El músico segoviano que desafió a las bombas

Nacho Sáez
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Alfonso Llorente relata su experiencia como profesor en el Conservatorio Nacional Edward Said de Palestina, donde ha sido testigo de la tensión que se vive en la zona.

Alfonso Llorente posa con su tuba ya de vuelta a España. - Foto: Rosa Blanco

Ha sido la aventura de mi vida». Alfonso Llorente (Valverde del Majano, 3 de abril de 1987) se prepara para iniciar el curso como profesor en un colegio en Madrid marcado ya para siempre por su paso por un lugar al que pocos se les ocurriría ir a trabajar. La tensión, la violencia, la presión y las restricciones definen el día a día del territorio de donde este músico y docente segoviano se ha traído un puñado de libretas llenas de apuntes. De todas esas mañanas y tardes en las que se sentaba a mirar a su alrededor cuando se lo permitía su labor en el Conservatorio Nacional de Música Edward Said de Palestina.

Allí se llevó su tuba el pasado mes de marzo impulsado por sus ganas de disfrutar una experiencia internacional, mejorar su inglés y entrar en contacto con otras culturas que le permitieran crecer artísticamente. El portal digital ‘Musical Chairs’ –especializado en promocionar ofertas de trabajo relacionadas con la música– le abrió la puerta. «Vi el anuncio y me inundaron las ganas de conseguirlo», cuenta ya de vuelta, sentado tranquilamente en una cafetería en Segovia. Envió vídeos tocando, realizó dos entrevistas vía

Facetime y Skype y en apenas diez días ya tenía el visto bueno de los responsables del conservatorio palestino para que se trasladara y comenzara a trabajar.

Fotogragía de recuerdo que se hizo junto a una de las barreras construidas por los israelíes para restringir el paso a los palestinos.Fotogragía de recuerdo que se hizo junto a una de las barreras construidas por los israelíes para restringir el paso a los palestinos.

En cuanto pisó el aeropuerto ya tenía un mensaje de su jefa para que cambiara su ruta inicial a Belén por Birzeit, en Cisjordania, donde tenían previsto celebrar un encuentro de orquesta. Fue el punto de partida de un periplo que Llorente está seguro que va a formar parte de varias de sus canciones en el futuro. También compone y en este viaje le acompañó una guitarra, además de la tuba. Durante cinco meses sus rutinas pasaron a ser las de un palestino con las ventajas, eso sí, de los occidentales, aunque eso lo explicará después. Madrugaba para salir a correr –el atletismo y el triatlón son dos de sus grandes pasiones– y a las once acudía al conservatorio, donde pasaba prácticamente el resto del día dando clases «de tuba, armonía, historia de la música, del grupo de instrumentos de viento metal...», según explica. Hasta ahí nada que no sea diferente a lo que se pueda encontrar cualquier trabajador español que emigre. Sólo que la vida en este lugar del mundo sigue sin parecerse a demasiadas cosas europeas, a pesar de que el conflicto palestino-israelí no aparezca tanto últimamente en las páginas de información internacional.

En la búsqueda de trabajo en Palestina por parte de este valverdano no hubo un trasfondo político, tal y como subraya: «La música me llevó hasta allí y la música me ha traído de vuelta». Sin embargo, también reconoce que su visión del asunto ha cambiado tras esta experiencia. Él mismo ha sufrido el control de las fronteras que ejerce Israel y que le impedía acceder a Jerusalén –allí estaba uno de los centros del conservatorio en el que impartía clase; el otro, en Belén– si no era con un visado de turista. También ha sido testigo de las largas colas en los ‘checks-points’ (controles de acceso) o de los minuciosos registros en los autobuses, en los que obligan a viajar del vehículo a todos los viajeros salvo que seas occidental.

Su opinión abierta prefiere guardársela por si algún día tiene la oportunidad de volver. Era uno de sus deseos para el curso que está a punto de comenzar, pero le han negado el visado y han cortado abruptamente una etapa que sentía que aún no había completado. El conservatorio le ayudó a su llegada a encontrar casa y vivió junto a una francesa y un inglés, músicos como él. «Hay muchísimas ONGs con europeos trabajando», indica. No obstante, su propósito era empaparse del modo de vida y de la cultura locales, y los días libres los dedicaba a hacer turismo y a sentarse y captar aromas, sonidos y escenas. «Un día me metí en un barrio ultraortodoxo judío y flipé. De repente desaparecen todos los carteles en inglés y todo pasa a estar en hebreo», destaca al tiempo que hace hincapié en la confluencia de religiones que se produce en Jerusalén: «Es increíble. No he conocido ningún lugar en el que se viva más la fe que allí».

El músico y profesor valverdano se dirige a sus alumnos durante una de sus clases en el Conservatorio Edward Said.El músico y profesor valverdano se dirige a sus alumnos durante una de sus clases en el Conservatorio Edward Said.

En los márgenes de esa difícil convivencia, por suerte también hay espacio para el talento. El Conservatorio Nacional de Música Edward Said cuenta con una joven orquesta que protagoniza giras por diferentes partes del mundo, y la cultura está en el centro de las políticas de las autoridades palestinas. «Es de envidiar la apuesta que hacen a pesar de la difícil situación que tienen, pero además es que hay muchas posibilidades. Todos mis alumnos sabían más inglés que yo y también albergan mucho talento. Tienen un oído realmente muy bueno», remarca Llorente.

Pero de nuevo el contexto condiciona todo lo demás. El conservatorio tiene una sede en Gaza y los profesores han de dar las clases por Skype. Ni siquiera en su graduación pudieron salir de esa zona de conflicto los alumnos. La tensión impregna el ambiente e incluso se tienen que cuidar del idioma que hablan en función del sitio en el que se encuentran. Llorente pudo comprobar todas estas cuestiones desde que puso un pie en Tel-Aviv –esta ciudad, la segunda israelí más grande, y Amán (Jordania) son los dos puntos de entrada a Palestina– y a los pocos días compartió una excursión junto a un grupo de segovianos comandados por el deán de la Catedral de Segovia, Ángel García Rivilla. Incluso vivió un momento en el que la mecha estuvo a punto de volver a encenderse: «Gaza estaba a sesenta kilómetros de mi casa, pero yo vivía al lado del muro y un día mataron a un palestino en el ‘check point’. A la mañana siguiente se declaró una huelga y no fuimos a trabajar». Ha regresado a España sin haber podido conocer Petra o los Altos del Golán, dos enclaves que tenía marcados en rojo, pero podría hablar horas y horas de los espacios recorridos. Por ejemplo, a través del comercio y la alimentación: «He comido unas naranjas como nunca en mi vida. Luego, hay poco cerdo y mucho pollo y dátiles y las cervezas son muy caras».

En el Opera Hall de Dubai, que también tuvo la ocasión de visitar.
En el Opera Hall de Dubai, que también tuvo la ocasión de visitar.

La Media Maratón de Palestina le dejó también otra de esas imágenes que ya no se borrarán nunca de su cabeza. «Corrí porque allí se está empezando a abrir hueco el ‘running’. Participé con un segoviano, Pepe Martín, que vino a verme, y con tres miembros de la selección de Palestina de atletismo que les habían dejado salir de Gaza», destaca. Quién sabe si sus rostros de ilusión en la línea de salida y su afán de superación aparecerán reflejados próximamente en las letras de este músico y profesor de Valverde del Majano que contribuyó a que al menos durante algunos momentos el sonido de las bombas y de los disparos fuera sustituido por las notas de sus instrumentos y los de todos esos jóvenes que sueñan con un futuro que esté acompañado por una alegre melodía y no la triste actual.