Un órdago morado con su candidato para todo

Agencias-SPC
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Podemos vuelve a encomendarse al 'hiperliderazgo' de Iglesias, esta vez en Madrid, para frenar la pérdida de votos que ha sufrido en las últimas citas con las urnas

Un órdago morado con su candidato para todo - Foto: Juan Carlos Hidalgo

Podemos se aferró a su entrada en el Gobierno como un salvavidas para el partido. Ese era su objetivo desde que nació en 2014 pero, una vez conseguido, quedarse en La Moncloa ya no parece un impulso suficiente para reactivar a la formación morada, que ha seguido perdiendo apoyo elección tras elección en casi todos los territorios. Salvaron los trastos en Cataluña en las últimas autonómicas, aunque las pocas encuestas que se conocen no les pintan un panorama favorable para el futuro, tampoco en Madrid, que fue uno de los principales graneros de votos en el inicio de aquella formación que montaron en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense un grupo de profesores, de los que en el partido ya solo queda el propio Pablo Iglesias.

El divorcio con Íñigo Errejón y la posterior división -otra vez- de la izquierda en Madrid, dejó a los morados en una posición casi marginal en las elecciones regionales de mayo de 2019, y los más pesimistas se preguntaban ahora si serían capaces de superar la barrera del 5 por ciento de votos necesaria para tener presencia en la Asamblea. La candidata de Podemos en las anteriores elecciones, Isa Serra, lo consiguió por los pelos (5,6 por ciento)  y que repitiera como cabeza de lista en estos comicios suponía un problema al estar pendiente de que el Supremo resuelva su recurso contra la sentencia que la condenó a 19 meses de prisión e inhabilitación por los incidentes en el intento de frenar un desahucio.

A grandes males, grandes remedios. Mientras en las redes sociales se disparaba otra vez el debate de si para vencer a la derecha era mejor una candidatura de unidad o varias desde la izquierda, y después de días de deliberaciones internas en las que se ponían sobre la mesa nombres como los de Rafa Mayoral o Alberto Garzón, la conclusión ha sido que para competir con Isabel Díaz Ayuso y recuperar terreno el único capaz de conseguirlo es el propio Pablo Iglesias.

Igual que siempre. Y es que desde que se presentó a las elecciones europeas en 2014 con su cara en la papeleta electoral ha ejercido en Podemos un hiperliderazgo que le ha llevado a no confiar nunca a nadie más que a él el reto más difícil de cada momento, aunque ello implique dejar el Gobierno para tratar de salvar su organización.

A sus 42 años, Iglesias ha sido profesor universitario, fundador de Podemos, candidato a las europeas y cuatro veces a las generales y vicepresidente del primer Gobierno de coalición de la democracia. Desde hoy y, como «madrileño y antifascista», se ha encomendado a sí mismo la tarea de confrontar con el PP en la Comunidad.

Era el único que no había sonado en las quinielas y quizá por eso era el primero en el que se tenía que haber pensado. El todavía número tres del Gobierno central ha demostrado que le gustan los órdagos y esta vez ha elevado a máximos la apuesta, dejando atrás su sociedad con Pedro Sánchez, para quien no se sabe si esta salida es un alivio o un problema por los nombres de sus posibles sustitutas: Yolanda Díaz, que cada vez gana más popularidad y que, previsiblemente, utilizará Moncloa como trampolín para liderar Podemos en las próximas generales; e Ione Belarra, enfrentada abiertamente con dos de las ministras de más peso en el Gabinete, Nadia Calviño y Margarita Robles.

 

Enfrentamientos

Con la convicción de que «hasta que pierda el último diputado» el papel de Podemos era el de plantar cara al PSOE para dejar en herencia políticas sociales, Iglesias se ha enzarzado como vicepresidente en mil y una disputas: por los Presupuestos, por las leyes de Igualdad, las polémicas con  la Monarquía o la derogación de la reforma laboral. Y ya ha dejado claro que sus últimos días en el Gobierno, hasta el inicio de la campaña electoral, los pasará peleando por la regulación del alquiler.

Ahora da otro paso al frente que, en realidad, es fácilmente interpretable como una marcha atrás, aunque en el camino se le abra la posibilidad de hacer real el lema de Ayuso de que los madrileños decidirán entre «comunismo o libertad».