"Poder celebrar los misterios sagrados supera lo humano"

A.M.
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Lucas Aragón Olmos, párroco de Santa Eulalia, celebra este año las bodas de oro sacerdotales después de haber ejercido en varios municipios de la provincia

Lucas Aragón durante la celebración de la misa en la parroquia de Santa Eulalia - Foto: Rosa Blanco

Cuando los próximos que cumpla sean los 75 años,  sin que se proponga dejarlo –«hasta que pueda y el Señor quiera»–, el párroco de la iglesia del barrio de Santa Eulalia, en la capital, Lucas Aragón Olmos, celebrará las bodas de oro sacerdotales el 9 de julio, al cumplirse los cincuenta años de su ordenación como sacerdote, en 1971, en su localidad natal de Aguilafuente.  Hoy tiene presentes las palabras del obispo Antonio Palenzuela en aquel momento:  «El Señor que comenzó en ti la obra buena, Él mismo la lleve a término». 

Con una mirada «muy agradecida al Señor, que me ha ido llevando de la mano»,  al hablar de las satisfacciones que le ha ofrecido su vocación asegura que «celebrar los sagrados misterios supera lo humano, te hace sentir pequeño ante algo tan grande; y luego poder conectar con gentes sencillas que eran los que mejor entendían siempre todo esto, el mundo del dolor, de los enfermos,  es donde más cercano estuve y es donde veía el rostro del Señor, sufriente».

Hombre muy cercano al mundo rural y a los enfermos,  se sintió muy unido a Palenzuela quien, agonizando la dictadura franquista, sufrió un accidente de tráfico tras regresar de visitar a los curas presos en la cárcel de Zamora.  Muy próximo a las tesis del cardenal Vicente Enrique y Tarancón,  estuvo a punto de ser procesado por unas declaraciones sobre la situación en las que se encontraban los recluidos. Fue este recordado obispo, que ejerció en Segovia entre 1970 y 1990, quien respaldó el trabajo en equipo con otros sacerdotes de Lucas Aragón: «A nosotros nos han guiado las palabras de Jesús: nos envió de dos en dos, es algo que ha marcado nuestra vida, tener todo en común y según las necesidades nos íbamos repartiendo las cosas»,  recuerda ahora con cierta nostalgia de sus primeros momentos en el trabajo pastoral por Boceguillas, donde llegaron a atender 15 municipios, Gomezserracín, Cuéllar o Nava de la Asunción. 

Aragón vivió de lleno la transición: «Ha cambiado todo, la misma Iglesia de Segovia tenía muchos sacerdotes y ahora somos muy poquitos; se había celebrado el Concilio, pero como si no hubiera llegado del todo a las gentes, y nos tocó ir cambiando con mucha lentitud, con un gran respeto a la gente, las tradiciones están marcadas por una religiosidad muchas veces desconocida, al mismo tiempo que respetando hay que tratar de actualizarlo, eso siempre nos ha costado», subraya.  

Allá donde pastoreaba su actitud fue siempre «muy respetuosa con los vecinos, tratando de no ofender con nuestra presencia a nadie ni dejarte llevar por cualquier cosa, don Antonio favoreció que ejerciéramos el sacerdocio en equipo, vio que ya lo éramos siendo seminaristas, todo esto fraguó en el ejercicio del Ministerio de manera nueva, no siempre entendida ni por el mismo clero, él sí lo entendía, él sí que nos llevó en muchos momentos a decir esto es lo que quiere el Señor en cada momento», subraya.

Tiene un recuerdo especial para el mundo rural,  donde se ha movido la mayor parte de su vida, hasta que llegó a Segovia, en 2012: «Es muy diferente, luego cada pueblo tiene su propia identidad, por ejemplo, núcleos muy pequeños, algunos con ocho o diez habitantes, llegar a Cuéllar que es la parroquia mayor de la Diócesis,  más grande que las de Segovia, moverte en esas situaciones en medio de cambios políticos,  cómo les afectan a la gente de los pueblos, parece como si les fuera impuesto todo (...);  tú no estás ni con unos ni con otros, eres el sacerdote de todos, esto parece muy fácil decirlo, pero  no sencillo vivirlo en las circunstancias que hemos estado atravesando desde los años setenta del siglo pasado».   

Hijo de una familia humilde –su padre era sereno y contaban con algunas tierras de labor– sintió cierta inclinación por el sacerdocio, lo que a su progenitor le preocupó por cómo iban a afrontar económicamente enviarle al Seminario, aunque su madre terció en la conversación: «haremos lo que podamos».  Le animó también el maestro de su pueblo y le atraía el culto –aún recuerda cómo cantaba el cura de Aguilafuente–,  iba al rosario y se quedaba rezando, aunque no tiene claro que rezaría en aquellos años. Todo esto fue el germen, hace ahora medio siglo. 

Ha sufrido directamente la pandemia aunque lo realmente doloroso para él ha sido «decir a la gente que no venga a la iglesia,  pues eso nos ha pasado, esto deja una huella en ti y creo que también en ellos».  Lucas Aragón habla con tristeza del «aislamiento de las personas, unas formas de vivir como si fuésesmos repelentes unos para otros, la sociedad nos ha ido metiendo a cada uno en casa, es muy doloroso».   También ha sido testigo de «enfrentamientos entre vecinos, eso lo he vivido  en otros momentos, era también un problema muy serio, no llevaba consigo la vida pero sí ser excluidos de sentirse normales en el pueblo porque la gente en esto somos muy rígidos, marcamos enseguida los que son de ciertas ideologías o tendencias».   

Después de Palenzuela, los obispos Luis Gutiérrez,  Ángel Rubio y  César Franco, en la actualidad,  que pastorearon la diócesis segoviana,  fueron para este párroco «la familia en la que descubría el lugar y el modo de servir»  y tratando de ser útil a los demás a través del desempeño de su vocación ministerial aunque, como reconoce, «poco puede esperar uno ya».