Mujeres que empuñan palabras frente a las armas en Colombia

D. A.
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Mayerlis Angarita, una de las protagonistas del Encuentro con Mujeres que Transforman el Mundo, abandera la lucha pacífica por los derechos de las mujeres y contra la violencia sexual en una región de Colombia asediada por los grupos paramilitares

Mayerlis Angarita, durante su conversación con El Día en el hall del Hotel San Antonio El Real.

«Libre como un pajarito» se siente Mayerlis Angarita Robles (San Juan Nepomuceno, Colombia, 1980) sin escoltas durante su estancia en Segovia. «Empecé con dos hace diez años y ahora tengo seis y dos carros (costeados por el Gobierno) porque ya he sufrido dos atentados». Y seis perros en su casa de Bolívar, aparte de cámaras de videovigilancia, entre otras medidas de seguridad. Su ‘pecado’, liderar la Fundación Narrar para Vivir, integrada por mujeres víctimas de la guerra en Colombia. Compartiendo sus relatos hacen piña y con trabajo cooperativo rehacen sus vidas. Se ayudan a salir adelante, a defender sus derechos y los de todas aquellas que han sufrido o sufren situaciones similares.

Mayerlis compartía una hora con El Día en el hall del Hotel San Antonio El Real el pasado miércoles, recién llegada a Segovia, donde el domingo 17 (sala Julio Michel, 18.00 horas) protagonizará en La Cárcel uno de los diálogos del IX Encuentro con Mujeres que Transforman el Mundo, en conversación con la periodista Teresa Sanz. 

Es activista desde la adolescencia. Se vinculó a Redepaz, la Red Nacional de Iniciativas Ciudadanas por la Paz y contra la Guerra, después de que unos paramilitares se llevaran a su madre (no la volvió a ver) y desplazaran a su familia. Años después, en 2000, ella y dos mujeres más fundaron Narrar para Vivir.

En un escenario dominado por las armas, en Montes de María, región caribeña de 80.000 habitantes «a 26 horas de Bogotá», una organización que sólo empuña la palabra tuvo que nacer «en la clandestinidad», pero logró tejer una red de «840 mujeres que representan 840 hogares, casi 6.000 personas en total». «Decidimos unirnos para resistir las acciones de los grupos armados, los ilegales y los legales», explica. Es decir, paramilitares e incluso militares del Ejército colombiano «que ejercían su dominio a través de las armas y también de la violencia sexual contra las mujeres, que la tomaban como algo estratégico y político».

Las mujeres de Narrar para Vivir se reúnen en parques, en patios, cualquier espacio vale para hablar y sanar las heridas. Claro que esa sólo es la primera fase; después viene la formación, el empoderamiento... Muchas llegan a graduarse en la Universidad y, empuñando la palabra, la fundación ha terminado enarbolando la bandera de la justicia de género. Toda una ‘amenaza’ para los grupos paramilitares y, desde hace unos años, también para «los partidos netamente religiosos» que se han asentado en el Congreso y que, según Mayerlis, coartan avances en asuntos sociales clave para la mujer como el aborto o la adopción por parte de personas del mismo sexo.

GUERRA INTERNA. Colombia vive en conflicto armado permanente desde los años 60 del siglo pasado. Primero entre el Estado y las guerrillas de extrema izquierda, pero después se sumaron grupos paramilitares de extrema derecha, los cárteles de la droga y las bandas criminales. La brutalidad se intensificó a partir de los 80 al arreciar los ataques sobre la población civil, y sólo en la región de Montes de María, ya en los 90, «el conflicto armado causó 157 masacres y 4.172 homicidios en un lapso de diez años».

De puertas afuera, pudo parecer que el acuerdo de paz de 2016 con las FARC supusiera, como poco, el principio del fin del conflicto armado en Colombia, pero no. Mayerlis participó en las negociaciones entre el Gobierno y la tristemente famosa organización guerrillera y terrorista de extrema izquierda: «Entregaron las armas más de 10.000 personas y eso fue histórico, pero la violencia sigue con otros grupos, llámense Águilas Negras, Clan del Golfo, Úsugas, Urabeños… Como hablamos de que estamos en un proceso de paz ya no se les llama guerrillas, el Gobierno dice que son bandas criminales, pero nosotras, que estamos allá en el día a día, sabemos que son grupos de derechas que se fortalecieron», advierte. «Hay un nuevo renacer del paramilitarismo, han ocupado los territorios que dejaron las FARC y han tomado mucha fuerza. Y eso sin olvidar que el Ejército de Liberación Nacional (ELN, en este caso de extrema izquierda) sigue con los atentados», como el del mes pasado contra la Escuela de Policía de Bogotá, sin ir más lejos, con más de 20 cadetes muertos.

¿Y por qué Narrar para Vivir es tan incómoda para estos grupos? «Despertamos a las comunidades del miedo y el silencio, y cuando estas comunidades empiezan a entender que hay un sistema que debe protegerlas, que lo que les pasa no es legal en ninguna parte del mundo, también empiezan a tomar acciones de forma pacífica que debilitan el control territorial de estos grupos y su entrada». La fundación no cree en «los sistemas», pero colabora con Fiscalía y Policía, y así ha crecido también su capacidad de influencia. 

«Narrar para Vivir ya no sólo es un referente para nosotras, sino para otras mujeres de Colombia y ahora a nivel internacional, porque en otros países se quiere conocer cómo han hecho estas mujeres para estar 19 años en un territorio lleno de hombres armados». Aunque dentro del suyo, en el fondo, para ellas la situación no acaba de mejorar: «2018 ha sido un año de resistir. El escenario ha cambiado, en 2017 se mataba a una defensora cada 26 días, en 2018 cada 23 y en lo que va de 2019, casi cada semana. Nuestra organización se ha enfocado en preservar nuestras propias vidas, y también hemos entendido que somos defensoras de derechos humanos».

Los valores que defienden son en esencia los mismos que el feminismo en España o cualquier parte aunque, evidentemente, ellas lo hacen en un escenario mucho más conservador y hostil. De hecho, los enemigos les han crecido hasta en el Congreso: «Los partidos religiosos nos ven como si fuéramos el diablo, como ‘esas mujeres defensoras con su tema de género’. No han entendido que nosotras no hablamos de una ideología, que buscamos cerrar las brechas de desigualdad que históricamente hemos sufrido las mujeres». Y Mayerlis denuncia además que el déficit democrático que aún sufre Colombia es grave: «En las regiones de donde yo vengo aún se utiliza la compra de votos. Hay gente que vende su derecho a la educación, la salud y la vivienda por 50.000 pesos (14 euros al cambio) el día de elecciones, y no hay un control que permita acabar con eso».

Pero las mujeres de Narrar para Vivir no piensan ceder ni por la parte política ni por la criminal. «Pueden atentar contra nosotras, pueden destruir nuestros sueños, pero no nuestra capacidad para seguir soñando», sentencia.