Así era la Segovia de los años 20 del siglo pasado

David Aso
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Fueron años del despertar cultural de una ciudad pobre que empezaba a tomar conciencia de su valioso patrimonio. Tiempos también de 'Gota de Leche' para niños sin recursos, de resistencia a cambios y con algún paralelismo con el presente

Rebaño y pastores junto al Acueducto, en una imagen perteneciente al Archivo Wunderlich. Otto Wunderlich. Años 1920-1930. Instituto de Patrimonio Cultural de España.

Todavía no toca cambiar de década, eso será en 2021, pero sí arrancan unos nuevos años 20 y resuenan los «felices» del siglo pasado, que ya protagonizan alguna campaña publicitaria en busca del guiño entre milenios. Claro que como felices años 20, dorados 20 o años locos lo que se conoce en origen es la etapa de prosperidad económica que tuvo Estados Unidos sobre todo desde 1922 hasta el crack de 1929. Tiempos de bonanza que allí se extendieron a buena parte de la sociedad. Vienen a la mente imágenes icónicas e idealizadas en torno a la ley seca, los gánsters, el charlestón… ¿Pero cómo era Segovia en esa época? 

La capital acababa de superar los 16.000 habitantes en 1920 mientras el resto de la provincia, mucho más potente que ahora en lo demográfico, se acercaba a los 175.000; aunque se llegó a 1930 con apenas 450 teléfonos y más de la mitad estaban en la capital. «La Segovia de primeros de siglo era una ciudad pobre y provinciana, casi pueblerina», relatan Juan Antonio Folgado y Juan Manuel Santamaría en su libro ‘Segovia, 125 años 1877-2002’. Lejos quedaban los años de grandeza que le brindaron la industria y el comercio que simbolizó la Casa del Sello, en la calle San Francisco, sede actual del área de Cultura de la Diputación y hasta hace apenas dos años de la Cámara de Comercio e Industria. Ocupó aquel edificio el Café Moderno. En torno a la Academia de Artillería giraba buena parte de la vida de Segovia, ya que los cadetes todavía se hospedaban en casas particulares, una importante fuente de ingresos para muchos habitantes. 

El comercio de la capital se localizaba principalmente en la Calle Real y la de San Francisco. Vestido y calzado, bebidas, comestibles… Aún hoy permanecen las emblemáticas tiendas de ultramarinos de Maximino Pérez (fundada en 1898) y Candamo (1850), o la librería Cervantes (1906). Ya por entonces funcionaba el mercado de los jueves en la Plaza Mayor, los domingos en el Azoguejo, y feria de ganado todos los años a finales de junio en la Dehesa. Destacaba la fábrica de loza de Ventura Vargas como el mayor centro de trabajo de la ciudad, el único con más de 150 empleados, muy por encima de la veintena de Electricista Segoviana o de la fábrica de harinas de Anselmo Carretero, que se terminó disolviendo en 1923.

Imagen del Acueducto desde la calle de San Juan, perteneciente al Archivo Wunderlich. Otto Wunderlich. Años 1920-1930. Instituto de Patrimonio Cultural de España..Imagen del Acueducto desde la calle de San Juan, perteneciente al Archivo Wunderlich. Otto Wunderlich. Años 1920-1930. Instituto de Patrimonio Cultural de España..

En los primeros tiempos de Anís La Castellana, marca patentada por Nicomedes García en 1919, con su botella de vidrio, etiquetas y collarines, la hostelería apenas sumaba una treintena de establecimientos de restauración y una docena de hospedaje, pero iba creciendo. Despuntaba la casa de comidas de Dionisio Duque Mateos junto al Acueducto (Cándido no la compró hasta 1930) y ya había abierto el Hotel Victoria en la Plaza Mayor, que alojó a Antonio Machado en las primeras noches de su segoviano vivir (1919-1932), antes de instalarse en la pensión de la calle Desamparados.

Segovia encaraba su despertar cultural con el Teatro Juan Bravo recién inaugurado (1918) en el mismo lugar que antes ocuparan el teatro de La Zarzuela y el cine Reina Victoria. Allí convivieron carteleras de teatro y de cine desde su primera década, aparte de otra clase de eventos.Cine mudo, claro, con películas de prestigio como ‘Tarzán’ en 1921, porque el cine sonoro llegaría a Segovia más tarde, ya en 1930. 

Es también la década en que Agapito Marazuela, entonces joven guitarrista, fue profeta en su tierra. Concretamente el 12 de enero de 1924, en el intermedio de la sesión de cine de tarde, con un concierto por el que no se llevó más remuneración que la ovación del público. 

La plaza de San Martín, durante la inauguración de la escultura de Juan Bravo en 1922. Foto perteneciente a la publicación 'Mundial'.La plaza de San Martín, durante la inauguración de la escultura de Juan Bravo en 1922. Foto perteneciente a la publicación 'Mundial'.

El otro pilar del despertar cultural de la ciudad, el pilar humano, cobró expresión colectiva con la Universidad Popular. Un puñado de profesores, médicos y periodistas osó fundarla en 1919 como una escuela donde acudiesen personas mayores de las clases populares dispuestas a completar la formación que recibieran de niños, o a complementarla con enseñanzas prácticas. Vulgarizó la cultura en el buen sentido, para que dejara de estar protagonizada y dirigida exclusivamente por elites intelectuales y políticas alejadas del pueblo. En su reglamento figuraba «divulgar la cultura en general, principalmente entre la clase trabajadora». A José Rodao, Segundo Gila, Francisco Romero, Florentino Soria, Agustín Moreno, Javier Cabello, Francisco Ruvira, José Tudela o Andrés León, aparte de Machado, les corresponde el honor de haber sido sus fundadores.

Como reseña Miguel Ángel Chaves en su libro ‘Arquitectura y urbanismo en la ciudad de Segovia (1750-1950)’, la presencia de la familia Zuloaga, de Antonio Machado, las tertulias en los cafés y las reuniones en el taller de Fernando Arranz no hicieron más que confirmar ese resurgir de la cultura que buscaba resucitar la anquilosada Segovia. Mariano Grau, Agapito Marazuela, Ignacio Carral, Julián María Otero, Blas Zambrano, Toribio García, Lope Tablada y muchos otros protagonizan el nuevo clima. 

Precisamente Lope Tablada, concejal del Ayuntamiento en esos años, pintaría los frescos del Teatro Cervantes, inaugurado en 1923 y fruto por un lado de la bonanza económica, pero, por otro, de la tragedia que marcó el inicio de aquellos años 20 en Segovia: el enorme incendio originado en el edificio de la Central de Telégrafos, ubicado en la Calle Real, que arrasó numerosos edificios del recinto amurallado y afectó incluso a la iglesia de San Miguel.

Aspecto que tenía la Plaza Mayor en una imagen tomada en los años 20 y perteneciente al Archivo Wunderlich. Otto Wunderlich. Años 1920-1930. Instituto de Patrimonio Cultural de España.Aspecto que tenía la Plaza Mayor en una imagen tomada en los años 20 y perteneciente al Archivo Wunderlich. Otto Wunderlich. Años 1920-1930. Instituto de Patrimonio Cultural de España.

En el inmueble contiguo a la central estaba la sede del Círculo Mercantil e Industrial de Segovia, sociedad recreativa fundada por un grupo de segovianos que, animados por la bonanza económica de la época, después de ver sus salones reducidos a cenizas, decidieron adquirir la Casa de los Picos en 1921 para convertirla en su nueva sede. «En un año realizaron todas las obras necesarias para adaptar el inmueble a las necesidades de la sociedad y, no contentos con esto, acordaron en Junta General la construcción de un teatro», según relata Paloma González-Blanch Roca en el libro ‘El teatro en Segovia (1918-1936)’.

Once meses después de aquel fuego, el 2 de diciembre de 1921, el Ayuntamiento provocó otro muy distinto y no con una colilla, sino con agua, al aprobar la instalación de un sistema de contadores. Según recoge el libro ‘El ocaso de la cultura del caño libre’, de Pilar Calvo Caballero, entonces regía en Segovia un sistema de distribución mediante mercedes y aforos. En general, mediante cuartillos y medios cuartillos fontaneros, a menudo compartidos por los numerosos vecinos de cada casa mediante una pila comunal. Un sistema de consumo que era barato o gratis para la población, según el caso, pero que generaba sus conflictos cuando algún vecino olvidaba cerrar el grifo o lavaba fuera de su turno.

Los problemas técnicos de bombeo de agua se sucedían, el aumento del consumo reducía su capacidad, la escasez en verano era habitual y había que hacer algo, pero no se tomó una decisión definitiva en todo el decenio. Primero por la oposición de la Cámara de la Propiedad, pero la protesta vecinal se generalizó de inmediato y la resistencia a perder ventajas, por más que también conllevara poner freno al despilfarro de agua, llegó a provocar la dimisión en pleno de toda la Corporación del Ayuntamiento en 1925 y demoró la implantación de este sistema hasta mediados de los años 30.

Un grupo de bomberos extingue los últimos focos del incendio originado a finales de 1920 en el edificio de Telégrafos. Imagen de 'Mundo Gráfico'.Un grupo de bomberos extingue los últimos focos del incendio originado a finales de 1920 en el edificio de Telégrafos. Imagen de 'Mundo Gráfico'.

Folgado y Santamaría señalan que un rasgo característico de la sociedad segoviana de entonces fue su oposición a las novedades. Y por aquellos años, cuando el socialismo comenzaba a encajar bien entre unos y ser tolerado por otros, empezaba a perfilarse un nuevo frente de rechazo, el feminismo, incomprendido por liberales y conservadores en los momentos iniciales de su aparición. La mujer ganaba papel social en España según avanzaba el milenio, con el Estatuto Municipal de 1924, que concedía el voto activo y pasivo a las solteras de más de 23 años y a las viudas, pero todavía excluía a las casadas que no fueran cabeza de familia.

Resulta revelador en ese sentido un mitin celebrado en el Teatro Juan Bravo un 18 de julio, pero de 1920, bajo el título ‘El valor mental de la mujer’, tal y como se reseña en el libro ‘Crónica de un teatro: Juan Bravo 1917-1989’, de Angélica Tanarro, Aurelio Martín y Fernando Aranguren. El mismo escenario en el que Miguel de Unamuno, en 1922, pronunció un discurso con cierto punto de actualidad todavía hoy: «España es un vasto monasterio de solitarios, una inmensa comunidad de cartujos, que viven juntos y, sin embargo, viven aparte, cada uno en su celda (…) España está viviendo una verdadera disolución social».

Mientras, frente al golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923, germen de la Dictadura que se prolongó hasta 1930, la actitud de los segovianos no fue unánime y «la prensa es el mejor punto de referencia para examinarla», según se apunta en otro libro ya citado, el de Folgado y Santamaría. El periódico El Adelantado de Segovia lo describió como un «emocionante acontecimiento», y el semanario de Segovia echó el cierre por considerar que el ejercicio del periodismo era incompatible con la falta de libertad.

Casa de la Gota de Leche, en una imagen del archivo de la Diputación tomada hacia 1920.Casa de la Gota de Leche, en una imagen del archivo de la Diputación tomada hacia 1920.

La Gota de Leche. Aún funcionaba durante esos años La Gota de Leche, institución creada en la Francia de finales del siglo XIX para alimentar bebés de familias sin recursos cuyas madres no podían amamantarles. La iniciativa se adoptó en buena parte de España y en Segovia la fundó en 1913 el médico Leopoldo Moreno en una casa de su propiedad, en la calle que hoy lleva su nombre, junto a la Puerta del Socorro. Cerró en 1935.

A nivel urbanístico, Chaves advierte que el panorama todavía no era muy alentador, por más esgrafiado que hubiera empezado a extenderse desde el siglo XIX. Sigue siendo una ciudad envejecida, descuidada, con numerosas ruinas, calles viejas mezcladas entre las nuevas y más anchas vías surgidas de los planes de alineación, problemas de alcantarillado, iluminación, higiene, salubridad… En su libro recoge una descripción que hizo el pintor, grabador y escritor José Gutiérrez Solana sobre la Plaza Mayor (entonces llamada de la Constitución) tras visitarla en 1920: «Casas derrengadas, todas apretadas y unidas, cuyos balcones de madera están tan curvados y hacen tantas bajadas y subidas que parece que de un momento a otro van a venirse abajo», reseña. «En sus portales anchos, encuadrados por viejos postes de piedra a manera de soportales, descansan las fuertes vigas que sostienen a estas casas, las cuales muestran su vejez por las grandes cribas y grietas y la negrura y humedad de sus portales, que se cierran por pesadas puertas; llenas de agujeros de inutilizadas cerraduras, los carcomidos y las hendiduras de los porrazos producidos por aldabones enormes y llenos de orín. Mirando a los balcones vemos la ropa tendida, las camisetas, camisas, pañuelos de color y medias de las mujeres, y las blusas, bragas y calcetines de los hombres».

Pero Chaves también destaca que una nueva mentalidad empieza a tomar cuerpo en la ciudad, al ir concienciándose de la importancia de conservar un conjunto histórico importante aunque degradado. Matiza que nunca faltaron en Segovia personajes defensores de su patrimonio y recuerda en ese sentido a Ezequiel González y su enconada oposición al derribo de la puerta y arco de San Martín, pero la nómina crece precisamente coincidiendo con el despertar cultural y las figuras de Zuloaga, Machado o Barral y la Universidad Popular.

Un pastor pasa con su rebaño junto a la ermita del Cristo del Mercado. Imagen del Archivo Wunderlich. Otto Wunderlich. Años 1920-1930. Instituto de Patrimonio Cultural de España.Un pastor pasa con su rebaño junto a la ermita del Cristo del Mercado. Imagen del Archivo Wunderlich. Otto Wunderlich. Años 1920-1930. Instituto de Patrimonio Cultural de España.

Machado ya se ganó el busto que le hizo Barral coincidiendo con el mismo año (1922) en el que se inauguró el monumento realizado por Aniceto Marinas a Juan Bravo, acontecimiento precedido de una sonada polémica que Chaves pone como uno de los ejemplos más significativos de la defensa de la vieja Segovia: «Los heterodoxos del arte, los rebeldes, queremos defender la ortodoxia, la pureza de nuestra vieja ciudad donde desaprensiones y marchas triunfales pomposas… Contra el pecado individual de querer estropear una de las plazas segovianas más bellas y de más carácter, colocando en ella un monumento que ahí no entona ni encaja», escribió Juan José de Cáceres en El Adelantado el 16 de abril de 2021 para inaugurar la polémica. «Que a nuestros sones caiga, sin haberse levantado aún, muerto de vergüenza».

Seis días después, un grupo de vecinos encabezados por el marqués de Lozoya presentaba en el Ayuntamiento una solicitud para que la estatua de Juan Bravo no se erigiera en la plaza de San Martín, sino en otro sitio «más apropiado», como la avenida de la Estación o la plaza de los Huertos. La nota discordante la firmaría el pintor y crítico de arte José Blanco Goris con un artículo en el Heraldo de Madrid, recogido después por El Adelantado, en el que valoraba que tal monumento sería allí «una joya más en el gran carácter y valor artístico» de esta plaza.

Aún llegaría otra solicitud en la línea de los «rebeldes» firmada esta vez por José Ortega y Gasset y 17 artistas, escritores y publicistas, para quienes se trata de «una obra que no hará sino descomponer y profanar la bella intimidad y armonía de tan maravilloso rincón segoviano». Pero la respuesta fue la puesta de la primera piedra en presencia del rey Alfonso XIII y, el 30 de junio de 1922, la inauguración, con el traslado previo de la fuente que allí había a la meseta superior de la plaza.

Un paralelismo razonable. Sin dejar el patrimonio, paralelismos razonables surgen entre la actualidad y aquellos años 20 al recordar que, en torno a 1925, la Comisión Provincial de Monumentos ya aprobó medidas como «limpiar el Acueducto de líneas eléctricas, vientos, hierbas, faroles antiguos y modernos, apoyos de todo género, basuras y escombros». Que «en un perímetro suficiente a impedir la mejor visibilidad y contemplación de tan singular monumento, y con el objeto de impedir posibles infracciones, se prohíba toda obra nueva que no se ajuste a la designación técnica que había de formalizar el arquitecto municipal». O «retirar de monumentos y edificios de valor histórico-artístico de la Plaza Mayor, de algunas otras plazuelas y calles de carácter típico, los transformadores e instalaciones de líneas de luz eléctrica que toquen o estén situados en sus cercanías». Unas medidas que, para Chaves, representan «un eslabón más en la cadena de acontecimientos que vinieron a confirmar la nueva preocupación por conservar la ciudad». Aunque hoy son los cables de telefonía, gas y otros servicios los que estrangulan fachadas sobre todo por el eje de Daoiz.

Después, en los primeros meses de 1927, vendría el encargo de un plan de mejoras urbanas al entonces arquitecto municipal Miguel Pagola. Chaves recuerda en su libro que se trataba de obras para el suministro de agua potable, pavimentación de vías, expropiación de terrenos para el ensanche de diversos ejes, construcción de mercados cubiertos, lavaderos y evacuatorios públicos, ampliación del parque de limpieza e incendios... No todos los proyectos corrieron la misma fortuna y algunos tuvieron que esperar a décadas posteriores para salir adelante, pero ya fueron germinando en su mayoría, incluido un plan de reforma de vías públicas que se aprobó al año siguiente y que incluía importantes ensanches de vías públicas: Plaza Mayor-plaza de los Huertos con la apertura de la calle Colón, Azoguejo-Perocota, calle Cervantes, Huertas del Pocillo, Puente de Muerte y Vida-Buitrago…

Entretanto, en los últimos años del decenio se hacía notar el movimiento segovianista con el estreno de uno de sus símbolos, el Himno a Segovia, el 2 de junio de 1928. «Por la Segovia guerrera y santa que dio las rosas de su rosal...», con letra de Luis Martín García Marcos y música de Carlos Martín Crespo. 

También la bonanza de los ‘felices años 20’ dio impulso al turismo europeo hacia Segovia y en enero de 1929 se constituía la Junta Provincial de Turismo, con el gobernador civil, el presidente de la Diputación y los alcaldes de Segovia y San Ildefonso entre sus vocales. Turismo y servicios en una ciudad que aún hoy, en el inicio de unos nuevos años 20, anhela crecer sin comprometer su patrimonio.