Infancias rotas

Agencias-SPC
-

Los más pequeños son las grandes víctimas de una crisis humanitaria que obliga a muchos de ellos a trabajar o sufrir un matrimonio forzoso

Los niños suelen ser el colectivo más débil y más vulnerable en las guerras y las crisis humanitarias. Y en Afganistán, donde el conflicto bélico se ha extendido durante décadas y los menores de 18 años no han conocido la paz, no son una excepción. La llegada de los talibanes al poder no han puesto fin a la precariedad y las familias empobrecidas se ven obligadas a tomar medidas desesperadas, como el matrimonio infantil o animar a sus hijos  a que trabajen. Y la llegada del invierno no hace más que empeorar la situación.

Sameer, de solo ocho años, vende chicles en el parque de Shar-e-Now en Kabul por menos de dos dólares al día, y aunque lleva consigo un bate para jugar al críquet cada vez que tiene un momento libre, su meta es reunir el dinero suficiente para ayudar a pagar el alquiler de casa, comer, y soñar con convertirse algún día en ingeniero.

La muerte de su padre, un miembro del Ejército afgano, en un ataque suicida en la provincia norteña de Baghlan, obligó a su madre a mudarse con la familia a Kabul en busca de una oportunidad. «No puedo ir a la escuela todos los días porque tengo que venir a vender chicles y ganar dinero para mi familia. Perdí a mi padre en un ataque suicida. Somos dos hermanos y tres hermanas que vivimos con mi madre. Amo a mi familia y trabajo para ellos», explica. Como su casa «no es buena», afirma, quiere llegar a ser algún día «ingeniero para construir edificios altos».

Pero el caso de Sameer no es único. Otros menores se ven empujados también a aportar algo a los ingresos familiares, aunque tengan que trabajar como él durante horas interminables o realizar largas caminatas al caer la noche para regresar a casa.

«Mi padre es discapacitado y mi hermano mayor es limpiabotas, somos nueve miembros de la familia y vivimos en una casa de alquiler, así que tenemos que trabajar», asegura Kameen, otro niño que trabaja en la calle. Repitiendo aparentemente lo que escucha a los mayores, espera que la ayuda internacional regrese pronto para apoyar a su familia, después del corte del flujo financiero general coincidiendo con la llegada de los talibanes al poder el pasado 15 de agosto. Así podrá ir a la escuela, jugar al críquet y convertirse en médico. «Me gustaría ser jugador de críquet como Rashid y Nabi», indica, nombrando a las dos estrellas de este deporte en Afganistán.

 

Sin más opciones

Limitada por las estrictas normas sociales que le impiden salir sola a la calle o acercarse a hablar con extraños, a Shaima le acompaña su hija de cuatro años para pedir limosna a los transeúntes. «No es bueno salir de casa sola, por eso tengo que traer a mi hija conmigo, me duele ver a mi hija mendigando ¿pero qué puedo hacer? Tengo seis miembros en la familia y mi marido está enfermo y en cama, así que no tengo otra opción», relata.

La pobreza no solo aumentó el trabajo infantil y provocó el aumento de la deserción escolar, además se ve reflejado en un mayor número de matrimonios infantiles.

Abdul Malik entregó a su hija de nueve años después de ser incapaz de devolver una deuda de unos 2.000 dólares que pidió para un negocio de cría de animales que no prosperó. «En realidad no tenía intención de vender o dar a mi hija en matrimonio, pero pedí prestado dinero para poder ganarme la vida y no conseguí devolverlo. El prestamista me obligó a pagarle. Entonces me dio la opción de darme más dinero y llevarse a mi hija. No tuve otra opción más que aceptar», reconoce Malik.

En la cultura afgana y en el islam, el matrimonio infantil o la venta de niños están prohibidos y están considerados un delito. Pero «cuando no tienes otra posibilidad para asegurar la supervivencia de la familia, la única opción es esa», asegura. No tuve alternativa, insiste, pero «juro que no iba a dar a mi hija para casarla, solo tiene nueve años», lamenta.

De acuerdo con Unicef, los casos de matrimonio infantil en Afganistán están aumentando, con incluso información creíble de familias que ofrecen hijas de tan solo 20 días de vida para futuros matrimonios a cambio de dinero.

Y la situación aún puede empeorar. Con la llegada del duro y frío invierno afgano, casi 14 millones de niños se enfrentan a problemas para acceder a alimentos y más de un millón podrían morir de desnutrición aguda severa si no llega de manera urgente ayuda a un país donde las consecuencias de la guerra siguen en vigor 20 años después.

ARCHIVADO EN: Afganistán, Kabul, Unicef