Cuando la normalidad es seguir en ERTE

Nacho Sáez
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María Ángeles, Marimar y Francisco Javier asisten «impotentes» y «con frustración» al fin de las restricciones al comprobar que no ha supuesto el regreso a sus puestos de trabajo tras más de un año y medio.

María Ángeles Peña y Marimar Valverde, trabajadoras de la cafetería del Hospital General. - Foto: Rosa Blanco

Comer caliente a partir de las cuatro de la tarde, aunque solo sea un bocadillo, se ha convertido en una misión imposible en el Hospital General de Segovia salvo para los pacientes que se encuentran ingresados. Ni la normalidad ni nada que se le parezca ha regresado para la cafetería del complejo, que desde que estalló la pandemia no ha vuelto a abrir por las tardes y por las noches. Una situación que afecta a los usuarios pero que también ha arrastrado a cinco de las trabajadoras de esa cafetería. Desde hace un año y medio se encuentran inmersos en un Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). Ahora que han decaído casi todas las restricciones, la normalidad para ellas ya es estar en ERTE.

Dos de ellas, María Ángeles Peña y Marimar Valverde, se sienten «frustradas, olvidadas, desamparadas, cansadas...». Lo que en un principio parecía una interrupción para protegerse, proteger a los demás y ya de paso tomar un respiro se ha tornado en un retiro a todas luces indefinido que, además, está afectando a sus vidas familiares y a las relaciones con sus compañeras de trabajo. Tanto María Ángeles como Marimar están divorciadas y tienen dos hijos cada una. «Todos mis ahorros se han ido. Hay que tener en cuenta que en esta situación cobramos menos, no tenemos extras e incluso hubo dos meses al principio que no los cobramos», explica la primera. «Yo también tengo una nieta y me ha tenido que echar una mano una de mis hijas con su sueldo», apunta Marimar, que incluso tiene problemas para dormir. «Me he planteado buscarme otro trabajo, pero a dónde vas a ir con la edad que tenemos si no hay trabajo ni para los de treinta».

Camarera de 50 años y ayudante de cocina de 56, respectivamente, María Ángeles y Marimar trabajan desde hace décadas en el mismo lugar pero ahora se sienten unas extrañas. «La empresa solo nos informa de los cursos que tenemos que dar. Del resto nos enteramos gracias a una amiga que tenemos en Comisiones Obreras», señalan. La concesión de la cafetería del Hospital está en manos de la empresa con sede en Boadilla del Monte (Madrid) Albie. «No sabemos cuáles han sido los criterios para sacar a algunas trabajadoras del ERTE y dejarnos a otras. Las hay que no tienen tantos gastos, pero por lo menos podían ir rotando», se quejan estas dos empleadas, tristes también por el mal ambiente que se ha creado: «Sí, hay mal rollo. Hay gente que ha dejado de hablar a otra y la verdad es que es una verdadera pena que esto suceda».

Francisco Javier Cañas, panadero y pastelero de El Rancho de la Aldegüela.Francisco Javier Cañas, panadero y pastelero de El Rancho de la Aldegüela. - Foto: Rosa Blanco

Para María Ángeles y Mari Mar, los días pasan muy lentos. «El último día que trabajamos fue el 16 de marzo de 2020. Al principio piensas que te va a servir para descansar, pero ahora somos un cero a la izquierda y encima nos vienen gastos por todos los lados. Es un cúmulo de cosas», insisten, deseosas de reincorporarse a sus puestos de trabajo y sin entender por qué la cafetería continúa sin recuperar su ritmo normal, a pesar de que a los pacientes se les permite contar con acompañantes y estos necesitan el servicio. El bar más cercano al hospital está a casi un kilómetro.

EN CASA. A trece se encuentra, mientras, el complejo hostelero en el que trabaja Francisco Javier Cañas. «O trabajaba porque ya no sé ni qué decir», señala este panadero y pastelero de 58 años. Con la declaración del Estado de Alarma, el Rancho de la Aldegüela cerró sus puertas y aunque sobre todo este verano ha recuperado las bodas y las comuniones –sus principales fuentes de negocio– Francisco Javier y otra compañera que se encargan de la fabricación del pan y de los postres siguen en su casa a la espera de la ansiada llamada que les permita recuperar su vida anterior a la pandemia.

«Es que yo ya no sé si habré perdido el punto con las masas», bromea Francisco Javier, al pie de los obradores desde que era un adolescente: «Eché los dientes entre la harina». Primero en la etapa de la Pastelería Acueducto de Ángel y Vicente Antona y, más tarde, en Marín, Molinga, El Rancho... Ahora, sin embargo, el tiempo se lo llevan sus aficiones: pasear y acudir a la escuela de dulzaina de Segovia, donde «da gusto ver a los chavales que tenemos», según presume. Intenta mantener la cabeza ocupada para no dejarse consumir por preguntas que al menos para él no tienen respuesta de momento.

El anuncio del Gobierno hace unos días de que los ERTE se prorrogarán hasta el 28 de febrero le animó a llamar a su empresa para preguntar sobre su futuro. «Es la segunda vez que me pongo en contacto con ellos –la primera fue en mayo–, pero la respuesta es siempre la misma: que lo están estudiando», relata. Su frustración aumenta al ver Segovia repleta de turistas este pasado Puente del Pilar y al comprobar que los miles de segovianos que llegaron a estar afectados por los ERTE ya solo son unos pocos centenares. «Es que siempre he estado activo. Nunca he pasado por el paro», subraya.

Sus circunstancias personales contribuyen a multiplicar la angustia. Su mujer sufre una enfermedad y se encuentra ingresada en una residencia. «Nuestra situación económica es complicada, porque hay que pagar la residencia, pero seguimos luchando», dice con una entereza que no da la sensación de haber menguado a pesar del deterioro físico sufrido. Aunque hace ejercicio, ha perdido peso: «Ando bastante, pero igual cuando vuelva lo paso mal por la inactividad después de tanto tiempo». Las acciones de formación que el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha anunciado que tendrán que llevar a cabo quienes continúen en ERTE le mantienen alerta, pero de momento no sabe cuándo comenzarán.

Su prioridad, en cualquier caso, es regresar a los fogones. «Mentalmente es bastante duro porque tienes una incertidumbre tal que no sabes qué puede pasar contigo, con tu vida y con tu forma de vivir. Ahora mismo veo que no tengo nada asegurado mi puesto de trabajo y por lo tanto mi futuro. Además, con tanto tiempo en casa y sin otra preocupación, te da por pensar de todo. Seguramente estaré equivocado en muchos de mis pensamientos, pero es bastante complicado. Ni estoy en paro, ni estoy trabajando y mientras veo cómo avanza la recuperación. Al final lo que te planteas es si continuas siendo apto», reflexiona.