El rey del muladar

Sergio Arribas
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La 'carnaza' está esparcida a escasos metros del escondite fotográfico. De repente, un buitre y una docena de cuervos huyen espantados. Han detectado al águila imperial ibérica, que impone su ley en el muladar de Arroyo de Cuéllar.

Un joven águila imperial -pajizo imperial-, en uno de los postes colocados en el interior del muladar de Arroyo. - Foto: Rosa Blanco

En el ‘Mar de Pinares’, a cuatro kilómetros de Arroyo de Cuéllar, en mitad del bosque, se encuentra el muladar, donde cada día sus propietarios, Juan Antonio García y Angélica Muñoz, depositan los cadáveres y despojos de las piezas de sus naves ganaderas. El recinto surgió como alternativa a la obligada incineración de los restos de sus dos explotaciones, de pollos y ganado ovino, y, al mismo tiempo, como solución a la «hambruna» que padecían los buitres que pueblan este territorio de la provincia de Segovia.

Muy pronto, los dueños de ‘El Navazo’ se dieron cuenta de que el muladar suponía un recurso turístico de primer orden, especialmente para los amantes de las aves y fotógrafos de naturaleza; para quienes diseñaron un ‘Hide’ o ‘escondite fotográfico’, desde donde poder contemplar, en contacto directo, a escasos metros, el comportamiento de rapaces, carroñeras, córvidos y pequeñas aves que inundan este privilegiado rincón de la comarca de Cuéllar.

El muladar se construyó hace dos años y medio y ‘el escondite’ un año después, un proyecto que fue subvencionado por el grupo de Acción Local Honorse-Tierra de Pinares, como una actividad de «gran interés turístico y relacionada con la educación ambiental».

Buitre captado en el interior del muladar de El Navazo.Buitre captado en el interior del muladar de El Navazo. - Foto: Manuel Calabuig

Juan Antonio, ganadero desde hace 20 años, y que se crió, según dice, «con los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente» espera a los visitantes, junto a su esposa Angélica, a las puertas de sus naves. En su todoterreno les trasladan, por el pinar, a través de un camino angosto, hasta el muladar, situado a escasos dos kilómetros de las naves. Es un recinto singular por encontrarse en una zona boscosa y ser de gestión privada, a diferencia de los que existen en Escarabajosa, Cantimpalos o Sangarcía, de titularidad de la Junta de Castilla y León, aunque gestionados por el Colectivo Azálvaro. Esta entidad conservacionista de El Espinar asesoró en su día a Juan Antonio y Angélica y aún siguen colaborando con ellos, al igual que entidades como Seo/Birdilife, para garantizar el buen funcionamiento del muladar y la protección de la población de aves de la zona, algunas en peligro de extinción, caso del milano real.

El muladar es un recinto cercado para impedir el paso de animales carnívoros terrestres, caso de lobos, zorros o perros salvajes. Está divido en dos zonas, la ‘parte sucia’, donde se hacen aportes de carnaza cuando no hay visitas y la delantera, la fotografiable, hacia donde se orienta el ‘Hide’ o ‘escondite’. Es una pequeña caseta de madera acristalada en su parte frontal con un ‘espejo espía’, que hace invisible a las aves la presencia de intrusos.

«Teatralizado». «El muladar está un poco teatralizado», explica Juan Antonio. Hace referencia a un pequeño terraplén —que impide visualizar la valla metálica del perímetro—, la incorporación de cañizos para ensombrecer el recinto y, sobre todo, los posaderos artificiales para las aves; mientras que en los pinos de alrededor se han habilitado algunas ramas destinadas específicamente para los ejemplares de águila imperial ibérica, «que son las que más les cuesta entrar».

Juan Antonio y Angélica depositan los despojos que servirán de cebo para atraer la presencia de las aves.Juan Antonio y Angélica depositan los despojos que servirán de cebo para atraer la presencia de las aves. - Foto: Rosa Blanco

El recinto también se diseñó «estrecho y largo» y entre pinos, para imposibilitar la entrada de muchos buitres y facilitar la llegada de otras especies como el águila imperial o el milano real.  El ‘escondite’ es utilizado tanto por amantes de la naturaleza interesados en el avistamiento de aves como por fotógrafos profesionales. 

Juan Antonio suele dejar a los visitantes en el ‘hide’ sobre las ocho o nueve de la mañana y concertar una hora para recogerles. Como quiera que las aves, salvo los córvidos, adolecen de olfato, aunque tienen un fuerte desarrollo del sentido de la vista y del oído, es clave permanecer en silencio en el escondite. 

Horas de espera. «Aunque no te pueden ver, con cualquier ruidito huyen», explica Angélica. Es más, los fotógrafos de naturaleza, que pueden llegar a permanecer hasta ocho horas pendientes de la llegada de las aves, se llevan agua y comida y hasta botellas de plástico vacías para orinar.
«Todo es esperar. Un día puedes venir y estar todo esto lleno de buitres —en alguna ocasión se han llegado a reunir hasta 60 ó 70 en el muladar de Arroyo— y otros días que no entre un solo bicho, espantados por la presencia de cazadores o recolectores de setas», asegura Juan Antonio, momentos antes de esparcir unos 35 kilos de carne, frente al escondite, al que acaban de acceder un redactor y una reportera gráfica de El Día de Segovia.

Un grupo de córvidos, en uno de los pinos que rodean el recinto.Un grupo de córvidos, en uno de los pinos que rodean el recinto. - Foto: Rosa Blanco

Unos córvidos —grajillas, cuervos y urracas— son los primeros en sobrevolar el muladar. Se posan en los pinos cercanos, alguno en los postes artificiales. Van y vienen, hasta que uno se decide a bajar, no sin cierta desconfianza, para ‘enganchar’ un pequeño trozo de carne y emprender a continuación el vuelo. De repente, aparece un buitre de apreciables dimensiones, que se posa en lo alto de un pino. A través de las plumas de los cuervos —que brillan por reflejo del sol— los buitres detectan la presencia masiva de los córvidos y, en consecuencia, la carroña. El buitre bate sus alas y observa a su alrededor. En lo alto del árbol permanece una media hora, hasta que, de forma súbita, emprende el vuelo y desaparece. Las grajillas y cuervos que le acompañaban en otros árboles cercanos huyen también casi en estampida. 

El éxodo tiene explicación. Al instante aparece un joven ejemplar de águila imperial ibérica, que aterriza en un poste artificial, a escasos diez metros del ‘escondite’. Comienza a emitir unos ‘ladridos’ (oc-oc-oc), que recuerdan a los graznidos del cuervo. No pasan diez minutos y se descubre la incógnita. Es otro ‘pajizo de imperial’ —las águilas imperiales jóvenes de entre uno y dos años— que vuela hasta alcanzar a su compañero para expulsarle del lugar donde permanecía posado. Parece una pelea por el territorio. Instantes después las dos aves abren sus alas —de casi dos metros de longitud—, despegan y desaparecen.

«Habéis tenido la suerte de los novatos», nos comenta Juan Antonio, en alusión al avistamiento de la especie tras apenas dos horas de permanencia en el escondite. «Son muy reacias a entrar hasta que no pasa bastante tiempo. Es complicado fotografiarles», añade el ganadero; mientras Angélica precisa que «aquí es más fácil ver buitres, que son espectaculares, que águilas imperiales, porque si están ellas no dejan entrar a nadie, se han hecho los dueños de la zona». El águila imperial es el rey de este muladar. 

El joven águila imperial ibérica, la especie que impone su ley en el muladar.El joven águila imperial ibérica, la especie que impone su ley en el muladar. - Foto: Rosa Blanco

«Muchos —añade Juan Antonio— han venido a comer cuando eran polluelos y lo siguen haciendo de jóvenes. En dos o tres años podremos tener aquí una colección de imperiales adultas, ya con plumaje negro y hombros blancos».

Desde rapaces y carroñeras al pequeño petirrojo

Juan Antonio dispone de varias cámaras de foto-trampeo, las que ‘disparan’ cuando detectan movimiento. De forma ocasional, el ganadero las utilizó para descubrir la presencia de lobos en los alrededores de sus explotaciones ganaderas, de aves y ovino. Después le fueron útiles para visualizar las distintas especies de aves que entraban al muladar y comprobar si utilizaban los posaderos artificiales. El último propósito era garantizar a los «clientes» del recinto la presencia de las distintas especies de rapaces, carroñeras y córvidos que sobrevuelan ‘el mar de pinares’. En el muladar de El Navazo es posible contemplar rapaces como el águila imperial, el milano real, el milano negro, el busardo ratonero, el aguilucho lagunero y el azor. También carroñeras, caso del buitre leonado y el buitre negro y el alimoche. Habituales del recinto son también los córvidos, caso de urracas, rabilargos, grajillas y cuervos; además de pequeñas aves como el carbonero común, el herrerillo común, el mirlo, el estornino y el petirrojo.

Dos jóvenes águilas, captadas dentro del muladar, en una de sus frecuentes peleas por el territorio.Dos jóvenes águilas, captadas dentro del muladar, en una de sus frecuentes peleas por el territorio. - Foto: Rosa Blanco

«Mientras hay ganado en las explotaciones se suministra alimento diariamente, los cadáveres se recogen todos los días, sobre todo en la nave de los pollos y se depositan en el muladar», explica Juan Antonio García. Los cadáveres procedentes de la explotación de aves —los pollos— se destinan al muladar, mientras que los de ovino una parte se destinan a zonas de protección para la alimentación de aves necrófagas y otra al muladar de El Navazo.

Amantes de la naturaleza y fotógrafos profesionales

El ‘hide’ de Arroyo de Cuéllar es utilizado tanto por fotógrafos profesionales de naturaleza como por quienes desean pasar un rato en el avistamiento de las aves en su medio natural. Para ellos está disponible un material didáctico que les permite identificar las diferentes aves que acceden al muladar. Las tarifas dependen de los clientes. En fotografía profesional, una jornada completa en el ‘hide’ cuesta 90 euros una cámara y 170 euros si son dos. Para ‘no profesionales’, el precio es de 60 euros para dos personas, 85 euros si son tres y 100 euros si son cuatro, el máximo aforo permitido. 

Angélica y Juan Antonio, en el 'hide' o escondite fotográfico del muladar.
Angélica y Juan Antonio, en el 'hide' o escondite fotográfico del muladar. - Foto: Rosa Blanco