Condenado al ostracismo

M.R.Y. (SPC)
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Salvini renueva su partido con el fin de recuperar un protagonismo que le llevó a ser el favorito a convertirse en primer ministro en 2019

El dirigente perdió su oportunidad al romper la coalición de Gobierno en verano del pasado año. - Foto: Daniele Mascolo

Hubo un tiempo no muy lejano en el que Matteo Salvini parecía imparable. El líder de la ultraderecha italiana juraba el 1 de junio de 2018 como ministro del Interior y viceprimer ministro de Italia en un inédito Gobierno de coalición con el Movimiento Cinco Estrellas (M5S) y comenzaba una etapa de poder que auguraba que sería el próximo político en liderar el Ejecutivo de Roma -en un corto plazo, que en la nación transalpina los Gobiernos parecen no tener una duración mayor a los dos años-.

Su llegada al poder era el reconocimiento a una gran labor al frente de un partido ultraderechista, secesionista y euroescéptico, la Liga Norte, que después pasaría a llamarse simplemente a Liga, del que tomó las riendas en 2013 siendo una formación casi marginal, creciendo hasta el punto de que fue el bloque más votado en las europeas de mayo 2019, cuando logró un 32 por ciento de los votos.

Todo parecía ir sobre ruedas. Salvini se convertía en la voz fuerte del Ejecutivo y su popularidad en las encuestas le daba razones para soñar y, por ello, aquel verano preparó una ofensiva contra sus propios aliados, dinamitando la coalición y queriendo precipitar unas nuevas elecciones para no compartir el poder. Pero eso no ocurrió. Inesperadamente, en un giro asombroso, el M5S pactaba otra alianza, esta vez con el Partido Democrático (PD), que dejaba al ultraderechista fuera del Gobierno y casi abandonado a su suerte.

Desde entonces, ha visto cómo su urna de cristal se ha ido haciendo pedazos.

Para empezar, el Senado, la Cámara a la que pertenece, le ha quitado la inmunidad y ha autorizado la apertura de un juicio en su contra por bloquear al barco de la ONG española Open Arms, con 150 inmigrantes a bordo, durante 20 días en agosto del año pasado. Se le acusa de secuestro al no permitir el atraque de la nave en la isla de Lampedusa por su política de puertos cerrados. Será la Justicia la que decida si abre o no un proceso en su contra por este caso. Pero tiene otro pendiente, por una actuación similar contra un barco de la Guardia Costera en julio de 2019.

«Defender Italia no debería ser ningún delito», aseguró Salvini entonces. «No tengo miedo, no me dejaré intimidar ni me silenciarán. El juicio de los votantes, tarde o temprano, llegará», agregó.

 

Ansioso de elecciones

Es, precisamente, a la decisión en las urnas a la que se aferra para poder resurgir de sus cenizas. Para ello, ha dado un paso hacia delante renovando su propio partido, que ahora se denomina Liga per Salvini premier (Liga por Salvini primer ministro), con el que espera reclutar a nuevos electores y echar a Giuseppe Conte del Gobierno. 

Con este paso, muere el partido fundado por Umberto Bossi en 1989, que nació como un proyecto secesionista cuyo nombre completo era Liga Norte para la Independencia de la Padania -con una idea similar a la planteada por los rupturistas en Cataluña- , y se cierra un capítulo importante de la política italiana que ha durado 30 años, con raíces muy asentadas en la zona de a Lombardía y una militancia fiel a ideales federalistas, cuando no independentistas.

Se trata de un proyecto ambicioso con el que Salvini soñaba desde hace tiempo. Un plan ideado a imagen y semejanza del mandato de Donald Trump en Estados Unidos, con el lema Los italianos primero, con el que pretende hacer crecer «a esta gran familia de norte a sur».

La primera gran prueba de fuego la tendrá ya, con las elecciones regionales del 20 y el 21 de septiembre, en siete de los 21 distritos en los que se divide el país.

 

Hay prisa

A nivel nacional, no están previstos comicios hasta 2023 -aunque Italia es experta en registrar legislaturas más cortas de lo estipulado con dimisiones o crisis de Gobierno perpetuas- y Salvini no quiere esperar. 

En los últimos meses, ha visto cómo Conte, al que pretendió derribar en su fallido intento de agosto de 2019, está pasando de ser una figura gris a un importante referente para los italianos, gracias a su gestión de la crisis sanitaria y su labor ante la Unión Europea -la nación transalpina ha sido la más beneficiada por el Fondo de Recuperación comunitario-. Y, mientras Conte sube en popularidad -es el político mejor valorado-, Salvini está cada vez más defenestrado.

Por eso, el líder ultraderechista no quiere perder tiempo. Es consciente de que el paso de los meses lejos del poder le están costando caros y en apenas medio año ha pasado de un 32 por ciento de popularidad a un 23 por cierto.

Pero, además, no conviene olvidar que tiene pendientes dos causas judiciales y una sentencia desfavorable podría sepultar su carrera definitivamente. La Ley Severino, aprobada en 2012, prohíbe presentarse como candidato a quien haya sido condenado a más de dos años de prisión. Fue, precisamente, esa norma la que provocó la expulsión de Silvio Berlusconi -ahora aliado de Salvini- del Senado.

El tiempo corre en contra del líder de la Liga. No quiere caer en el olvido y tiene ganas de vendetta. Si finalmente puede cobrársela, es todavía un misterio.