Mi primera y última apuesta

S.A.
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«Por favor me dejas el DNI». Es la frase de bienvenida. Estímulos como la luz cálida, el colorido de las máquinas, la música relajante y las bebidas baratas, son una seducción irresistible

Los terminales permiten apuestas a un sinfín de deportes, de cualquier país. - Foto: Reyes Martínez

El primer reclamo es un cartel tijera que se ve desde la calle. «Si juegas 3 euros puedes ganar 1.404 euros». Es una apuesta combinada. El premio se consigue si aciertas los resultados exactos de tres partidos de fútbol de la Liga inglesa o Premier League. Es el único local abierto con licencia específica de ‘casa de apuestas’ en la ciudad de Segovia. Entramos y nos recibe una chica detrás de una barra, a la izquierda. «Por favor, me dejáis el DNI», nos dice, no sin antes confesarle que somos jugadores noveles y que precisaremos su ayuda para el estreno.

Aunque es obvio que no somos menores de edad, debe comprobar en un ordenador que no estamos en el registro de autoprohibidos, algo voluntario, lo que nos impediría apostar. «Queremos apostar a un partido de la Copa del Rey, el de mañana (el miércoles), entre Unionistas de Salamanca (Segunda B) y el Real Madrid». Son las cinco y media de la tarde y el local se muestra desangelado. Solo un chico, veinteañero, está frente a una de las máquinas donde se hacen las apuestas —hay cuatro—.

El ambiente es tranquilo, relajado, aunque hay más luz de la que esperábamos y el sonido de la media docena de pantallas de plasma, de varios tamaños, apenas deja percibir la música de fondo. En la más grande, un partido de la National Football League (NFL). Están al fondo, aunque también en el lateral frente a la barra, que emite una carrera de galgos en directo «desde Argentina». La chica nos acompaña a la máquina para hacer la apuesta.

Un joven comprueba el ticket tras realizar una apuesta deportiva.Un joven comprueba el ticket tras realizar una apuesta deportiva. - Foto: Reyes Martínez.

«¡Una apuesta que gane Unionistas!», le pedimos. En la pantalla tácil la empleada se mueve como pez en el agua. «25 euros al euro apostado», nos dice. ¡Venga! Nos dejamos aconsejar. Apostamos en total cinco euros, a favor del equipo salmantino, pero también en el partido Tenerife-Valladolid y a otro de la Copa de Turquía (Besiktas-Erzurum).

Pagamos en metálico, en la misma máquina y los premios, caso de acertar, nos los darán «con pasta contante y sonante». Nos dan tres resguardos en papel, una por cada apuesta. No se permite pagar con tarjetas de crédito, aunque el local dispone de datáfono que permite sacar en efectivo, a partir de 50 euros, con la condición de gastarlo —al menos parte del dinero— en las «mil apuestas» que ofrece el salón.

Hay tres máquinas tragaperras. El premio máximo que otorgan son 500 euros.  Pedimos un café. No es gratis. Cuesta 1,20 euros, igual que la cerveza. Mientras saboreamos los cafés, vemos cómo hay manuales, fotocopiados, para ver cómo se cotizan los participantes en carreras de galgos y de caballos.

«Se llena de chavales». Hoy el ambiente es un poco desangelado, nada que ver, según nos dicen, cuando emiten en el local, en la pantalla más grande, de La Liga o La Champions, a través del canal Movistar, cuando se llena de chavales que suelen tomar cervezas y realizar apuestas ‘en vivo’. Por un cliente, que parece frecuentar el local, sabemos que una vez alguien apostó 20 céntimos y se llevo 600 euros; o que el mayor premio han sido 10.000 euros, «aunque claro, también había apostado una pasta». Nos han tratado con suma amabilidad. Apostar ha sido muy fácil.

Decidimos entonces acudir a un ‘salón de juegos’. Desde fuera nada se ve. Es opaco. También hay un cartel tijera con la ‘apuesta del día’ escrita a rotulador. Abrimos la puerta y llega la primera sorpresa. Es un largo pasillo, con luz ténue. Parece insonorizado. A la izquierda, una serie de biombos. Abrimos una pequeña puerta y… ¡Flash! «Estamos en Las Vegas», le digo al compañero. Una chica de amplia sonrisa nos da la bienvenida y, como ya habíamos aprendido, nos pide el DNI. En un ‘plis-plas’ hace las comprobaciones, esta vez, a través de un móvil.

Le revelamos nuestra condición de jugadores novatos y, con suma amabilidad, nos ayuda a apostar en una pantalla situada en el mostrador. A la izquierda, media docena de máquinas de apuestas. Tres están ocupadas por otros tantos hombres, que manejan en silencio las pantallas táctiles.

Es un espacio perfectamente identificado del resto del local; pues, a la derecha, se abre un gran espacio, donde vemos dos grandes ruletas y al menos una docena de máquinas recreativas, en una postal colorista. Hay como media docena de personas, la mayoría sentadas, en cómodas sillas, frente a las máquinas. Hay un par de chicos, veinteañeros, un hombre de raza negra, otro con rasgos árabes. El resto son hombres que superan, a ojo, los 60 años de edad.

El suelo es de moqueta, la luz es relajante. La limpieza es absoluta. Nada se oye del exterior. No hay un solo reloj. El ambiente de tranquilidad atrapa. Mientras la joven nos ayuda a apostar a favor de Unionistas, observamos que ofrecen en carta, a precios económicos, desayunos, baguettes y pinchos. Se observa una pequeña cocina detrás del mostrador. Hacemos hasta cinco apuestas, a un euro cada uno, a partidos de fútbol, alguno tan exótico como la Copa de Chile. El hilo musical contribuye a la relajación.

Pedimos una cerveza. «Tenemos botellines», nos dice la empleada. Cada cerveza son 1,50 euros. Quizá envueltos de tanta tranquilidad y una vez superados los nervios del estreno, nos lanzamos a jugar a una de las ruletas, coronada con un plasma que muestra una mujer de gran belleza, una crupier virtual. Jugamos 4 euros. Al 23, al 15, luego al rojo…. Tenemos suerte y recuperamos los 4 euros. «¡Bufff¡, esto ha sido demasiado fácil!», pensamos, dejando atrás la tentación de seguir probando suerte. Entre los dos locales, apostamos 10 euros. Posdata: Perdimos los 10 euros.