Segovia, sin voz

Aurelio Martín
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Muere a los 70 años el periodista radiofónico Alfredo Matesanz, hijo predilecto de la ciudad y de la provincia

Alfredo Matesanz en una fotografía realizada para EL DÍA - Foto: Rosa Blanco

La noticia de la muerte de Alfredo Matesanz Gómez, a los 70 años, como consecuencia de un cáncer, ayer, a las seis de la tarde, ha dejado sin voz a muchos de sus amigos –un número elevado, solo bastaba por comprobarlo si se le encontraba en la calle, siempre parado saludando a la gente–, embargados de la emoción por una insustituible ausencia, pero también ha apagado el tono de la ciudad de la que era hijo predilecto,  desde 2015, también de la provincia, reconocimientos que recibió al final de su carrera como periodista radiofónico en Radio Segovia, asociada a la cadena SER, durante 45 años. 

Formado en el campo del turismo, que luego amplió con la licenciatura en Derecho, su verdadera pasión era el micrófono con el que adquirió complicidad desde la programación musical hasta que pasó a los informativos, desde los inicios de la transición, siendo el conductor del programa del mediodía  ‘Hoy por hoy Segovia’ que, en Madrid dirigía su «viejo compañero» Iñaki Gabilondo, uno de sus ídolos en el maravilloso mundo de las ondas contra las que no pudo la televisión, ni tampoco Internet, que a través de los podcats se ha tenido que aliar con el mensaje hablado, que conecta corazón con corazón.

El 16 de febrero de 2017 fue una fecha clave, su jubilación, su último programa, donde comenzaron a caer anécdotas, emociones, incluso hasta le saltó una lágrima pese a haber empleado el rostro serio que nunca acostumbraba, pero que teatralizaba en las situaciones requeridas, mientras sonaba My Way, de Frank Sinatra, su cantante, a quien estuvo recordando durante todo un viaje a Nueva York, acompañando a un grupo de colegas en la presentación de ‘Las edades del Hombre’.  

Solo era una pose porque su corazón, siempre le ha impedido cualquier mal gesto hasta a quien le haya querido hacer daño o le haya utilizado por su interés particular.  Nunca ajeno a los defectos que marcan a los humanos, sí que tenía una virtud extraordinaria de la que muchos no pueden hacer gala, era una extraordinaria persona, un hombre bueno, a veces en exceso y perjudicándose a sí mismo.  

Mientras todos sus compañeros y compañeras lucían un bigote emulando el clásico que siempre ha lucido en su rostro, al estilo Makeihan –quizá haya quien no le conociera sin él–, cerraba un ciclo de su vida afirmando que se iba con la tranquilidad de haber intentado hacer un trabajo con honestidad, llevándose la satisfacción de haber vivido con intensidad gracias a la radio. 

Ese era un buen resumen, el titular periodístico que repasaba su vida, siempre unida a la radio y a alguna afición como la caza,  para poder compartir luego alguna pieza entre amigos y, sobre todo, para patear el monte y moverse entre la naturaleza, su gran espacio de libertad.

Entregado a los demás, dio voz a toda la sociedad segoviana, excepto a quien le dejó en alguna ocasión la silla vacía, en situaciones complejas y también en los momentos más felices, desde la retransmisión de los tensos funerales de policías y guardias civiles de la tierra asesinados por los terroristas en el País Vasco o la solemnidad de la visita del Papa Juan Pablo II,  hasta la exultante alegría de cantar las victorias de Perico Delgado o de quien acababa de resultar agraciado con el ‘gordo’ de navidad de aquel año 2000. 

Podía haber hablado en la misma mañana con un ministro, haber informado de un suceso y, momentos antes, dar voz a una vecina de un barrio en el que le relataba el miedo que sentía por una rata que se paseaba por delante de la ventana que daba a su patio.  

El periodismo local, al que consideraba como el lugar donde se producía la vida con más pureza, le había llevado a muchos lugares, próximos y lejanos. Quien realmente le hacía feliz era la gente normal, aquella que necesitaba denunciar alguna situación, por pequeña o anecdótica que pudiera parecer a los demás, y que luego le saludaba por la calle, agradecida. Su popularidad no tenía límites, como tampoco su sencillez, que había adquirido de sus padres. 

Premio Cossío a la trayectoria profesional, en 2017, por haber sabido relatar la vida de Segovia desde su atalaya,  labor nada compleja, porque los lugares pequeños son infiernos grandes, su carácter afable y conciliador logró reunir a los periodistas segovianos, presidiendo la asociación de Segovia, durante años, de la que actualmente era vicepresidente. 

Lo demostró el número de asistentes a un almuerzo de reconocimiento que convocó a toda la profesión, donde recibió un regalo para despertarle una antigua afición que la ayudara a recuperar su antigua afición a la pintura, una caja de tubos de óleos, con los que volver a dar color a esos paisajes que amaba y que conocía bien desde un lugar tan querido para él como el barrio de San Marcos. 

Durante treinta años actuó como embajador de Segovia ante los más prestigiosos corresponsales y enviados especiales de medios españoles en el extranjero en ese galardón de prestigio que lleva el nombre de Cirilo Rodríguez, otro de sus maestros, a quien envidiaba por haber podido narrar la llegada del hombre a la luna.  

Su despedida, no solo partirá de su tierra, sino también desde Beirut, Paris, Washington, Argelia, Japón o Cuba,  allá donde aún están periodistas que siguen yendo a los sitios para contar lo que ocurre.  No solo se había dejado querer por los suyos sino por toda la ‘tribu’ que diría Manu Leguineche, a quien acompañó en no pocas ocasiones a recepciones en el palacio de la Zarzuela con los actuales Reyes Felipe y Letizia. 

Fuera ya de los circuitos, aún regalaba su presencia en actos sociales, como el último en el que presentó los Premios a los Valores Democráticos, de la Fundación Valsaín,  en el teatro Juan Bravo, este diez de mayo, siempre con chaqueta y corbata, junto con Álvaro Gil Robles. Ya andaba tocado por un melanoma del que, en un principio se estaba recuperando pero que se le revolvió coincidiendo con una sanidad saturada por la pandemia. 

Él nunca lo ocultó, acostumbrado a hablar con sinceridad en las ondas, la expresión de la verdad, ya había confesado en directo que padecía un cáncer, quizá no esperaba, como nadie,  que se le llevara con una velocidad inusitada, tras su ingreso en el Hospital General, este lunes, sumergiendo a sus paisanos en la más profunda tristeza y solo con el consuelo de la voz de Sinatra, que siempre será la sintonía de fondo a su voz, la de Segovia.  

Mientras ondea la bandera a media asta en el balcón principal del Ayuntamiento, tras la declaración de tres días de luto oficial, este viernes, en el tanatorio San Juan de la Cruz, la alcaldesa Clara Luquero colocará la bandera de Segovia  sobre el féretro con los restos de Alfredo, como le conocía todo el mundo, una figura en un entorno que será irrepetible, en lo profesional y en lo humano.