Oro negro

Óscar del Hoyo
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Venezuela merece una mediación que impida que el que fuera uno de los países más ricos de sudamérica no se muera de hambre

Oro negro

La niebla comienza a disiparse al mismo tiempo que los militares avanzan por senderos alternativos, semiocultos por la excelsa vegetación. Los caminos de piedra y arena no son seguros. Las veredas están llenas de minas que los insurgentes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) han colocado a su antojo. La guerra civil en El Salvador desangra a un país partido en dos que se ha erigido en uno de los campos de batalla de la guerra fría. El comando Atlácatl, entrenado por la CIA, avanza sin descanso. Su objetivo es una aldea, ubicada a un centenar de kilómetros de la capital, cercana a un enclave donde la guerrilla tiene una fuerte presencia: el Mozote.

Es 9 de diciembre de 1981 y la denominada Operación Rescate está en marcha. Los militares llegan a la pequeña localidad y ordenan a todos los habitantes encerrarse en sus casas. La población tiene miedo, está angustiada. Muchos rezan y tratan de conciliar el sueño, pero a las cuatro de la mañana el Ejército llama a las puertas, separa a hombres de mujeres y niños, y comienza los interrogatorios, donde se da rienda suelta a desmanes y torturas.

Nada tienen que ver con los comunistas, pero eso ya da lo mismo. Con las manos atadas y los ojos vendados con pañuelos verdes, los lugareños son trasladados a las afueras del pueblo. Allí son ejecutados sin ningún miramiento. Pese a las súplicas y a los gritos desgarradores de clemencia, las mujeres y los pequeños corren la misma suerte. No hay piedad. La masacre es atroz.

Los más de 600 cuerpos son apilados junto a petates y rociados con mezcal antes de prenderles fuego. Hogueras humanas que dejan imágenes apocalípticas mientras los helicópteros sobrevuelan la zona. Las calles desiertas y algún que otro juguete abandonado son testigos mudos de una de las peores barbaries cometidas por tropas gubernamentales en el continente americano.

Hoy, cuatro décadas después, otro país del hemisferio occidental, Venezuela, está al borde de vivir un enfrentamiento civil. Con una sociedad cerca del colapso por el desabastecimiento de productos básicos y medicinas, el asfixiante bloqueo, los precarios salarios y el déficit de servicios básicos, la autoproclamación del líder del Parlamento, Juan Guaidó, como presidente el pasado 23 de enero ha conducido al país con más reservas de petróleo del planeta a un callejón de difícil salida. El órdago al régimen chavista, tras el reconocimiento de EEUU y de buena parte de Europa, ha sido respondido con un incremento de una represión impropia de un país democrático y con la negativa de Nicolás Maduro a convocar elecciones y a abandonar el poder.  

Guaidó ha dado un paso valiente, pero que, sin embargo, parece tener un corto recorrido. Respaldado por una cúpula militar que es la gran beneficiada del actual modelo económico, controlando importaciones y distribución que estrangulan a la población; apoyado por países como Cuba, Rusia, China o Turquía, con fuertes intereses geopolíticos, armamentísticos y comerciales en la zona; y alentado por paramilitares y milicias sin escrúpulos que han amedrentado a la oposición, disparando en las calles a cualquiera que se mostrara contrario a la revolución, Maduro va a tratar de resistir hasta el final.  

Mientras, el líder de la Asamblea Nacional ya ha dejado claro que no quiere dialogar con un régimen que ha usurpado las libertades de un pueblo, que sufre las consecuencias de un sistema trasnochado que se enriquece sin miramientos, y que la única solución pasa por un gobierno de transición y la convocatoria de unas elecciones libres. Pero Guaidó y su autoproclamado Gobierno, que no controla los poderes del Estado, sólo puede llevar a cabo su proyecto con un levantamiento popular, con ayuda militar o con una intervención extranjera.

Las esperadas grietas en el régimen chavista no se han producido y, aunque es más que evidente que Maduro cada día cuenta con menos apoyo social, el tiempo corre a su favor y ya ha advertido que no le temblará el pulso si hay que levantar el fusil.

La comunidad internacional debe garantizar la llegada de ayuda humanitaria, evitar una guerra civil y no repetir errores del pasado. El fantasma de un despliegue militar de EEUU se hace visible con la polémica elección de Elliot Abrams como enviado especial a Venezuela. Un neoconservador, que fue partidario del uso de la fuerza en Irak y Oriente Próximo, gran conocedor de la zona y que negó en su día el episodio de la masacre brutal vivida en el Mozote.

Venezuela merece una mediación que piense en el pueblo y no responda a intereses partidistas, que sólo buscan controlar la producción de oro negro más cotizada del planeta. El que fuera uno de los países más ricos de sudamérica no puede morirse de hambre.