El feliz matrimonio entre la ficción y la realidad

Charo Barrios
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El escritor Paco Carreño, autor de 'La segunda vida', nos presenta a Ful, un periodista que es contratado por un poderoso clan para que cuente su historia, lo que le creará muchos problemas

El feliz matrimonio entre la ficción y la realidad

El protagonista del debut literario de Paco Carreño, La segunda vida, se llama Ful. Por Fulgencio, que es su verdadero nombre, aunque a nadie se le escapa que la palabra significa falso. «Algunos de los nombres hacen guiños semánticos. Es un vicio galdosiano», indica el autor. 

Este singular personaje es contratado por los Tordesillas para escribir la historia de ese poderoso clan. «El primer contacto del protagonista con la familia lo realiza como periodista. El oficio es importante. Enseguida le dan trabajo para que redacte sus biografías. Pero no va a ser una labor fácil». Y es que Ful no es tan ful y conserva el propósito de ser fiel a la realidad hasta que descubre que es la realidad la que puede no ser fiel a sí misma. «A su alrededor se despliega todo un festival de metamorfosis. La familia parece dominada por una especie de euforia proteica. Y se siente en cierto modo responsable de la cara que le ofrecen, como si su presencia activase un travestismo desatado. Poco a poco, todo el mundo va delegando en esa persona que cuenta sus vidas gran parte de su responsabilidad. Él se convierte en la conciencia de una realidad que no controla en absoluto. Y siente vértigo porque nota que todo depende un poco de él».

Los modelos y clientes presentan un inquietante repertorio de patologías. En la convivencia con ellos, el periodista atraviesa una serie de episodios en los que la indiferencia es de buen gusto para mucha gente. «Todo lo que no sea darse a conocer a sí mismo, todo lo que suponga una posibilidad de que aparezca la sorpresa que llega de lo que podríamos llamar la primera vida, es inmediatamente proscrito». Por eso, los Tordesillas humillan de manera sistemática a la gente como campesinos, inmigrantes e intelectuales, que les obligan a mirar de cara a una realidad que puede desbaratar su indiferencia.

En el desempeño de su labor, Ful no solo obliga a rozarse con realidades incómodas a los que describe: también fuerza a aquellos para los que escribe. A nosotros. Y así se trata del consumo de drogas como forma de prestigio social, de las redes sociales con su componente de exhibicionismo y narcisismo, de la eutanasia y el peligro de legislar el derecho a morir, de lo difícil que es entenderse con una hija vegana cuando uno se dedica a las industrias cárnicas, de hasta qué punto en el mundo de los negocios ser inteligente equivale a ser capaz de engañar… ¡Hasta del lanzamiento de hueso de aceituna y otras absurdas formas de entretenimiento! 

Es una maldición: los Tordesillas se empeñan en huir del mundo real, pero este siempre les atrapa. 

Carreño es poeta, ha comisariado exposiciones y escrito y dirigido tres pequeñas piezas cinematográficas. Ésta es su primera novela, y una manera de explicar que «la ficción es una parte fundamental de nuestras vidas, que no existe separada de la realidad». «Que tenga un nombre separado no quiere decir que pueda tener una existencia apartada y podamos prescindir de ella. También el corazón tiene un nombre independiente del resto del cuerpo». Cuando habla de su trabajo, se acoge al magisterio de Pessoa: toda la literatura consiste en un esfuerzo por volver la vanidad de la vida en algo real. Sin ficción la vida sería tediosa, de ahí la importancia de la literatura, que es un esfuerzo por potenciar esa realidad entumecida.

En La segunda vida (ALT Autores), los personajes juegan a Second Life, «una aplicación informática que les permitía dar vida a cualquier fantasía». Podríamos colegir que todos necesitamos una segunda vida más perfecta y controlada que la primera, en la que los cabos sueltos estén siempre atados y bien atados.

«Yo creo que todos somos conscientes de que la imaginación nos ayuda a completar y mejorar las carencias y las imperfecciones de nuestras vidas». Y esa imaginación, añade, esculpe nuestra forma de percibir, pero también da forma a la propia realidad. En definitiva, «si necesitamos una segunda vida no es para renunciar a esta, sino para intensificarla, para enriquecer la percepción». 

 

El poder de la imaginación

Para Carreño, lo cierto es que «la imaginación en cualquiera de sus manifestaciones debería ser una forma de entrenamiento de la sensibilidad, no un modo de embotar los sentidos; una forma de abrir los ojos, no una escuela de indiferencia y aislamiento. Se trata siempre de ampliar el mundo, no de reducirlo».