El ángel protector

Sergio Arribas
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«Mi trabajo es que la mujer llegue a casa sana y salva cada día». El segoviano Antonio Vaquero, de 46 años, es escolta de víctimas de violencia de género, un arriesgado trabajo con gran carga de estrés. «Se ven situaciones inimaginables", relata

El escolta Antonio Vaquero, de espaldas, revisa cada día el garaje y vehículo de la mujer que tiene que proteger. - Foto: DS

La rutina no forma parte de su trabajo. Cada día es distinto, aunque igual de arriesgado y estresante. «Comes y bebes cuando puedes y hasta algo tan normal como ir al baño, a veces no es fácil porque no puedes dejar sola a la protegida».

Lo cuenta Antonio Vaquero, de 46 años, instantes después de revisar el garaje y vehículo del domicilio de la mujer por la que vela las 24 horas del día. Este segoviano, vigilante de seguridad privada, que durante más de una década trabajó en la protección de amenazados por la banda terrorista ETA es ahora escolta de mujeres víctimas de violencia de género, también en el País Vasco. «Mi trabajo es hacer que esa mujer no sufra daño y que llegue a casa sana y salva cada día», explica Antonio, quien, por motivos obvios, da la espalda a la cámara y no desvela la ciudad vasca donde desempeña su tarea.

Con 19 años empezó a trabajar en el mundo de la seguridad privada en el Palacio de Riofrío. Pasó por centros comerciales, aparcamientos, por el centro penitenciario de Segovia, en Cercanías y Metro de Madrid hasta que en 2002 —tras cursar diferentes cursos de especialización, en rayos x, armas y explosivos o escolta privado, entre muchos otros— se marchó al País Vasco y Navarra. Hasta 2013 ha vivido y trabajado en Bilbao, San Sebastián, Pamplona y Vitoria, en labores de protección de jueces, fiscales, empresarios y políticos. Fue a principios de este año, cuando una empresa de seguridad, contratada por el Gobierno vasco, le ofreció trabajar en la protección de víctimas de violencia machista.

Son los jueces quienes ordenan la protección con escolta de las víctimas, en base al riesgo, las pruebas y los antecedentes del agresor. En los casos más graves, pueden asignarse hasta dos escoltas y un coche oficial, aunque lo habitual es que, simplemente, se destine una sola persona a la custodia de la mujer maltratada o, en su caso, a personas que han sufrido agresiones sexuales, que también tienen derecho a esta protección especial.

Hay una serie de pautas que sí se repiten en cualquier día de trabajo. Antonio es controlado en todo momento desde los centros de mando de la Ertzainza. «Se comunica cuando empiezas o terminas, así como recorridos y lugares a los que se mueve uno en el día a día. No obstante —explica— llevamos GPS para indicarles el recorrido de cada día, de tal manera que si necesito ayuda, sé que la respuesta del cuerpo policial será rápida e inmediata».

Antonio puede pedir el apoyo de una patrulla policial en cualquier momento. El contacto con la Ertzainza es permanente. Informa de cuando entra y sale del lugar o del tiempo de permanencia estimado; un contacto que, según dice, «se realiza sin que la protegida lo vea o sienta, para así evitar más carga psicológica dañina a su situación». Y si la víctima sale del País Vasco de viaje, se informa a Policía Nacional y Guardia Civil. «No se deja nada al azar, esa persona estará protegida vaya a donde vaya», afirma el segoviano.

vigilancia cercana. Antes de comenzar, Antonio revisa el domicilio, garaje, trastero y las calles cercanas del domicilio de la persona que tiene que proteger. Intenta no entrar en rutinas y se varían tanto las horas de salidas y entradas, como los itinerarios para ir a cualquier lugar. «Vas con ella a todos los sitios, a su trabajo, al gimnasio, al supermercado o al médico y, si por ejemplo, está en un bar o restaurante, el escolta también permanece allí». La vigilancia debe ser cercana. «Las agresiones —resalta Antonio— pueden ser rápidas y necesitas estar lo más cerca posible para poder reaccionar y evitar que sufra algún daño».

La víctima debe evitar rutinas y acudir a lugares habituales que conozca el agresor. Siempre al volver a casa, el escolta revisa la vivienda. Muchos agresores conocen bien los domicilios y, en ocasiones, han intentado acceder tras forzar la puerta. Antonio conoce casos de extrema gravedad. Algunos hijos de estas mujeres también llevan escolta, a causa de la gravedad de las amenazas. La relación con la víctima no es sencilla y exige «mucho tacto», dice. Lo habitual es que el juez ordene una protección con escolta tras un episodio grave, que la víctima siente aún como reciente. 

«A veces me he encontrado a mujeres derrotadas, con expresión de miedo, de no creerse lo que les ha sucedido (…) ese pánico les hace ir cerca de ti, querer conversar contigo y muchas veces tienes que tratar de tranquilizarlas». 

Todas las mujeres protegidas reciben asistencia de médicos y psicólogos, a los que acuden semanalmente. «Realmente se ven dramas y situaciones que la gente no podría imaginar, una cosa es leerlo en la prensa o verlo en televisión y otra, vivirlo día a día, ver a esas mujeres intentando reconstruir su vida, y muchas, con tesón y valentía, lo consiguen».

 

«El lugar más peligroso es la vivienda de la víctima»

Como escolta privado, destinado a la protección de una persona por orden judicial, Antonio tiene asignada un arma, una pistola de calibre 9mm parabelum. «El arma no se entrega cada día, la tienes asignada, eres responsable de ella, día y noche, y la puedes llevar a cualquier lugar en tu día a día», comenta Antonio, quien asegura que toma todas las precauciones posibles. «Conoces el expediente, la distancia impuesta por el juez, la matrícula o cualquier detalle del agresor, del que has memorizado fotografías de su rostro. Tomas todas las precauciones», confiesa.

Según Antonio, el lugar más peligroso es la vivienda de la protegida, el lugar que conoce al detalle el agresor. Al no poder acercarse a una distancia determinada, el maltratador suele pedir a amigos y familiares que sigan a la mujer protegida, para conocer dónde acude o detalles de su vida. «A menudo, las mujer se cruza con familiares o amigos de quien la agredió y recibe amenazas. En ocasiones, hay mucha tensión, incluyendo insultos, amenazas o intentos de agresión y eso, el escolta, no lo puede permitir», explica.

En cuanto a la relación con la mujer protegida, Antonio admite que llega a establecer un vínculo, que intenta que no sea muy personal, aunque con el tiempo se llega a conocer a su familia y amigos. Se buscar crear una confianza entre protegida y escolta, aunque «no se habla de temas personales». No obstante, admite que suele «empatizar» con las víctimas, aunque es consciente de que su labor es que las mujeres, cuando sufren bajones anímicos, «lleguen bien» a las consultas de médicos y psicólogos. «Es una recuperación lenta y complicada, llena de montañas rusas emocionales. Tenemos que tener empatía para tratar de tranquilizarlas. Es imposible evadirte».

 

«Viendo lo que viven estas mujeres, no me permito quejarme de nada»

Antonio Vaquero admite que su trabajo arrastra una «gran carga de estrés» y sostiene que, en su caso, con su experiencia anterior en la protección de jueces o políticos, «me es más fácil no llevarme nada a casa de lo que ocurre en el día a día». «Además —añade— viendo lo que viven esas mujeres, no me permito quejarme de nada. Sería de un gran egoísmo por mi parte. Trabajo en ello porque me gusta, pero no pienso en el riesgo ni en las horas diarias que trabajo».

En cuanto a la remuneración económica, no gana lo que antes, cuando protegía a amenazados por ETA, aunque sí tiene una nómina más alta que como vigilante de seguridad armado. Libra 8 días al mes. «Exclusivamente por dinero no se hace este trabajo, no compensa a cambio del estrés», asegura el segoviano, que conoce compañeros que a la semana o al mes abandonan «por la dureza del trabajo». Antonio no tiene actualmente pareja. No se plantea iniciar una relación sentimental, porque supondría «obligar a esa persona a vivir de manera indirecta todo esto y no sería cómodo». Su familia está acostumbrada a que Antonio ejerza una profesión del riesgo, por los más de diez años de protección de amenazados por ETA. No obstante, «intento —dice— contar lo justo y necesario y no dar muchos detalles feos, no es necesario preocupar a nadie. Tengo un hermano que pertenece al Cuerpo Nacional de Policía, que también pasó años destinado a la lucha contra la banda terrorista y entiende el tipo de trabajo que hago y el riesgo que conlleva».

 

Móvil, pulsera y escolta

Existen tres grados de protección para mujeres que sufren violencia de género, todas ordenadas por la autoridad judicial. Para situaciones de menor gravedad, las agredidas cuentan con una aplicación en su teléfono móvil. Basta con pulsar y, de inmediato, acuden patrullas, vía GPS, al lugar donde requiere la ayuda. La segunda forma sería la pulsera. En cuanto el agresor rebasa la distancia a la que tiene prohibido el acercamiento, la mujer recibe un aviso acústico e, igualmente, de inmediato, recibe una ayuda telefónica y la presencia de patrullas. La tercera, la más grave, es la asignación de un escolta. Se trata de agresores con antecedentes policiales que, según explica Antonio, «suelen pertenecer a algún tipo de banda, portan armas y son, en muchos casos, presuntos traficantes».

Desde su visión profesional, Antonio anima a denunciar cualquier tipo de abuso o agresión, sea a la Policía o al teléfono gratuito 016. «En mi día a día he visto a muchas mujeres que han denunciado después de muchas agresiones (…) mi consejo es denunciar», comenta.

El escolta recomienda guardar mensajes con amenazas y vejaciones y, si se puede, grabarlas, porque ayudará mucho a la víctima cuando el caso de judicialice. «Sobre todo, en casos donde haya vejaciones, abusos, agresiones... jamás la mujer debe acudir a casa del agresor o permitir que entre en la suya, ni que monte en su coche a solas. Y si tiene que quedar con él, que sea en lugares de muco público, poniéndolo en conocimiento de alguien de confianza».

 

96 mujeres con protección policial en Segovia

En España, 27.978 mujeres víctimas de violencia de género cuentan con algún tipo de protección policial, lo que supone el 48,1% del total de 58.901 casos relacionados con ese tipo de violencia que están bajo atención policial, según los últimos datos del Ministerios, de junio de 2019.

En Segovia existen 170 casos ‘activos’, si bien 74 de ellos tienen un nivel de riesgo «no apreciado», esto es, con medidas de seguimiento (revisión del nivel de riesgo cada tres meses) y, si es preciso, medidas policiales de protección. Excluidos estos casos, 98 mujeres en Segovia cuentan actualmente con protección policial: 71 con riesgo bajo, 23 con riesgo medio y dos con riesgo alto. Además en Segovia existen otros 1.558 casos ‘inactivos’, es decir, que temporalmente no precisan de atención policial, si bien puede reactivarse en cualquier momento. El Sistema de Seguimiento Integral en los casos de Violencia de Género (sistema VioGén) monotoriza 1.558 casos en Segovia, aunque la mayoría (1.388) están inactivos. En Segovia, desde que existen registros oficiales, se contabilizan 1.464 víctimas por violencia de género.