"Había que sacar al chico de ahí como fuera"

Nacho Sáez
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José Manuel Esteban, guardia civil del Seprona, acaba de recibir un reconocimiento por el rescate de un adolescente que se despeñó con un quad en Coca en agosto del año pasado.

El guardia civil del Seprona José Manuel Esteban muestra la mención honorífica recibida de la Junta de Castilla y León. - Foto: Rosa Blanco

Javier Díaz Molina. Es el primer nombre que José Manuel Esteban Pizarro quiere que aparezca en este reportaje. Este guardia civil del Servicio de Protección a la Naturaleza (Seprona) de Coca, premiado hace unos días por la Junta de Castilla y León en la entrega de medallas al Mérito de Protección Ciudadana, no se olvida de que su compañero Javier Díaz Molina estaba con él el día de agosto del año pasado en el que tuvieron que rescatar a un adolescente que se había despeñado con un quad por una ladera en las inmediaciones del río Eresma a su paso por Coca. «La mención honorífica que me han dado es para él y para todos mis compañeros. Estamos en el Seprona pero da igual. Cuando hay que ayudar al ciudadano, todos somos guardias», subraya.

Tiene 47 años y lleva la vocación de servicio público en la sangre. Es hijo y hermano de guardia civil y sobrino de policía nacional. «Si alguien tiene un problema en el pueblo, la gente llama a la guardia civil casi antes que al médico. Estamos para el ciudadano, no para denunciar y cohibir a la gente. A veces tienes que denunciar pero a nosotros también nos denuncian», remarca sentado junto a una mesa en la que descansa esa mención honorífica recibida de la Junta de Castilla y León por una intervención de la que le cuesta recordar algunos detalles: «Es que ha pasado casi un año y medio».

No se le ha borrado de la memoria cómo se desataron los acontecimientos aquel día. «Estábamos de servicio. Serían las ocho y media de la tarde y nosotros acabábamos la jornada a las nueve, pero el COS (Centro Operativo de Servicios) recibió una llamada sobre un menor que se había perdido. Salimos a buscarle y nos encontramos en el pinar con los padres, que nos dijeron por donde solía ir con el quad. Enseguida vimos que se había despeñado», cuenta. La escena que se encontraron les preocupó. «Se había caído por un cortado de unos veinte metros y estaba caído en el arroyo con el quad encima, las muñecas rotas, alguna costilla seguro también y sin cobertura en el teléfono móvil para pedir ayuda».

Este guardia y su compañero tuvieron que descender por sus propios medios la abrupta y extensa ladera que les separaba del chico. «Y también los servicios sanitarios. El río llevaba poco agua y era verano, pero no queríamos que se nos hiciera de noche. Te pones en la situación de la víctima y en los dolores que tendría. Había que sacar al chico de ahí como fuera», continúa su relato. Al final lo consiguieron, aunque antes tuvieron que conducir la camilla por el propio arroyo y subirla por la ladera: «Luego se hicieron cargo del caso los de Tráfico, pero entiendo que el chico tuvo que caer rodando con el quad porque si hubiera ido derecho… También tuvimos suerte de encontrarlo y de que fuera verano. Si llega a ser en invierno, no salimos».

Según su información, el adolescente se pudo recuperar de las heridas sufridas en el hospital. Después no ha vuelto a tener noticias de él ni de su familia, aunque no parece darlo importancia. «Actuaciones como esta se hacen muchas más veces de lo que parece», destaca. Ni siquiera a él ha sido la que más huella le ha dejado en su trayectoria, que arranca hace treinta años: «Me marcó mucho un rescate a un señor que llevaba dos días perdidos en la montaña palentina, y en Segovia un chico que nos llamó porque tenía un problema y se suicidó delante de nosotros».

La experiencia de tantos años de ejercicio profesional ayudan a construir un caparazón. «El hábito hace al monje», dice este guardia civil criado en los años duros de ETA en un cuartel de Navarra: «Mataban a un guardia y era casi normal. También te marcaba ir al colegio o al instituto siendo hijo de un guardia civil». A pesar de esas condiciones difíciles, el escudo de las fasces romana y la espada iba a formar parte de él ya toda su vida. «Me acuerdo de las cabalgatas de Reyes ahí en el cuartel de Navarra. Cogían a los caballos de los guardias y estos salían vestidos de Reyes».

Ahora su trabajo le apasiona. En esta época del año, los robos de piñas y la caza furtiva ocupan una parte importante de su tiempo, pero lo disfruta. «Es que me gusta. Quizás lo más duro sea cuando nos tengamos que jubilar y no podamos seguir ayudando a la gente», señala. El reconocimiento recibido ahora ha sido el primero de su carrera. En la entrega, «emocionante», le acompañó su familia y recibió muchas felicitaciones: «La que mas ilusión me hizo fue la de mi compañero Javier». Sobre la intervención concluye que «no sentí que me estaba jugando la vida». «En ese momento no se tienen nervios, lo haces sin querer. Cualquier persona ayudaría a otra y hay compañeros que han hecho actuaciones mejores», zanja.