A sangre fría

Sergio Arribas
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El aplomo y entereza que le exige el oficio —31 años al frente de una empresa funeraria- también le ayuda cuando practica su deporte favorito, el tiro con rifle y pistola. Ésta es la Cara B del empresario Óscar de la Fuente (Segovia, 1973).

Óscar de la Fuente entrenando con una pistola de aire comprimido en la galería de tiro del club Daoiz y Velarde en el Sotillo. - Foto: Rosa Blanco

La serenidad es atributo sobresaliente. No es fácil mantener la calma en los momentos de dificultad. Suele ser una proeza. Óscar de la Fuente (Segovia, 1973) va sobrado de esta virtud. Lo demuestra con el aplomo y entereza profesional que le exige el oficio —31 años al frente de una empresa funeraria— y el que exhibe cada vez que practica el tiro con rifle o pistola, su deporte favorito. «Si al apretar el gatillo se te va un milímetro, en una distancia a la diana de veinticinco metros, la desviación del tiro puede ser de hasta cinco centímetros», alecciona Óscar, que esta tarde ha acudido a entrenarse a la Galería de Tiro Olímpico Daoíz y Velarde, en el Sotillo. Hoy lo hace disparando a una diana con una pistola de perdigones de aire comprimido, aunque son diversas las armas e instalaciones que usa y las competiciones de tiro que practica como aficionado.

Al propietario de la agencia funeraria Santa Teresa el tiro deportivo le «relaja», tanto el llamado de precisión —el que supone tirar a una diana y conseguir la mayor puntuación posible— como el de recorrido — «el más divertido», enfatiza— pues supone hacer blanco en siluetas y cartones, las llamadas tarjetas, mientras el tirador anda y corre por pasillos y pasarelas y sube y baja escaleras, al estilo de los entrenamientos policiales.

En la galería de tiro del Sotillo, pero también en el campo de Santa Catalina, en Hontanares de Eresma o en el de 'La Albuera' —preparado para el de precisión— Óscar gasta pólvora y parte de su tiempo libre; mientras también participa en alguna competición de rifles de larga distancia, aquellas en las que antes de apretar el gatillo el tirador precisa de máxima concentración y de varios minutos de relajada respiración.

Óscar de la Fuente entrenando con una pistola de aire comprimido en la galería de tiro del club Daoiz y Velarde en el Sotillo.Óscar de la Fuente entrenando con una pistola de aire comprimido en la galería de tiro del club Daoiz y Velarde en el Sotillo. - Foto: Rosa Blanco

Sangre fría y mente en blanco se antojan imprescindibles para el éxito. «A quienes nos gusta el tiro con arma de fuego, se nos tacha de pistoleros o casi delincuentes, cuando —recalca— es un deporte que tiene menos riesgos y accidentes que el tenis», afirma Óscar, que reconoce que la templanza, calma y tranquilidad que entrena como tirador también las aplica en la gestión de la funeraria que heredó de su padre y fundó su abuelo y que hoy da empleo a más de 90 personas. 

«¿Serenidad? Pues sí la verdad. Es que en mi trabajo hay que tener mucho tacto en el trato a los familiares de la persona fallecida», explica el funerario, que en tres décadas ha tenido que dar servicio a familiares, amigos, padres de éstos y un sinfín de conocidos, con esa misma fortaleza mental que supone una valiosa cualidad cuando empuña un arma.

Funeraria Santa Teresa fue fundada por su abuelo materno, Luis Sanz, en la década de los 50 del pasado siglo. No obstante, quien «modernizó» la empresa fue su yerno Elías, el padre de Óscar, hijo de Elías de la Fuente Rodríguez, contable y mano derecha de Nicomedes García Gómez. Elías compró la funeraria a su suegro y la reforzó con nuevos servicios, gracias también al contrato, a principios de los 80, con la compañía de seguros Ocaso. Elías y su mujer Consuelo tuvieron seis hijos, aunque fue Óscar, el quinto, quien tomó las riendas del negocio que fundó el abuelo. 

Comenzó a trabajar en la funeraria con 17 años porque, como afirma, en tono jocoso, «los estudios y yo no nos llevábamos muy bien». Ya desde muy joven, Óscar aprendió el oficio desde las entrañas. Tal cual. Aún recuerda cuando se abrió el tanatorio, en 1991 y cómo, a través de un convenio con el Ministerio de Justicia, su padre aceptó que los forenses realizaran las autopsias en las nuevas instalaciones en lugar de en las viejas y tétricas dependencias de los cementerios. Rafael Puente Moro, el juez decano de la época, solo puso un 'pero' a Elías de la Fuente: «necesitarán [los forenses] ayudantes». «No se preocupe Don Rafael, que yo pondré ayudante, le dijo… Y me puso a mí, a su hijo, es decir, con 25 años ya ejercí de 'mozo' de autopsias».  

Aquel encargo paterno —de asistir al forense con cadáveres de personas que, generalmente, podían haber muerto en circunstancias violentas, caso de un suicidio, homicidio o accidente—  se convirtió en todo un máster y le recubrió de una segunda piel ante el espanto. «Hay que valer para eso y estar dispuesto a todas horas ¡y a cualquier cosa!», reconoce Óscar, merecedor de menciones y distinciones por parte de la Guardia Civil o la Policía Nacional.

Ciertamente, 'hay que valer' y, quizá por eso, recuerda con nitidez la primera ocasión que se enfrentó a un cadáver. Fue un accidente de tráfico en Villacastín por un brutal choque frontal entre un turismo y un camión. «¡Que vaya el chico y así vaya aprendiendo!», soltó su padre, quien, con frecuencia, recordaba cuál era su filosofía y argumentaba el porqué de aquella 'terapia de choque': «para saber mandar y decir cómo hacer bien las cosas, siempre había que haberlas hecho antes».

Elías, ya jubilado, siempre inculcó a su hijo el valor intrínseco del trabajo. «Todo lo que me han exigido de joven, pues ahora se lo agradezco. Me ha servido para saber lo que es la vida», reconoce el empresario, que aún recuerda aquel 'zapatófono', de marca Motorola, uno de los primeros teléfonos móviles que se vieron por Segovia. «¡Qué chulo!», le decían los amigos. Sin embargo, aquel móvil, único y aparatoso, no era para fardar o disfrutarlo, sino para que Óscar estuviera localizado de forma permanente por si surgía algún servicio para la funeraria.

Aquello, por fortuna, pasó a la historia y hoy la dirige empresa  desde un cómodo despacho, aunque hace menos de una década su presencia en el tanatorio era diaria y estaba, como dice, «al pie del cañón noche y día». Tal era la dedicación al negocio, incluso desde chaval, que el día en que recibió 'la blanca' —o licencia del servicio militar cumplido—, Óscar no pudo ir con sus amigos reclutas a celebrarlo, porque tocaba acudir al tanatorio a cubrir la baja de un empleado en el horario de noche. «Nadie me ha regalado nada, todo ha sido trabajo y sacrificio», enfatiza el empresario de pompas fúnebres, a quien nada ni nadie ha podido borrar de su memoria los peores días de la pandemia por el coronavirus. 

Fue cuando en doce días del mes de marzo del año 2020 —del 20 al 31— la funeraria cumplió con 376 servicios, lo que supone una media de 31 al día. «Era recoger fallecidos de forma constante. Esto no se acaba hasta que nos muramos todos, pensaba. Te asustas, aunque como trabajas a ritmo frenético, no te da tiempo a pensarlo. Aquello era una locura, aunque menos mal que tenía y tengo un equipo de trabajo excepcional».

Padre de dos hijas, Sandra y Eva, de 33 y 32 años, Óscar presume de ser, a los 48 años, un joven abuelo. Valeria y Marcos, de 4 y 2 años, son su debilidad. «¿Ser abuelo? Oye, que yo lo llevo muy bien, aunque por el trabajo veo poco a mis nietos y me gustaría disfrutar más de ellos».

Pero, ¿a qué [más] dedica el tiempo libre?, que diría el cantautor José Luis Perales. La chaquetilla blanca es un segundo uniforme, la que se enfunda cuando, con Ignacio, Luis, Marcos o Fernando, de la asociación de cocineros de Segovia, preparan paellas, calderetas o sopas para decenas o centenares de personas en actos con fines solidarios. Óscar hace gala de moverse con soltura entre sartenes, cazuelas y fogones, mérito que atribuye a las enseñanzas de su abuela Pura y de su madre Consuelo, que cocina «a la antigua usanza». El discípulo se reivindica. «El cocido me sale muy bien, todo el mundo me elogia», presume.

Bimba, Belha y Vito. Óscar tiene pasión por los animales y no solo por las gambas y langostinos que enriquecen sus paellas. Cuando empezó a practicar el tiro deportivo, abandonó la caza y abrazó el mundo animal; tanto que llegó a apadrinar un conejito enano o de tipo Toy, de color negro. Donna, como así se llamaba la conejita, murió hace tres años, aunque Óscar aún no ha olvidado a la mascota. Una foto en su perfil en facebook —le está dando un beso en el hocico— así lo acredita.

Con nombres también italianos —Bimba, Belha y Vito —Óscar y su esposa Silvia Garrido han 'bautizado' a sus tres perritos, de raza Pomerania. Están «a capricho», como lo demuestra que una educadora canina acuda con frecuencia al domicilio del matrimonio a enseñarles a sus perritos buenas conductas. Cuando el matrimonio decidió adquirir un chalé en Cantabria, uno de los requisitos era tener suficiente espacio de jardín para el esparcimiento de Bimba, Belha y Vito.

'¿Te gusta conducir?', rezaba el conocido spot de BMW. Pues a Óscar le apasiona. O más bien los coches de gran cilindrada. Creó una empresa de alquiler de coches de lujo para sacar un rendimiento a los vehículos que iba adquiriendo. Para una boda, una película… Tiene un Lamborghini Gallardo y un Hummer H2 —ambos  de segunda mano— y varios Mercedes, comprados en la fábrica. El empresario ha probado coches en el Jarama, mientras tiene previsto pilotar en primavera en el circuito de Maderuelo. «Disparar con una pistola —dice— te da la sensación de potencia en la mano. Es la misma que sientes por todo el cuerpo con un coche potente».