El paciente inolvidable de la 426.2 «Ellos sí molan»

Sergio Arribas
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Estarán siempre unidos por la lucha contra la Covid-19. Son las historias que vinculan a sanitarios y pacientes, como la de la enfermera Elena Fernández Vega y el historiador Eduardo Juárez, el inquilino de la habitación 426.2 del Hospital General

El paciente inolvidable de la 426.2 «Ellos sí molan»

Antes de pasar por el mayor trance de su vida, no tenía un segundo de respiro. En la agenda del profesor segoviano Eduardo Juárez figuraban clases universitarias, ponencias, la escritura de libros y artículos y hasta un sinfín de colaboraciones en medios de comunicación. Juárez, doctor en Historia, docente en la Universidad Carlos III, en Getafe (Madrid), divulgaba su disciplina aprovechando su asombrosa sabiduría y su carisma arrollador, en el programa ‘Solamente una vez’, de RNE; y también en el televisivo ‘Historietas de Segovia’, producido por La 8 Segovia Cyltv, donde Juárez inventó la frase que pronto quedó grabada entre los espectadores: «Segovia Mola». 

Aquella frenética actividad quedó frenada en seco un 17 de marzo cuando ingresó por urgencias, «hecho una mierda», según recuerda, en el Hospital General de Segovia. Le diagnosticaron una neumonía bilateral provocada por el Covid-19. Pasó 21 días ingresado. El martes 7 de abril le dieron el alta hospitalaria. En su perfil de facebook publicó aquel día: «Con el alta en la mano. No sé ni qué decir. Gracias a todos por salvarme la vida».

Una semana después, Juárez, aislado en una habitación de su casa del Real Sitio de San Ildefonso, recoge la popular frase del programa televisivo para referirse a sus salvadores — «ellos sí molan», dice—, mientras no oculta el calvario vivido por culpa de la infección y que le llevó a pensar que jamás saldría del hospital y volvería a ver a su esposa Pilar y a sus dos hijos, Sofía y Eduardo.

La enfermera segoviana Elena Fernández-Vega LodeiroLa enfermera segoviana Elena Fernández-Vega Lodeiro - Foto: D.S.

«¡Cuánto hemos luchado! Eduardo primero, que lo ha pasado muy mal, y luego todos los demás... [su vida] ha estado pendiente de un hilo. Cada vez que daba un pasito para adelante, me daba fuerza para seguir ¡Venga, esto se puede!, me decía». Elena Fernández-Vega es enfermera de Medicina Interna y una de las profesionales que estuvo siempre pendiente del inquilino de la habitación 426-2. 

La mayor parte de su estancia en el Hospital, hasta dos semanas, las pasó en esa cuarta planta; antes de que le bajaran a una cama de UCI ‘improvisada’ en la zona de cafetería y le subieran después a la tercera planta, la de Cirugía, copada por enfermos de Covid-19, donde recibiría el alta hospitalaria. Por este motivo, Elena no pudo despedirse de Eduardo Juárez, al que escribió por whatsapp al conocer la feliz noticia de su marcha: «me he enterado de que te han dado el alta y ¡no sabes qué alegría me ha dado! Nos tuviste muchos días en vilo, cada paso que dabas para atrás era como una puñalada pero, no veas, cada pasito que dabas para adelante era un subidón de energía y fuerza (…) Me hubiera gustado estar cuando salieras de la habitación, camino de tu casa y darte el aplauso que estamos dando a todos los que os vais. Veros salir nos da fuerza para seguir con nuestro trabajo y muchas gracias por ser tan buen paciente».

Tras el ingreso, la primera semana fue «solo ir a peor, algo horrible, lo pasé fatal», recuerda Juárez. «Es una falta de oxígeno que ni en el Everest. Levantarte de la cama para ir a orinar me costaba más que cuando subía a Peñalara».

El historiador, profesor de la Universidad Carlos III y cronista del Real Sitio, Eduardo Juárez.El historiador, profesor de la Universidad Carlos III y cronista del Real Sitio, Eduardo Juárez. - Foto: D.S.

A las dos semanas le trasladaron a la «UCI de guerra» de la zona de cafetería, donde permaneció «en una cama vieja, de las de la mili, de láminas», recuerda. Estaba asistido por un respirador «que me habían fabricado los neumólogos», una mascarilla «con tubos de movimiento de oxígeno, con una chimenea y una bolsa verde a un lado». 

En tres días experimentó mejoría en aquella UCI «improvisada» en la que médicos y enfermeras trabajaban en condiciones precarias. Tres días más en planta confirmaron la mejoría. Los médicos fueron ‘desescalando’ el aporte de oxígeno. En la UCI estaba con 15 litros de oxígeno y ya arriba, en planta, eran solo dos. El día 7 le retiraron el oxígeno y después de comer le dieron el alta hospitalaria. 

Días insoportables. «El trabajo de médicos y enfermeras —relata Juárez— es impresionante, buscan con todas sus fuerzas cómo sacarte adelante, con un cariño espectacular. Estuve seis días viviendo boca abajo, algo horrible, porque en esa posición se expanden los pulmones y saturas mejor, y siempre venían a consolarte, a darte ánimos».
 Recuerda aquellos momentos como «insoportables». «Es como la novela de Stephen King, que dio pie a la película Cadena Perpetua, todo se reduce a empeñarse en querer sobrevivir. He estado 15 días sin apenas dormir, he perdido diez kilos...».

Fernández-Vega, en el Hospital General de Segovia.Fernández-Vega, en el Hospital General de Segovia. - Foto: D.S.

Juárez confiesa que ha soportado momentos «horribles». «Te das cuenta de que cada día te ponen más oxígeno, máscaras más grandes, no puedes dormir ni respirar, los primeros diez días piensas que no vas a salir, que te vas al agujero. Lo único que te saca es la determinación ¡Tengo que respirar por cojones!», recuerda el profesor, cronista del Real Sitio.

Rememora las muestras de cariño tras su salida del Hospital y al profesor se le saltan las lágrimas, según confiesa. «Piensas en toda esa gente que se ha preocupado por ti… y.. en fin… vuelves a la vida. El trance es brutal», explica Juárez, que se ha propuesto disfrutar ahora «más de las pequeñas cosas». «Lo primero que voy a hacer cuando me recupere, porque aún estoy hecho una piltrafa, será —anuncia—ir a La Fundición y comerme unos torreznos. Esto define cómo te cambia la vida, aprender a relativizar y disfrutar de las pequeñas cosas». Juárez está en su habitación, aislado. Pilar, su mujer, entra ataviada «como si fuera un astronauta» para darle la comida, usando todo el rato un spray con una solución desinfectante. «Me quedarán aún quince días para recuperarme», añade.

Elena Fernández-Vega, una de las enfermeras que atendió a Juárez, que trabaja en el Hospital General desde hace doce años, admite que «se empatiza mucho con el enfermo» de Covid-19 porque «al final somos las únicas personas que tienen cerca, a los que pueden dar la mano cuando están peor o en su último adiós». Para ella esta crisis ha sido la más dura de su trayectoria profesional, a nivel físico y psicológico, porque «llegaban pacientes muy malitos y muchos fallecían solos. Te pones en la piel de la familia, que los deja en Urgenicas y no les vuelve a ver… es bastante duro. Ves a tus compañeros, profesionales como la copa de un pino, que nunca se vienen abajo y ahora verles llorar….». 

Parte de la familia. Elena explica que, al igual que el profesor Juárez, muchos pacientes han pasado largas temporadas hospitalizados, de manera que «casi llegaban a formar parte de tu familia»; enfermos que son, añade, «muy agradecidos», pues «ya te daban solo las gracias por simplemente entrar a su habitación a verles. No te ven la cara por la mascarilla, solo los ojos. Nosotros tenemos que mostrar fortaleza, aunque por dentro te coma la angustia». 

Orgullosa del trabajo de sus compañeros, al que ninguno oyó quejarse, la lección que saca Elena de esta crisis es clara: «tenemos una sanidad pública que no podemos dejar que se pierda, hay que luchar por ella, y no se nos puede olvidar cuando todo esto pase».

Cada día, a las ocho, Elena aplaude y escucha los aplausos en reconocimiento a los que, como ella, están peleando contra la pandemia. «Los primeros días, era un no parar de llorar. Te ibas a trabajar de otra manera, porque veías que tu trabajo era valorado».

La recuperación del profesor Juárez ha sido una inyección de energía para Elena, que espera, algún día, poder encontrarse con él, para verse las caras, sin mascarilla, y fundirse en un abrazo, el mejor símbolo de la derrota de ese maldito virus que les permitió conocerse.