Valentina se lleva los aplausos más sinceros

Ángel A. Giménez (EFE)
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Una veterana trabajadora del Congreso, que se encargó de limpiar la tribuna tras cada intervención, se convierte en la protagonista de la sesión más atípica de la democracia

Valentina se lleva los aplausos más sinceros - Foto: Mariscal

Apareció ayer Valentina con la cara cubierta por una mascarilla y sus manos enfundadas en guantes, y con un paño limpió la tribuna de oradores del Hemiciclo vacío. Hasta el Congreso es ya parte de esta distopía del coronavirus. Un Hemiciclo fantasma como las ciudades de España. Sin ruido. Sin bullicio. Pocas imágenes tan potentes para medir el tamaño de la crisis sanitaria que esta Cámara vacía y  triste, en el que en sus mejores días caben 350 diputados más los senadores.

Apenas 40 personas acompañaron a Pedro Sánchez en el Palacio de la Carrera de San Jerónimo.  Carmen Calvo, Fernando Grande-Marlaska, José Luis Ábalos, Margarita Robles y Salvador Illa, el núcleo duro del Gobierno en esta crisis, ocupaban solos la bancada azul. Seis parlamentarios del PSOE, separados entre ellos por dos o más escaños, llenaban los escaños socialistas. Gabriel Rufián completamente solo, casi como Aitor Esteban una hilera debajo en el centro del Hemiciclo. Por arriba, dispersos, Tomás Guitarte (Teruel Existe) o Íñigo Errejón (Más País). Separados estaban los diputados del PP y los tres de Vox, alguno con guantes y mascarilla. Y en la Mesa, con la debida distancia de seguridad, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, y cuatro integrantes más. Dos letrados fuera de plano, así como el secretario general de la Cámara y la taquígrafa, un ujier y dos fotógrafos, completaron el escaso pasaje de una sesión histórica.

Las primeras cinco palabras del presidente no se oyeron en las televisiones, un fugaz error técnico que fue como un amago de distopía: solo faltaba que en un Congreso sin diputados compareciera un presidente sin palabras. Pero fue justo lo contrario. El socialista protagonizó una intervención inicial de algo más de una hora en un debate que superó las cinco.

Fue pasadas las 10,00 horas cuando irrumpió por primera vez Valentina Cepeda. Desinfectó los micrófonos, el atril y los agarradores de las escalerillas, y volvió a su sitio. Intervino Pablo Casado y Valentina limpió otra vez; después de Iván Espinosa de los Monteros, Valentina allí fue; y así cada vez que alguien esparcía al hablar microscópicas gotitas de saliva que a saber qué son.

Pedro Sánchez fue el primero en felicitarla, luego Pablo Echenique y, poco más tarde, Rufián. Valentina, quizá sin saberlo, ya era famosa. Una veterana trabajadora en el Congreso que se convirtió  en una persona admirada por toda España. 

En las películas sobre distopías hay héroes pequeños y héroes grandes. Valentina puede que sea ambas cosas, como el ujier que dejaba el vaso lleno de agua después de cada intervención; o la taquígrafa, sola en su mesita; o como el realizador que dio señal a todas las televisiones. 

Por lo demás, el Pleno con una calma inusual y con un grado de respaldo al Gobierno aún más inusual. Hasta Vox apoyó algunas medidas. Prevaleció durante toda la jornada, independientemente de quién estuviera en la tribuna, un lenguaje preocupante, pues la situación lo es. Este virus no entiende de territorios ni de ideologías, repitió el líder del Ejecutivo. Y es que el COVID-19 ha alterado por completo la vida de todos. Esta distopía será coyuntural, sin duda, pero la historia la recordará siempre. Igual que rememorará que un 18 de marzo de 2020 un Congreso casi vacío escuchó a un presidente explicar un estado de alarma. Y los que lo vivimos, aunque en la distancia, recordaremos para siempre a Valentina.