La UCI se quita la mascarilla

Sergio Arribas
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La UCI del Hospital General ya no tiene pacientes Covid, pero llegó a atender a 27 enfermos críticos. Seis sanitarios asignados a la unidad relatan sus experiencias de aquellos días en los que se enfrentaron a lo desconocido

Eva, Sara, Alicia, Merche, Jesús y Olalla, en una terraza de una cafetería en la calle Conde Sepúlveda. - Foto: Rosa Blanco

Hablar hoy de aquella pesadilla supone un desahogo casi terapéutico. «Tenemos los sentimientos a flor de piel», comenta Jesús Sierra, enfermero que suma 26 años en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital de Segovia. «Mi mujer es enfermera también, Casi por cualquier cosa se pone a llorar, pese a que ella, afortunadamente, no ha vivido lo que nosotros», añade Jesús a quien ya solo le apetece ver «comedias» en la televisión. Parece una broma, pero no lo es. «No quiero nada que me haga pensar», aclara.

A su lado, Mercedes María ‘Merche’, otra veterana de la UCI —suma 14 años en la unidad—sorprende a sus compañeros: «hablar me sirve de terapia. En el Hospital nos han ofrecido una psicóloga y estaba muy reacia, pero creo que voy a ir». «En plena pandemia —añade—no hemos decaído nadie, hemos estado a tope, aunque luego en casa sí te derrumbabas y creo que todos tenemos ahora los sentimientos a flor de piel».

Los compañeros de la UCI que comparten tertulia con Jesús y Merche, en la terraza de un bar, asienten con la cabeza. Son las enfermeras Alicia González, Sara Arahuetes, Eva Miguelsanz y Olalla de Santos. Como ellos, Olalla admite que el estrés y carga de trabajo les ha generado un «agotamiento mental». «¿Rebrote? Si sucede mañana no sé si me encuentro preparada para volver a pasar por esto. Si esta noche llego a la UCI y tengo diez pacientes intubados, me pondría en modo de trabajo y me diría, venga, todos juntos, a por ello».

La UCI se quita la mascarillaLa UCI se quita la mascarilla - Foto: Rosa Blanco

La UCI ha recuperado mucha de la actividad y rutinas que tenía antes de la pandemia. Son apenas  media docena de pacientes Covid, ya ninguno al cuidado de los intensivistas, lo que denota el regreso a una «cierta normalidad»; nada que ver cuando el Hospital de Segovia llegó a tener hasta 27 pacientes críticos y 420 ingresados, según desvelan los sanitarios, más de los que informaron fuentes oficiales.

De la misma manera, poco tienen que ver las indumentarias de enfermeros, auxiliares o celadores de las que portaban hace tres meses. En los peores momentos de la guerra para derrotar a la Covid, nadie entraba a atender a un paciente ingresado sin portar tres mascarillas, gafas, pantalla, doble gorro, bata, calzas, delantal y dos pares de guantes. Ahora, salvo intervenciones puntuales, se trabaja en la unidad solo con una mascarilla quirúrgica. «Uno tiene cierto resquemor, no sabes qué va a pasar, el virus sigue todavía está», confiesa Jesús.

El primer ingreso. La Covid invadió el Hospital y, por ende, la UCI de forma súbita. Merche recuerda aquellas primeras dudas entre el personal de la unidad. ¿Y si viene un positivo? ¿A quién le toca? Esas preguntas resultaron pronto ridículas ante «la avalancha» de ingresos, entre 50 y 70 al día. «No sabíamos cómo organizarnos porque un ingreso [en la UCI] de una persona tan infecciosa no era fácil». Era la primera vez que se iban a enfundar un EPI (equipo de protección individual) y «había mucho miedo en poner y quitártelo bien», recuerda Merche, que entonces compartía con sus compañeros otras dudas, como si habría que intubar a todos los enfermos, unas técnicas «invasivas y con mucho riesgo de contagio. No era fácil. Luego —aclara— ya sí, lo hicimos muy bien».

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Jesús guarda en su retina de forma nítida el primer ingreso en UCI de un paciente Covid, que se produjo al salir de una reunión de la plantilla. Ingresó «el 10 u 11 de marzo» y «cuando volví a trabajar ya estaba todo lleno». La UCI tenía 10 camas, aunque se desdoblaron dos habitaciones, para alojar hasta 13 pacientes. A finales de marzo serían 27 enfermos críticos, en espacios adaptados del Hospital, desde el gimnasio al salón de actos o la cafetería. «Era una pesadilla, mi sensación era… ¡esto no puede estar pasando en Segovia! Era, literalmente, una película de terror, aunque cuando ya te ves envuelto en el trabajo, se te olvida».

Olalla recuerda que, tras el primer ingreso, hubo uno o dos días de calma tensa. «Veía a todo el mundo medio loco en Urgencias. ¿Qué pasa? ¿Aquí [a la UCI] no vienen? Pues quizá no va a ser tan malo como dicen. Sin embargo, un día llegas a trabajar y tienes 10 pacientes gravísimos».

Alicia González sostiene que si algo ha caracterizado al trabajo de los sanitarios de la UCI ha sido el trabajo «codo con codo», el «todos a una». Recuerda la primera vez que tuvo que colocar a un paciente tendido boca abajo y con la cabeza de lado—decúbito prono— una técnica a la que no estaba acostumbrada. «Me dijo Merche y otra compañera que no me preocupase, que nos poníamos los EPIs y que íbamos todas a una. Esa unión entre todos, que fue desde el principio, ha sido vital para poder afrontar psicológicamente todo esto».

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«Ni beber agua». En la vorágine de los peores días hubo turnos, de diez horas, sin tiempo de respiro, ni para ir al baño, quizá porque también suponía quitarse y ponerse todo el equipo y era perder un tiempo precioso, amén de que ‘la escapada’, aunque fuese breve, implicaba que otro compañero cubriera el puesto. «Ni beber agua —aclara Merche—para no tener que quitarse las mascarillas cuando las tenías bien acopladas».

La intensidad del trabajo impedía el desplome emocional. Cuenta Eva Miguelsanz que mientras trabajaba se ponía una «coraza» y aguantaba casi ocho horas concentrada en la tarea, pero «llegabas a casa y me ponía a llorar y no sabía el porqué, creo que era la impotencia».

Tras aprender a ponerse y quitarse un Epi, los sanitarios de UCI tuvieron después que aprender a conservar un material que se tornó escaso. Al principio, los equipos estaban reservados para las personas que entraban en las habitaciones —celador, auxiliar y enfermera— de manera que en cada atención se usaban y luego se desechaban. «Luego no fue así. Teníamos uno y con ese Epi tenías que aprender a sobrevivir y aguantar 7 ú 8 horas», explica Jesús, que precisa que en UCI no se intercambiaron Epis, aunque sí lo tuvieron que hacer sanitarios de otras plantas. 

Cuenta el enfermero que un día que acudió a buscar a un paciente la escena que encontró en una de las plantas era «casi irreal». «Estaban [en los pasillos] palos de goteros con batas colgadas. Los compañeros se ponían la bata, entraban en las habitaciones, atendían a los pacientes, y cuando salían la rociaban con desinfectante y la volvían a colgar. Había tres o cuatro batas colgadas por planta y eran las que se utilizaban».

Sara Arahuetes sostiene que «en los cursos te enseñan cómo ponerte y quitarte un Epi, pero nadie te enseña cómo hacerlo si puede estar contaminado, que es el riego de reutilizarlo». «O reutilizas o no te pones nada —añade por su parte Jesús— porque nadie imaginaba que pudiera haber más de 400 ingresados».

«No nos decían nada. Estaban aterrorizados». Un paciente Covid que ingresaban en UCI tenía la oportunidad de no ser intubado gracias a una ventilación invasiva, a través de mecanismos de aporte de oxígeno potentes. Sin embargo, la mayoría acababan sedados e intubados. Los pocos que permanecían despiertos estaban atemorizados. «No nos decían nada. Estaban aterrorizados por estar allí. Nosotros no sabíamos qué decirles. Es una sensación… ¿qué les dices? Es duro» comenta el enfermero Jesús Sierra.

La enfermera Eva Miguelsanz recuerda «la cara de terror que ponían cuando les teníamos que intubar». «Se ponían en nuestras manos y algunos te preguntaban ¿me voy a despertar? Claro, les decíamos… pero no lo sabíamos. Era algo muy duro». Eva comenta que ellos estaban acostumbrados a intubar a pacientes inconscientes o ‘en parada’, pero  ellos «estaban totalmente conscientes y les tenías que sedar. Su cara de pánico me ha dejado impactada». 

Todos acudían con la información que ofrecían los telediarios, de centenares de muertos al día y «cuando les comentabas que bajaban a la UCI y les íbamos a sedar, ya sabían que quizá no despertarían». «Ha habido demasiada información y gestionarlo era difícil», añade su compañera Alicia González. 

El primer ingreso que atendió Merche fue un hombre de 47 años, que entró, como todos, «con mucho miedo». «Le dije ahora te vamos a dormir y cuando despiertes estarás bien. Casi no se despierta. Alguno no se ha despertado con esas mismas palabras. Luego pensé que casi era mejor no decir nada», afirma la enfermera, impactada, igualmente, por la mortandad de una enfermedad desconocida. Recuerda una señora, a la que calculó unos 55 años, que ingresó en UCI grave, aunque orientada, hablando y preguntando el porqué le iban a sedar.

«Tranquila, ya verás como te despiertas, le dije para tranquilizarla. Pues falleció al día siguiente. ¿Cómo se iba a morir? No lo entendía», dice Merche, perpleja por la tremenda agresividad de un virus capaz de llevarse por delante a personas sanas, sin patologías previas.

La rapidez del deterioro de los pacientes y que no fueran de edad avanzada o incluso jóvenes es algo que impactó a los sanitarios, como relata la enfermera Alicia González. «Siempre piensas que una persona mayor, anciana, es más vulnerable, pero ahora daba igual tener 30, 50 ó 70 años, te podías morir igual, incluso sin tener antecedentes de enfermedades previas ¿quién me decía que a mi hijo o a mi hermana pequeña le podía pasar? No por ser más joven te ibas a salvar. Era una lotería».

Partidarios de un segundo Hospital. El encuentro con los sanitarios se produjo este lunes, el mismo día que la Consejería de Sanidad anunció el inicio de las obras para ampliar la UCI del Hospital General. Tras esta reforma, Segovia tendría 16 puestos estructurales de cuidados intensivos; mientras que próximamente se ampliará la zona de Urgencias con una estructura modular en el parking aledaño. Sobre la posibilidad de una segunda infraestructura hospitalaria, nada se sabe. Jesús Sierra comenta que, a diferencia de otros recintos en otras ciudades, el de Segovia es un hospital con limitaciones urbanísticas para crecer. «Es preferible tener 150 o 200 camas más, que de una u otra manera se usarán, y 6 camás más en UCI, aunque estén cerradas… es mejor tenerlo por si acaso a no tener nada».

Todos coinciden en que el Hospital de Segovia necesita «mucho más» personal médico, de enfermería y auxiliares; de la misma forma que creen vital la dotación de una segunda infraestructura sanitaria. «¿Qué tiene que pasar para que nos hagan otro hospital?», se pregunta Alicia González, que aconseja a los políticos «que asuman el error de que, a nivel sanitario, han olvidado a Segovia».