El grito de Latinoamérica lanzado desde Segovia

Nacho Sáez
-

Las protestas sociales que se extendieron por la mayoría de países sudamericanos marcaron 2019. Quienes lo vivieron desde Segovia pero tenían el corazón al otro lado del charco cuentan las causas y las consecuencias de este movimiento.

El peruano José Benjamín Vargas, la chilena Paula Martínez y la ecuatoriana Carolina Velasco se tapan un ojo, símbolo de las protestas en Latinoamérica. - Foto: DS

José Benjamín Vargas, Paula Martínez y Carolina Velasco posan para este periódico tapándose un ojo con la mano. Más que un simple gesto, se ha convertido en el símbolo de una revolución o como mínimo de un hartazgo con el que todo un continente «no está dispuesto a transigir más», según subraya Paula. Ella es chilena y miembro de una generación a la que las autoridades de su país han querido cerrar los ojos. Más de 200 jóvenes chilenos han perdido un ojo durante las protestas sociales que se iniciaron este pasado otoño. De ahí el gesto de simular un parche que se ha extendido por toda Latinoamérica como espejo de una población que ha dicho ‘basta’ y que ya es comparada con la Primavera Árabe.

Los movimientos surgidos en Chile, Bolivia, Colombia o Ecuador se pueden explicar solos o en conjunto. En Ecuador, la chispa que encendió el fuego fue el plan de austeridad decretado por el Gobierno a instancias del Fondo Monetario Internacional (FMI). Sin embargo, los problemas de fondo se pueden considerar todavía más severos. Aunque vive desde los 14 años en España, Carolina Velasco (ahora tiene 32) conoce bien las dificultades a las que se tienen que enfrentar sus compatriotas que no optaron como ella por emigrar o que no pudieron. «Un amigo que ha estado ahora por aquí dice que no quiere volver. Hay una revolución en todos los sentidos. Económica, social... Es una olla a presión provocada también por el problema de la inmigración venezolana y la falta de trabajo», explica esta quiteña (gentilicio de los vecinos de Quito) dedicada en estos momentos en Segovia al cuidado de sus hijos de ocho meses y dos años.

Está al tanto de la actualidad de su país y transmite la sensación de tener unas ideas políticas formadas sobre el pilar de un cierto conocimiento al menos de la historia. «Siempre nos han gobernado los herederos de los colonialistas y a ellos nunca les ha importado la población», arranca su análisis sobre unas protestas que en Ecuador han provocado más de 1.300 detenciones y cerca de medio millar de policías heridos. La eliminación de subsidios para combustibles, en virtud de los préstamos recibidos del FMI para aliviar la falta de liquidez nacional, encarna una de las causas de la insurrección. «Es que somos un país pequeño pero con petróleo, minerales, oro, café... ¿Cómo puede ser que estemos endeudados?», se pregunta Velasco, que llama la atención sobre otros aspectos que han terminado de soliviantar a la población ecuatoriana.

La dominicana Pura Felicia Martínez.La dominicana Pura Felicia Martínez. - Foto: DS

Uno es la inseguridad: «La delincuencia es grandísima, sobre todo en las grandes ciudades». Otro se refiere a otra de las medidas introducidas por el Gobierno, como ha sido la reducción a quince días de las vacaciones de los empleados públicos. «Es verdad que son cuestiones macroeconómicas, pero es complicado de entender. Los ecuatorianos no lo entienden. ¿Por qué no van contra los bancos?, se vuelve a preguntar esta joven, que reconoce su simpatía por el expresidente Rafael Correa en contraste con el actual. «Veníamos de años de crecimiento y Lenín Moreno nos está hundiendo en la miseria», zanja.

El desprestigio de las instituciones y de la clase política entre los ciudadanos constituye un denominador común en Sudamérica. En Perú, tierra natal de José Benjamín Vargas, está previsto que este próximo mes de enero se celebren las elecciones de nuevos congresistas. «En mi país la mecha es un poco más larga porque el Congreso está disuelto. Pero Perú no se libra, sólo hay un espacio de respiración creado por las circunstancias», apunta el presidente de la Asociación de Peruanos en Segovia y de la ONG Lampyca, que trata de simplificar las razones por las que Perú no se ha unido a la ola de protestas a pesar de que es visto como el tercero más corrupto de Latinoamérica, tal y como refleja un informe reciente de Transparencia Internacional.

Keiko Fujimori, una de las líderes políticas de Perú, es hija del expresidente Alberto Fujimori, que cumple la condena de 25 años de prisión que recibió en 2009 por la muerte y el secuestro de decenas de personas en diferentes hechos violentos ocurridos durante su Gobierno, en el marco de la lucha contra la guerrilla Sendero Luminoso. Él institucionalizó el estigma de la corrupción asociado al país. «Casi todos nuestros presidentes son corruptos porque las empresas transnacionales son las que mueven la política», reflexiona Vargas acerca de un ecosistema putrefacto que también han contribuido a alimentar los medios de comunicación. «Ha sido otro de los problemas que hemos sufrido. No hemos tenido una prensa libre, estaba confabulada con el poder», se lamenta el presidente de la Asociación de Peruanos en Segovia, que al menos celebra que las redes sociales «han dado un altavoz a los ciudadanos».

Un joven junto a una barricada en una de las protestas.Un joven junto a una barricada en una de las protestas. - Foto: Pablo Sanhueza

Bajo la consigna #LaMarchaMásGrandedeChile, se congregaron más de un millón de personas en Santiago de Chile y cientos de miles en el resto del país. «Una postal histórica generada por internautas anónimos que viralizaron la convocatoria», publicó el periódico El Universal. «Yo no me podía despegar del Twitter, Facebook e Instagram», cuenta Paula Martínez, que ha vivido estas protestas desde la distancia, desde Segovia. «Empezaron por un hecho puntual, como era que subieran el transporte público 30 pesos. Pero es que las ofensas de miembros del Gobierno de Piñera a la población eran constantes», recuerda. «Había subido la verdura y un ministro salió diciendo que la gente comprara flores, que eso sí que estaba bajando. Al final acabas sintiendo que te están tomando el pelo», añade.

En Chile se reproducen el resto de factores que condicionan la vida en Latinoamérica y que han desembocado en las revueltas. Entre ellas, las desigualdades sociales. «El uno por ciento de la población acapara el 99 por ciento de los recursos», remarca Martínez, que también llama la atención sobre una de las peculiaridades que han rodeado estas protestas: «Antes siempre se decía que eran cosa de los jóvenes, pero esta vez se levantó todo el mundo. Las pensiones son indignas, el sueldo mínimo está por debajo de 400 euros a pesar de que el coste de la vida es como en España... No se va a aguantar más esta situación».

La alegría que define el carácter de su gente es la tabla a la que se agarra Pura Felicia Martínez para tratar de mirar al futuro con optimismo, aunque reconoce que la asaltarían muchas dudas si tuviera la oportunidad de regresar a la República Dominicana, donde nació y donde tiene a casi toda su familia, incluidos dos hijos. «Hay mucha inseguridad», empieza. «En mi país se divisa con la moneda de Estados Unidos sobre todo. Somos un país rico, pero nuestros políticos no nos dejan avanzar. Hacen lo que les da la gana y hay mucha desigualdad, corrupción y desempleo. Lo único es que, aunque no tengamos que comer, hay mucha gente alegre y nos gusta bailar y reír. Es nuestra forma de llevar la vida», argumenta.

En la República Dominicana, las protestas se produjeron porque su presidente impulsó una reforma constitucional para optar a un tercer mandato. Un ejemplo más de este fenómeno que recorre Latinoamérica y que aspira a marcar un punto de inflexión. «No cambiará nada, pero es un precedente y nuestros hijos no nos podrán decir que no luchamos», esgrime el peruano José Benjamín Vargas. «En Chile hemos logrado que se vaya a reformar la Constitución que arrastramos desde Pinochet», interviene Paula Martínez. «Hay esperanza», concluye Carolina Velasco.