"La diversidad del Estado español desaparece a la hora de mangar"

María Albilla (SPC)
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"La diversidad del Estado español desaparece a la hora de mangar" - Foto: Iván Giménez

Transbordo a Moscú suena más a última parada que a continuación del viaje. Desde luego es el final del trayecto para la trilogía que el escritor Eduardo Mendoza (Barcelona, 1942) comenzó en 2018 con El rey recibe y continuó un año después con El negociado del yin y el yang, pero sabe también a despedida de una larga carrera en la que todo podría estar ya contado.

Con el ocaso del siglo XX, el autor decide dar descanso a un Rufo Batalla casado con una rica heredera, más asentado, más tranquilo, y más parecido a él, no solo por cómo es sino por el tiempo que habita y los hechos históricos que transita y que enmarcan el peculiar periplo con el príncipe Tukuulo, que ve su oportunidad de reinar en Livonia tras la caída del muro de Berlín. Una historia en la que está garantizada la marca de la casa Mendoza: un fino sentido del humor, una prosa amena y una buena carga de ironía.

 

La ironía y el humor marca de la casa están tan presentes como siempre en esta historia. ¿El humor es su manera de relacionarse con el mundo?

Es mi manera de ser. Hay personas que ven el mundo desde un punto de vista ceñudo y muy enfadados. Y a mí las cosas, incluso las más dramáticas, me dan un punto de risa. No puedo evitar esta mirada sobre el mundo y sobre mí mismo sobre todo. Cada mañana me miro al espejo y pienso ‘vaya por dios...’. Al final el resto del día viene condicionado por esa mirada. El humor debe estar en mi ADN. Creo que lo está en el de todo el mundo, en mayor o menor grado. Lo que sí es cierto es que yo lo incorporo voluntariamente a todo lo que escribo, es parte del relato desde el presupuesto de lo que hago.

 

Ha escrito parte de este libro confinado. ¿No ha sido complicado buscar ese punto en una situación tan compleja?

Cuando uno escribe sale del mundo y entra en otro paralelo que no tiene contacto con el anterior. La prueba es que van pasando los días, le pasan cosas, pero, sin embargo, la escritura es continua. Hay que hacer este ejercicio.

Me he dado cuenta, ya a toro pasado, de que al haberlo escrito durante la pandemia esa sensación de angustia que trataba de dejar fuera cuando entraba en el libro, seguía en realidad en algún rincón y ha hecho que la historia sea menos disparatada, más reflexiva.

El confinamiento ha sido muy bueno para la escritura porque no tenía otra cosa que hacer, la verdad, pero los acontecimientos exteriores han sido muy complicados.

 

Dedica buena parte de la novela a la vida familiar de Rufo en favor de la acción. ¿Por algo en concreto?

Es la evolución natural del personaje. En la primera entrega es un jovencito que intenta abrirse camino en la vida, en la segunda es un hombre con un trabajo y con sus aventuras y en esta tercera es una persona más asentada que asume responsabilidades, que forma una familia... un poco la vida de la mayoría de las personas y un reflejo también de la mía. Es el hasta aquí ha llegado la juerga ahora es momento de calmarse. No renuncia a la golfería, pero ya no es el eje de su vida.

 

¿La historia de Transbordo a Moscú tiene más de autobiografía o de crónica del desencanto de las últimas décadas del siglo pasado?

Es una mezcla de todo. He ido pasando de unas cosas a otras... Esta vez no quería escribir una novela más. Quería cerrar mi escritura y recordar los momentos que he vivido, pero no en forma de memorias o de crónica sino con un personaje que no soy yo, que le pasan cosas que no me han pasado a mí, pero que vive esos episodios de la segunda mitad del siglo XX y que son los que yo he vivido también.

En las anteriores novelas de la trilogía había sucesos de transformación de las ciudades, de movimientos sociales, de hechos históricos como la guerra de Vietnam... pero en este caso son la Transición española, la caída del muro de Berlín y la fragmentación de la Unión Soviética, la aparición de los ordenadores personales, ciertos adelantos científicos... Rufo Batalla; que bien es cierto que yo no me casé con una rica heredera y me pude dedicar a vivir de la renta ni he sido espía, vive como lo he hecho yo la transformación de Viena, de Berlín, del Londres victoriano en el Londres moderno, la de Barcelona con los Juegos Olímpicos y esa Transición y el posterior desencanto y balance que estamos haciendo ahora.

 

La trama recorre varios emplazamientos, entre ellos esa ciudad de los prodigios. ¿Cómo ve hoy Barcelona, su ciudad natal, y esa transformación que su día usted mismo miró con dudas?

Las ciudades tienen personalidad propia, como las personas. Pueden variar, cambiar de carácter, aplicarse un poco de cirugía estética... y convertirse en animadas o puede pasar lo contrario. París era imprescindible en los siglos XVIII-XIX, pero luego se queda un poco marginada. Bonita de visitar, aunque... ¿quién piensa ahora en la gastronomía francesa, por ejemplo?

Barcelona era una ciudad con un interés relativo, pero se juntaron varios fenómenos como los Juegos Olímpicos, que la modernizan. Aquello coincidió con un momento de cambio en el modelo de entender las ciudades, cuando empiezan a despertar interés turístico, no tanto los monumentos, como la vida. Arranca el turismo de masas y resulta que Barcelona está puesta al día y todo la favorece... Tiene un éxito tremendo, pero también paga un precio por ello y se convierte un poco en un parque temático para el turismo. Ahora, con la pandemia, se ha vaciado y uno pasea estos días por un desierto porque está todo cerrado.

 

Habla de la Transición como una época positiva de cambio y de diálogo. ¿Cree que sería útil recuperar ese espíritu en la actualidad?

El diálogo, el entendimiento, la búsqueda de soluciones comunes que beneficien a todos es siempre positivo. Buscar el conflicto no conduce a nada. Lo que pasa es que creo que a veces es inevitable que haya enfrentamientos y pienso que el conflicto también ayuda a avanzar porque obliga a buscar soluciones a problemas nuevos, no quedarse anquilosados en una cosa que perpetúa lo bueno, pero también lo malo.

Quizá sí que estamos viviendo en la actualidad una época crítica y parece preocupante que no se aprecian las ganas de solucionar nada. Cualquier aspecto se aprovecha con fines sectoriales y no se ve motivo para el optimismo. Lo que sí creo es que el debate que se está llevando a cabo ahora mismo en el terreno político es de muy bajo nivel. Los argumentos no son convincentes y hay una especie de vacío intelectual y de insulto barato, de pelea tabernaria, que no nos merecemos. Nos merecemos más. La función no tiene por qué ser a nuestro gusto, pero nos merecemos mejores actores.

¿Qué le ha decepcionado más de todos esos momentos que recorre de la segunda mitad del siglo XX?

No le doy demasiada importancia al balance final porque no creo que tengan que dar con un martillo en la mesa para dictar sentencia sobre el siglo XX... Al final ha habido un poco de todo, bueno y malo, y el balance de lesa época creo que es positivo. Ha habido muchos movimientos sociales importantes, España se transformó después del franquismo con esa Transición que, con todos sus defectos fue mejor de lo que todos pensábamos que iba a ser, pero luego vino el tío Paco con la rebaja. Aún así vivimos en un país que está muy bien en todos los aspectos. Y como esta trilogía coincide con el final de esa centuria y con el de mi trayectoria como escritor y, probablemente, como persona, porque voy teniendo una edad, pues pienso que ha habido más cosas buenas que malas. Otras generaciones no han podido decir lo mismo y yo creo que la mía puede estar bastante contenta.

¿En qué se parece la España de hoy a esa España de la segunda mitad del XX que usted ha conocido tan bien? ¿Hemos cambiado mucho?

Yo me temo que no, que tenemos una serie de factores humanos que hacen que seamos lo que somos y que pasen las cosas que pasan. La diversidad del estado español desaparece a la hora de mangar y chorizar. He vivido muchas etapas. La inmediata posguerra, el largo período soporífero del franquismo, la Transición y la postransición en la que estamos ahora. Comparado con la primera parte, la segunda me parece buena. Es muy difícil que por mal que se pongan las cosas lleguen a estar como cuando yo era joven o niño. Tengo recuerdos muy vivos de cárcel, de exilio, de represión y opresión.

Ahora vivimos en una sociedad un poco indignante, pero tampoco hay que rasgarse las vestiduras. El presente cambia la visión del pasado. Yo creo que el franquismo, que todos pensábamos que era culpa de Franco, ahora me parece que una buena parte de España era así y que Franco lo que hacía era conducir ese autocar lleno de mangantes. Desaparecido el dictador hay muchas cosas que siguen igual y que ya estaban antes. Tenemos estos defectos y otras cualidades. Yo he vivido en varios sitios y son lugares que pasan por ejemplares en cuanto a libertad, democracia, organización, trabajo... Y no son mejores que España. Francamente, la vida allí es desde luego menos agradable.

¿Descartamos un nuevo proyecto entonces a raíz del efecto 2000?

De momento está descartado. Igual me da un ataque... pero preferiría que no sucediera tanto por mi trayectoria como por el tiempo en que transcurriría. Yo soy un hombre del siglo XX. Para escribir sobre este me falta perspectiva histórica, creo que a todos nos pasa. No sabemos cómo enjuiciar estos años que han pasado. Algunas cosas sí parecen marcar el siglo XXI. Algunos dicen que empezó con el ataque a las Torres Gemelas, que marcó el juego político de las fuerzas internacionales, pero más importante que eso es la informática y que todos vayamos con un teléfono móvil en la mano y estemos constantemente conectados. Esto ya hace que todo sea totalmente distinto al pasado. Alguien lo contará... Dejo el siglo XXI para los del siglo XXII.

 

Todo esto suena a que va a colgar la pluma...

Hombre, dejar de escribir... no lo sé... Cuando termino un libro no me planteo nada, dejo que pase una temporada de desintoxicación. Yo creo que es importante porque en la escritura hay diferentes fases y cuando uno está en la final se siente muy excitado y está a la vez en la siguiente novela... y esto es malo porque acabaría reciclando. Por eso siempre me doy un período de tranquilidad para empezar lo que sea a partir de cero.

Pero por mi edad, por mi trayectoria, me da un poco de pereza ponerme a escribir novelas. Todo lo que podría contar y escribir lo he hecho ya. Ahora me parece que solo podría recalentar el plato y no sé, no sé qué haré... No me lo he planteado.