"Los totalitarismos hacen muchísimo daño a la sociedad"

A.M.
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Nacida en tierras segovianas, Lidia Martín Merino, que actualmente reside en Toulouse (Francia), es una directora de cine y documentales, guionista, productora y editora de cine española. Además realiza instalaciones y exposiciones temáticas.

"Los totalitarismos hacen muchísimo daño a la sociedad" - Foto: Pablo Martín/Efe

Lidia Martín Merino (Hontalbilla, Segovia, 1962) es la directora de la exposición ‘Papillons. La palabra no dicha’, que se desarrolla en La Cárcel_Segovia Centro de Creación, hasta el 9 de mayo, donde presenta presenta una instalación que utiliza el recurso de las palabras bordadas, una de las principales tareas de las mujeres republicanas encarceladas, para narrar el terror y el sufrimiento de estas presas en las cárceles españolas. Desde esta muestra, que ocupa una parte de lo que fue la Prisión Central de Mujeres, entre los años 1946 y 1956, la también directora de cine asegura que este proyecto le ha permitido «cumplir una función de apoyo a la memoria de la mujer en el gran sufrimiento del franquismo». 

¿Qué mensaje ha querido hacer llegar al público que visita la exposición en La Cárcel_Centro de Creación?

El mensaje fundamental es que los totalitarismos hacen muchísimo daño a cualquier sociedad, en la nuestra se desconoce todo el efecto del que vivimos tantos años, como fue el franquismo, el fascismo español. Como mujer, siendo feminista, desconocía el sufrimiento de las mujeres militantes durante la guerra, la posguerra y la dictadura. En España es muy difícil de sacar a la luz porque siempre estamos hablando de las heridas y supuran si no se oxigenan. He intentado lanzar mensajes de sock, muy fuertes, pero no tienen nada que ver con la fuerza de la realidad, era muchísimo más perversa, oscura y dañina que todo lo que podamos mostrar ahí.  Si en España queda mucho para recordar, las primeras son las mujeres, madres y esposas de los republicanos que querían una país mejor y más culto, además lucharon por ello, no necesitaron ir de la mano de un hombre para tener muy clara su ideología y su fin en la vida. Hemos visto con Antonio Vallejo-Nájera, psiquiatra eugenesista del franquismo, considerado el ‘Menguele español’, de que cualquier afecto al régimen se podía saltar los derechos humanos cuando son inalienables y están por encima de cualquier ideología. 

También se registraban constantes violaciones a las presas...

Las violaciones eran uno más de los abusos, las presas relataban que aparecían grupos de requetés, entraban a la cárcel, elegían a las más guapas y jóvenes, se las llevaban y no volvían a aparecer, eso se ha contado por muchas mujeres que pasaron por diferentes cárceles. No se sabe si ha habido 500, 5.000 o cuántas, desaparecían, nos podemos imaginar de la forma más terrible, nunca llegaremos a saber.

¿Qué sentimientos han aflorado mientras que realizaba la instalación?

Me he alegrado mucho porque era una manera de recomponer la historia desde mi modesta aportación.  Estas mujeres que sufrieron tanto no cejaron en el empeño de continuar, incluso fuera de la cárcel, fueron abandonadas. Igual que en Burgos, los hombres tenían una conexión con el exterior, recibían informaciones, las mujeres estaban absolutamente abandonadas. Ellas continuaban apoyándose con solidaridad y fraternidad por encima de ideologías fueran socialistas, que había pocas, comunistas o anarquistas. Muchas decían que, cuando salían a la calle, la cárcel seguía estando fuera. Segovia es una representación de todo eso, el frío de la prisión se te metía en los huesos, cuando estábamos montando la exposición, no paraba de decirla a Eugenia Navajo, mi colaboradora,  escenógrafa, que cómo podrían aguantar ahí meses y años, era inhumano, te congelabas. Estar ahí a nivel artístico me ha parecido un hito en el sentido de cumplir una función de apoyo a la memoria de la mujer en el gran sufrimiento del franquismo. 

¿Qué sensación se lleva del público que ha visitado esta exposición, que se ha prolongado hasta el 9 de mayo?

La sensación que he recibido es que es muy necesaria porque la gente la ha aceptado muy bien porque, además, he rellenado un lugar oscuro que teníamos en nuestra historia.  Cuando empecé a penar sobre ella partí del lenguaje, de la historia y de las sensaciones que podía tener dentro del cuerpo y del alma una mujer en una cárcel. Desgraciadamente esa costra que ha levantado la exposición es algo que era necesario y, además, se puede generalizar, podemos cerrar los ojos y, sin querer, pensar en una cárcel rusa ahora mismo, eso es muy desgraciado. Estoy muy contenta porque ha sido una manera de rellenar un hueco que estaba muy falto de memoria. Como decían los republicanos la gente no es tonta, las personas somos muy inteligentes y, en cierta manera, la instalación ha sido una manera de forzar un crecimiento de una inteligencia colectiva. La base de la exposición es española, de sufrimiento español, pero en realidad el apoyo económico es francés, un país bastante sensible en este sentido donde ha habido muchos españoles que sufrieron.

¿Cuándo se podrán cerrar las heridas sin recurrir al pasado?

En primer lugar hay que encarar la historia. Yo viví en Alemania seis años, en la época de la caída del muro, y me sorprendía mucho que todos los meses había una exposición con la idea del holocausto presente, para que nadie la olvidara. Ha habido escritores que han hablado del holocausto español y eso no lo queremos saber. Vivo en Toulouse donde ahora mismo hay unas generaciones hijas de los republicanos españoles, nunca sabremos la cantidad exacta de personas que huyeron de la barbarie franquista y entraron en Francia o que fueron a México o se distribuyeron por Latinoamérica, pero sabemos que entonces hubo más de un millón de personas que pasaron los Pirineos, entre 1936 y 1939. La vida de los emigrantes políticos españoles se desconoce, como la República, ¿cómo vamos a saltarnos por las buenas ocho o diez años de la historia española, de los momentos en los que más se hizo por la cultura?, porque los grandes intelectuales y artistas del siglo XX español eran republicanos.

También es conferenciante sobre temas de igualdad, ¿hasta qué punto queda por avanzar en este aspecto?

En Francia la fuerza del feminismo no es tanta como en España, no quiere decir que haya más o menos machismo, la fuerza del feminismo español es fuerte en Europa, incluso las francesas copian. El machismo es algo que lo tenemos dentro, las mujeres también, hemos sido educadas de esa manera, hay un subconsciente colectivo que permite que eso se mantenga y continúe sin que nos saltan las alarmas, es una educación muy profunda, llevamos muchos siglos donde los hombres son los que mandan, no sé por qué porque, al final y al cabo nosotras parimos. Hay que continuar luchando y siendo conscientes de que el machismo es muy malo para todos, para las mujeres porque somos las víctimas, pero para los hombres también porque son víctimas de un desequilibrio, el machismo es malo en sí, el feminismo no. Recuerdo que mi hijo me dijo en una ocasión que el machismo va contra las mujeres pero el feminismo no va contra los hombres, y me alegré porque había entendido muy bien la educación feminista que le transmití. 

Dentro de su trabajo cinematográfico grabó un documental sobre Agapito Marazuela, ¿qué nos puede decir acerca de la figura de este folclorista?

Agapito me ha ayudado mucho a reconciliarme con mis orígenes, yo soy de la generación que fuimos a estudiar a la ciudad y volvíamos escuchando música anglosajona, en muchos casos sin saber lo que decían, denostando los que tocaban el ‘pito’ [dulzaina] que nos parecían unos pesados. Por supuesto era fruto de aquella época, lo que venía de fuera era lo mejor... Al comenzar el trabajo de Agapito me di cuenta de que él tenía una visión del mundo muy superior a la que podíamos tener nosotros los modernos, es decir el origen de la música va unido a unas raíces más allá de las hereditarias, es cultural, muy necesario, él se negó a que se perdieran nuestros orígenes e hizo todo lo posible para mantenerlos. Marazuela era un castellano universal puesto que tuvo una visión muy avanzada para su época, además de que actuó para que eso no se perdiera, muchas de las canciones que existen están ahí gracias a él, tuvo una visión de la cultura en línea con la ‘generación del 27’, aunque se definía como un hombre de pueblo, era un músico de aquel grupo, dicho por su alumno Eugenio Urrialde, entre 1929 y 1937,  fue uno de los mejores guitarristas de España, por encima de Andrés Segovia.  Hizo mucho por la música castellana y, desgraciadamente, es uno de tantos que cayeron en el olvido en el que podemos meter a tantos intelectuales... El trabajo fue mi granito de arena para sacar a la luz a un músico universal y contar a la vez muchas cosas terribles que no se conocen. He aprendido mucho. Al final del documental de Agapito se lo dediqué a mi madre y a mi padre, ella cantaba todas las canciones de Agapito, hizo mucha labor en mi base cultural originaria; mi padre era muy castellano, tenía esa diferencia con los franceses, un castellano seco, duro, también ese carácter sincero.  

Nace en Hontalbilla, visita Segovia con asiduidad, ¿cómo encuentra la provincia en general en el plano cultural y también formando parte de la ‘España vaciada’? 

Segovia capital es una ciudad muy rica culturalmente, siempre que voy me sorprende porque tiene muchas actividades y de mucha calidad, para ser una ciudad pequeña. A Hontalbilla sigo yendo bastante,  cada vez que voy a España,  la Castilla vaciada es muy triste, es una pena pero fruto de esta vorágine capitalista en la que vivimos, está claro que la Covid nos ha dado el primer rapapolvo de que o paramos o nos paran, pienso que esta velocidad o puede seguir así,  hay que vivir mirando más a la naturaleza y no al coche ni a la segunda vivienda o al consumo y a la televisión grande... El futuro está en los pueblos, la Castilla vaciada es una gran oportunidad para volverla a rellenar, para que nos volvamos a ir ahí a vivir y a ofrecer a la naturaleza todo lo que la hemos robado.

¿Existe más desigualdad en los pueblos pequeños que en las capitales?

Sí, está intrínseco en nuestra sociedad, lo profundo sigue estando ahí, en mi pueblo no hay ninguna señora que lleve tractor o que se dedique a sembrar y, si ha habido alguna fue porque ha perdido al marido... Esto continúa pero somos nosotras y, por supuesto los hombres que deben dejarnos paso, poco a poco, ya hemos demostrado toda nuestra valía,  a nivel estadístico que las que más estudiantes y mejores notas sacamos en la universidad somos las mujeres. 

En los pueblos hay muchas que tienen que seguir luchando para tener un escalafón igualitario al de los hombres. Los pueblos tienen cosas muy buenas que yo adoro pero también esa parte de incultura que hay que tragar como mujer o marcharte porque a los hombres no les da de sí el cerebro, en las ciudades también, lo que pasa es que está más oculto.  La incultura del hombre que permite creerse más que una mujer está en todas partes, fruto también del afán de poder, que es como nos han educado, entonces un señor que se cree más que alguien, primero es más que una mujer...

¿Cuál es su próximo proyecto?

Estoy preparando un proyecto en la universidad sobre mujeres reporteras en la Guerra Civil española y en un documental sobre un anarquista boliviano, un hombre de teatro, que tuvo mucho que ver con los grandes de la escena francesa. Los dos trabajos los llevo a la par.