechando», y espera que lo próximo sean los Juegos Olímpicos pese a la amenaza por el coronavirus.
La familia Llorente Vaquero ya tiene los billetes para Tokio –incluida la abuela Eva– y descuenta los días para acudir a la capital nipona: «No soy supersticiosa, pero los años bisiestos siempre han sido malos para mi familia. Casi el único que se ha librado ha sido David».