El día del Pilar y de la Fiesta Nacional de España, mal denominado 'Día de la Hispanidad', supuso que muchos agentes de la Policía de toda España tuvieran que estar muy atentos a las estatuas de Colón y algunos de sus coetáneos, en previsión de pintadas y otros formatos de vandalismo.
Resulta que, desde hace unos cuantos años, el Cristóbal Colón de toda la vida, el de la Pinta, la Niña y la Santa María, se ha ido convirtiendo en persona no grata allende los mares y aquende la piel de toro.
Mis amigos de México, Colombia y Cuba, por ejemplo, ya me habían advertido de que era necesario actualizar eso del amor a la madre patria, más que nada, porque hoy arrecia una corriente en virtud de la cual muchos habitantes de Latinoamérica no nos entienden. Si añadimos a ello una procelosa corriente autóctona de majaderos que recrean la historia sin ton ni son para terminar pomposas frases que rechazan las revoluciones industriales y que siempre terminan con el maquiavélico neoliberalismo, se entiende que hay que apagar e irse.
Evidentemente, yo no me llevé de América el oro, no dejé allí mis enfermedades, no exploté a indígenas ni utilicé la religión católica para fin espurio alguno. No me siento orgulloso de lo que pudieran haber hecho las huestes de Cortés, Pizarro, de Ojeda o Cabeza de Vaca. Si me dan a elegir, yo tiro más de la cuerda de Bartolomé de las Casas, que empezó en el lado oscuro de la fuerza pero viró en sus planteamientos para empezar a defender a las poblaciones nativas.
Por eso, cuando escucho al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador -al que todo iniciado llama AMLO- confundir términos y tamizar la historia con su revisionismo populista tengo que sacudir la cabeza, y más cuando lo secunda el mismísimo Joe Biden.
Siempre me ha sorprendido que se intente reescribir la historia, cuando somos lo que somos gracias a ella. Se trata de realzar lo bueno y de corregir lo malo. Como se hace al educar a un menor.
Y estoy pensando que, mejor, no hablar del Sáhara Occidental, que la cosa está calentita y no seré yo el que reviente las apresuradas negociaciones con Argelia para mendigar la compra de gas y no tener que utilizar el gasoducto que pasa por territorio marroquí. Al final, lo práctico siempre nos convierte en seres viles y serviles.