Divorcios políticos

EFE
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La última escisión de Podemos, Adelante Andalucía, se suma a otras de la Historia reciente de España, si bien ninguna se puede comparar a la de UCD, cuyo líder y presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, dio un portazo y fundó el CDS

Divorcios políticos

El pasado miércoles, hubo  boda entre PP y Ciudadanos. Al menos en el País Vasco. Esto no es lo más común en política, sino todo lo contrario, que las relaciones y las alianzas se rompan y acaben en divorcios políticos. Recientemente han protagonizado uno el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y la líder del partido en Andalucía y una de las referentes de Anticapitalistas, Teresa Rodríguez. Esto venía gestándose desde hacía muchos meses y se hizo irreversible a partir de la entrada en el Gobierno de los morados.

En un vídeo difundido en las redes sociales, el madrileño y la roteña visibilizaron con un sentido abrazo la separación de sus proyectos, lo que no ha ocurrido en otras rupturas, comenzando por la que se vivió entre el vicepresidente del Ejecutivo e Íñigo Errejón, que dio un sonoro portazo a la formación que cofundaron. 

No hubo abrazos con Iglesias, sino acercamiento a otros afines, traición quizás, para fundar un nuevo partido. Creó, con otros artífices del proyecto, en febrero de 2019, Más Madrid, con el que concurrió en mayo a las elecciones municipales, que se convertiría en Más País en septiembre para disputar las generales del 10-N al margen del bloque de su amigo reconvertido en enemigo.

Traumática fue también la escisión de la corriente Nueva Izquierda en 1996, liderada por Cristina Almeida y Diego López Garrido, que fueron expulsados de IU y acabaron en Ferraz.

Pero las rupturas no son solo patrimonio del ala más a la izquierda del Hemiciclo, sino que afectan por igual a todos los partidos del ámbito parlamentario.

Así, la dirigente socialista Rosa Díez, quien durante 12 años fue diputada en el Parlamento vasco y que llegó a ser consejera de Comercio del Ejecutivo de Vitoria, decidió en 2007 abandonar la formación tras optar sin éxito a la Secretaría General del PSOE, con la que se alzó finalmente José Luis Rodríguez Zapatero. Tras su salida, creó Unión Progreso y Democracia (UPyD), convirtiéndose en 2011 en el cuarto partido en número de votantes en las generales de ese año, aunque solo sacó cinco escaños por el efecto del sistema electoral.

Las expectativas eran grandes, demasiado grandes para los magentas. Ypor eso mismo, y por el hiperliderazgo de la vizcaína, el globo se pinchó cuando irrumpió desde Cataluña Ciutadans, que luego pasó a llamarse Ciudadanos. 

En el otro extremo ideológico, Santiago Abascal, quien durante cinco años ejerció de parlamentario del PP en Vitoria, fue procurador en Álava y, anteriormente y durante ocho años, concejal en Llodio. Fundó Vox hace siete años, descontento, según ha confesado, por los casos de corrupción de su partido. No obstante, él mismo reconoce que entre 2011 y 2013 cobraba más que el presidente del Gobierno como director de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad de Madrid. Confiesa siempre que en ese puesto a dedo no hacía casi nada. Un día, Esperanza Aguirre, que fue quien le contrató, se lo echó en cara. Ahora, Vox ha pasado a ser la tercera fuerza con 52 escaños, y el presidente popular, Pablo Casado, sueña con la vuelta del hijo pródigo a la «casa común».  

De lendakari a enemigo

El mundo nacionalista no ha sido ajeno a las rupturas. Como cuando en 1986 el entonces lendakari, Carlos Garaikoetxea, del PNV, fundó Eusko Alkartasuna, pasando el Gobierno de Ajuria Enea a su partido. El motivo fue las distintas formas de entender, entre otros asuntos, la Ley de Territorios Históricos, las competencias de las diputaciones forales y el poder del Gobierno autonómico. En 2017, y tras ir perdiendo progresivamente escaños, EA se integró en EH Bildu cuando la antigua y proscrita Batasuna renunció a la violencia.

En esta lista no puede faltar la Unión del Centro Democrático (UCD), siglas bajo las que se cobijaban desde la Transición formaciones entre la derecha y el centro izquierda. Allí convivían no siempre en paz, saltando todo por los aires en 1981, después de fugas continuas a AP y PSOE. Ese centro utópico tenía el mejor pegamento, Adolfo Suárez, que llevó a los suyos a la gloria. Pero nada dura para siempre, y menos en política. 

Las diferencias ideológicas se intensificaron con los años a pesar de estar en el poder y su cabeza de cartel y presidente del Gobierno dimitió para fundar en 1982 otro partido, el Centro Democrático y Social (CDS). No fue una buena idea. De hecho, fue la tumba política de dos partidos. Así, si UCD obtuvo 168 escaños en el Congreso en 1979, solo llegó a 11 en 1982 mientras el CDS consiguió dos. Mientras, el PSOE, con Felipe González al frente, logró 202 asientos, una holgada mayoría que le llevó a La Moncloa, su residencia hasta 1996. 

En los primeros años 80 y con la debacle de UCD, varios de sus dirigentes, como Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón y Marcelino Oreja, acabaron en AP, convertido en el PP a partir de 1989 y donde acabó el CDS en 2006.

Otros miembros de UCD, directamente o a través del CDS, fundaron partidos de orientación regionalista o nacionalista, como UPN -escindido en 1979 de la mano de Jesús Aizpún-, unido al PP 26 años, Unió Mallorquina (1982) o Agrupaciones Independientes de Canarias (1985), germen de Coalición Canaria (CC).