Esgrafiados, la piel de Segovia

A.M.
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El historiador Rafael Ruiz aporta nuevas conclusiones a su investigación mundial en su libro 'Esgrafiado: historia de un revestimiento mural. De la Antigüedad al Renacimiento'

El historiador del Arte, Rafael Ruiz - Foto: Rosa Blanco

Los esgrafiados medievales y renacentistas segovianos atestiguan el panorama histórico más rico y diversificado de todo el mundo durante este amplio periodo, sostiene el historiador del arte Rafael Ruiz, que acaba de presentar el libro ‘Esgrafiado: historia de un revestimiento mural. De la Antigüedad al Renacimiento', fruto de más de 30 años de investigación, editado en colaboración con la Diputación Provincial.

El resultado ha ido mucho más allá de las expectativas que albergaba sobre esta investigación,  según el autor, «puesto que ha sacado a la luz una terrible rémora que afecta a la comprensión de una parte importante de la historia de la arquitectura»: el desconocimiento por parte de la investigación de los diferentes procedimientos que engloba este tipo de revestimiento mural. Ello le ha permitido hablar, por vez primera, de esgrafiados presentes en edificios absolutamente fundamentales en la Historia del Arte, como el alminar de la mezquita Kutubiyya de Marrakech, la obra maestra del arte almohade, donde existen restos que anuncian algunas maneras que adoptará el esgrafiado en Segovia.

Una de las grandes aportaciones de este trabajo son los orígenes del esgrafiado segoviano y su gran influjo. En 1922, el arquitecto Vicente Lampérez se percató de la importancia de éstos esgrafiados medievales y de sus diferencias con respecto a los italianos. Además, a partir de sus observaciones construyó la teoría de que Segovia había sido inventora de sus propias técnicas. La investigación ha venido a confirmar sus sospechas con respecto a la primacía de los testimonios segovianos, si bien este investigador erró al pensar que nuestro territorio fue autodidacta. Por ello, hoy día, el apelativo de 'esgrafiado segoviano', en opinión de Ruiz, «ha de entenderse como una original evolución mudéjar del esgrafiado hispanomusulmán –apenas estudiado hasta esta publicación–, con el que Segovia experimenta en muchas direcciones, tanto técnica como ornamentalmente, llegando a resultados tan sorprendentes como los que pueden verse en muros del monasterio de San Antonio el Real, el castillo de Coca o el cercano castillo madrileño de Manzanares el Real, donde la decoración musulmana se combina o deja paso a la ornamentación gótica».

Además, Segovia impuso las modas en el resto del reino de Castilla, donde, de forma más ocasional, se empleó el esgrafiado. Por ello, cuando se esgrafía un castillo en las provincias de Alicante o  Soria, se adorna con circunferencias, como el Alcázar; cuando se ornamenta un edificio religioso en Ávila o Salamanca, se utiliza una flor de cuatro pétalos que es la común en las iglesias y conventos de Segovia; cuando el esgrafiado se aplica a un palacio de Oñate (Guipúzcoa) o de Toledo, su decoración es la misma que se emplea en nuestra arquitectura civil.

La publicación referida a la «piel de las casas de Segovia»,  como lo denominó el diputado de Cultura, Jose María Bravo, aunque es una seña de identidad de la decoración exterior de numerosas fachadas,  incluso algunos interiores, que coloca a Segovia como líder en la investigación mundial del esgrafiado, le pone también como una escuela muy definida, distinta a otros lugares como Italia, Centroeuropa, Bélgica o Latinoamérica. 

Para empezar, subraya el autor, «es uno de los lugares con la trayectoria más dilatada en el tiempo que se conoce, puesto que sus primeras manifestacion pueden rastrearse hacia el siglo XIII y todavía hoy el esgrafiado se practica con una fidelidad pasmosa a las técnicas desarrolladas durante la Edad Media».  A Segovia llegó, primero, una corriente hispanomusulmana que había ido desarrollándose en diversos lugares de la Península y del Norte de África desde finales del siglo X, en el ocaso del Califato de Córdoba. Este tipo de esgrafiado arraigará y evolucionará dentro de la arquitectura mudéjar de la segunda mitad del siglo XV, hacia unos caracteres propios, que se vuelcan en muros -sobre todo externos- de castillos, palacios, iglesias y monasterios.

TÉCNICA. A ello va a sumarse, a partir del segundo tercio del siglo XVI, otra corriente técnica y ornamental que, desde Italia, se difunde por Suiza, Alemania, Chequia, Eslovaquia, Hungría o Letonia, pero que llega también a España y Portugal, aplicándose en Segovia a la decoración de patios, zaguanes y otros espacios al interior de los edificios. Ningún otro lugar atesora algo semejante. Esta investigación ha trastocado radicalmente los supuestos históricos que, desde el siglo XIX, sostenía la historiografía internacional, para quien el esgrafiado era una invención renacentista e italiana.

A la sorpresa que ha supuesto el descubrimiento de la 'escuela segoviana' para los investigadores se ha unido el hecho de que los esgrafiados segovianos se adelanten temporalmente, en algunas décadas, al momento en que el esgrafiado italiano alcanza su madurez.

Un capítulo en el que se ha puesto especial empeño es el del esgrafiado en la Antigüedad. Era necesario abordarlo, apunta Rafael Ruiz, puesto que, desde el siglo XIX, las escasas líneas que sobre ello se habían escrito en Inglaterra, Alemania o Italia, no eran más que hipótesis. Asegura que, para su propia sorpresa, ha «conseguido rastrear evidencias en las civilizaciones egipcia, griega y romana, demostrando así su existencia y amplitud geográfica. En el caso de Roma, el esgrafiado se practicaba de muy diversas maneras, apareciendo por lo general policromado y pulimentado para imitar aplacados de jaspes y mármoles brillantes, aunque también han sobrevivido ejemplos más sencillos, en los que el esgrafiado se combinó con franjas ornamentales de color rojo.  Esta bicromía tuvo continuidad en algunos ejemplares altomedievales. 

Curiosamente, también comparece el esgrafiado combinado con pintura roja en Segovia, en muros como los del Alcázar o los de la Iglesia de San Juan, en Aguilafuente, por no hablar de varias casas en las que el esgrafiado se remata con una banda ornamental pintada bajo la cornisa. Además, «los esgrafiados medievales segovianos se distinguen de los actuales por mantener esa inclinación romana por las superficies pulimentadas, incluso en los biseles, de manera que pueden considerarse herederos de una tradición artesanal de muy remotos orígenes», matiza.

Al mismo tiempo que se ha cambiado la percepción que se tenía sobre el esgrafiado segoviano, también, Ruiz ha contribuido a avances importantes en el conocimiento del esgrafiado de otros lugares. En Portugal, por ejemplo, se pensaba que los esgrafiados arrancaban del siglo XV, cuando en realidad demuestra que ya existían en el XII.  

En Centroeuropa, donde en países como Alemania se pensaba que el esgrafiado llegó allí desde Italia, hacia 1540, antes que a ninguna otra parte; ahora sabemos que una década antes, quizá a través del Camino de Santiago, ya había arribado a España y Portugal. Por entonces, ya también estaba presente en Segovia, caso del patio del Palacio del Marqués del Arco, adornando con el tiempo otros lugares como la iglesia de Santa María de Pedraza –adquirida el siglo pasado por el pintor Ignacio Zuloaga–, la sacristía de Torreiglesias, el Arco de la Canonjía o varios palacios de la capital y provincia, siendo su mejor ejemplo la galería al jardín del Torreón de Lozoya, esgrafiada en la década de 1560-1570.

La crisis económica del siglo XVII y la llegada de las modas europeas en el XVIII arrinconaron en cierta medida al esgrafiado, siendo un recurso aprovechado por el artesano popular. Al no existir diseñadores que aplicaran el esgrafiado a los gustos barrocos, los esgrafiadores copiaron de los muros existentes las decoraciones mudéjares y góticas y las aplicaron a las cabeceras de iglesias como las de Santa Eulalia o el templo del convento de la Encarnación, así como a casas de Sangarcía o de Pedraza. 

Ese componente popular garantizó la continuidad de estos saberes hasta mediados del siglo XIX, cuando el Ayuntamiento de la capital emprendió la modernización de la ciudad, obligando a los vecinos a revocar sus fachadas. En un primer momento, parece que la pintura mural tomó la delantera, pero, quizá por su mayor resistencia a los agentes atmosféricos, fue el esgrafiado el que se acabaría adueñando de nuestras fachadas hasta convertirse en un importante componente idiosincrásico de la arquitectura segoviana.