Érase una vez en Segovia...

D. A.
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Después de pasear al Ratón Pérez por la Ciudad Vieja y readaptar la leyenda del Acueducto para los niños, Albarrán amplía la bibliografía de su Segovia de cuento con 'Los tres cochinillos'

María Albarrán, con 'Los tres cochinillos' y otras publicaciones que ha sacado con Ediciones Derviche. - Foto: Rosa Blanco

Paseó al Ratoncito Pérez por la Ciudad Vieja en 2017; adaptó la leyenda del Acueducto para los niños y no tan niños, segovianos y turistas, en 2018; y ahora, desde septiembre, tiene a ‘Los tres cerditos’ en los escaparates de las librerías de Segovia con una versión muy particular en la que pasan a ser ‘Los tres cochinillos’. La ilustradora María Albarrán (Segovia, 1980) se apoya en un relato de la docente Charo Marcos para agrandar su bibliografía de la Segovia de cuento, o de cuentos clásicos a la segoviana, que todavía promete nuevas publicaciones. De hecho, la ilustradora ya piensa en dos obras más para el próximo año, de nuevo con Ediciones Derviche: un cuaderno creativo para que los niños «coloreen, guarreen y garabateen» con personajes populares de Segovia, y la segunda parte de ‘Ratón Pérez, una aventura en Segovia’, que esta vez cuenta con irse de excursión por la provincia para visitar los jardines de La Granja y el castillo de Turégano, entre otros espacios. «Ideas no faltan, lo que falta es tiempo para llevarlas a cabo», destaca Albarrán, pero esos dos nuevos proyectos ya los tiene en el horizonte; y hoy, en cualquier caso, le toca disfrutar del reciente lanzamiento de ‘Los tres cochinillos’.

De la emblemática terna porcina se han hecho incontables versiones desde que salieran las primeras ediciones en el siglo XIX, e incluso se cree que la fábula original puede ser más antigua, aunque no habrá muchas que rompan de la manera en que lo hace la obra de Marcos y Albarrán. A estos personajes se les ha llamado de muchas maneras, dependiendo sobre todo del país: ‘Los tres chanchitos’, ‘Los tres puercos’, ‘Los tres cochinitos’… Y en esta tierra, con un particular ‘remake’ a la segoviana, sólo podían llamarse ‘Los tres cochinillos’.

El lobo feroz ya no es él, sino ella, y no una cualquiera, sino la histórica Luperca, el otro nombre de la Loba Capitolina, que además viene acompañada por sus ‘niños-cachorro’, Rómulo y Remo, y tira de ingenio más que de pulmones. Es el personaje favorito de Albarrán en este cuento en el que los aventureros cerditos ya no se conforman con seguir construyendo casas y más casas en bosques sin personalidad. Deciden mudarse a Segovia, donde levantan una fortaleza y se lanzan a hacer acueductos. Quien no adivine al menos dos de los tres materiales que utilizarán para erigir el icono de la ciudad es que no ha tenido infancia, pero hay sorpresas que conviene no desvelar en estas líneas para evitar spoilers, que se dice ahora; o como se decía antes, para no destripar ‘Los tres cochinillos’, que también resulta más apropiada tal expresión tratándose de tan apetitosos protagonistas.

Cinco títulos publicados. «‘Ratón Pérez, una aventura en Segovia’ salió en 2017 y ya va por la cuarta edición», celebra Albarrán. «De ‘La leyenda del Acueducto’ vamos a sacar ahora la segunda, y la verdad es que ‘Los tres cochinillos’ han empezado bien, se está vendiendo cada vez más y supongo que según se acerquen las navidades, más». Albarrán ya ilustró antes dos obras de Ediciones Derviche que promocionan su tierra, pero con un formato diferente y sin personajes o relatos tan populares: ‘Jerónimo Mimo, el libro viajero’, de Pilar del Campo y publicado en 2016; y ‘Tesoros de Segovia’, de Ignacio Sanz (2014).

«Cada edición suele quedarse en torno al medio millar de ejemplares, pero tratándose de género infantil y de un sitio tan chiquito como Segovia, yo creo que podemos hablar de éxito con estas publicaciones», aprecia. Se venden en librerías locales, pero también a través de internet.
De todos sus cuentos, «el del Ratón Pérez es el que mejor acogida ha tenido hasta ahora». «Sigue funcionando como si fuera nuevo, igual por el hecho de ser un personaje sin fecha de caducidad, ya que todo el mundo tiene niños con dientes que se caen en cualquier estación del año», bromea. Albarrán suele subrayar que no es escritora, «sólo ilustradora», pero con una «necesidad de contar historias» que le llevó a hacer también el relato de este mediático roedor que, en su recorrido por Segovia, pasa por la Casa de los Picos, la cárcel vieja (actual biblioteca municipal Casa de la Lectura), la Catedral, el mirador de la Canaleja, la estatua de Juan Bravo en la plaza de San Martín… Albarrán genera así curiosidad entre sus pequeños lectores por conocer los espacios singulares que recrea con sus inconfundibles trazos, al tiempo que invita a los mayores a hacer el recorrido opuesto y entrar al juego de descubrir las visiones infantiles de esos espacios singulares.

Las sensaciones son parecidas con su readaptación de ‘La leyenda del Acueducto’, ¿cómo se pudo tardar tanto en hacer una publicación para niños de un relato tan popular en Segovia? «Historias infantiles del Acueducto no recuerdo que hubiera, por eso me animé a hacer esta, y luego se da la curiosidad de que parece que esté gustando casi más a los turistas». Coincide además que el cuento tiene los textos en español e inglés, de forma que el propio libro, siguiendo los pasos del icono de la ciudad, ya ha dejado de ser patrimonio exclusivo de los segovianos. 

«Lo bueno es que la leyenda está muy bien documentada», valora Albarrán, aunque lógicamente se tomó sus licencias creativas en distintos aspectos. «Gusta mucho» el traje tradicional con el que decidió presentar a la criada aguadora, y también dedicó su tiempo a «consultar láminas antiguas del Azoguejo, casas castellanas… Es un cuento con muchos guiños que sobre todo identifican los segovianos», prosigue. «Los turistas igual no, pero aun así parece que con esto también esté pasando lo de que te valoren más los de fuera que los de casa».

'La leyenda del Acueducto’, por cierto, llegó a las librerías a finales de 2018, en plena polémica por la escultura del diablillo realizada por José Antonio Abella, que se instaló en la calle San Juan en enero. «El follón ya salió cuando estaba haciendo el cuento», sólo la casualidad hizo coincidir ambas iniciativas y Albarrán cree que su obra no salió precisamente beneficiada. «Igual más que ayudar ocurrió al contrario, recuerdo una señora que me decía que no quería saber nada de mi cuento por esto, lo rechazaba por considerar que era algo negativo», lamenta. Aunque después, con el tiempo, según se rebajó la polémica, creció el interés por el cuento. «Fue la tontería de los primeros días, nada más», matiza. En su relato, además, el diablo se ve pero no se lee, ya que es presentado como un personaje misterioso, sin llegar a citarlo como tal.

Nuevas publicaciones. En cuanto a las dos obras que espera sacar con Ediciones Derviche el próximo año, cuenta con que la primera esté en la calle «antes del verano». «Quiero hacer un cuento divertido con ejercicios y cosas de creatividad, no el típico de colorear y ya está, sino que los niños hagan más, que guarreen, que garabateen...», y por supuesto lleno de guiños a Segovia, ya que saldrá desde una cigüeña en la torre de San Martín hasta las figuras de Titirimundi del carrusel. Todavía no ha empezado a hacerlo, pero a la vista está que las ideas ya las tiene y prevé ponerse pronto a hacer el storyboard; es decir, una secuencia de imágenes o ilustraciones para ir visualizando la obra. «Como no soy escritora, pero tengo la necesidad de contar historias, yo suelo hacer al revés de lo habitual: primero las imágenes y después el texto», explica.

Y más hacia finales del próximo año, si todo va tal y como espera, sacará la segunda parte de ‘Ratón Pérez, una aventura en Segovia’. «Tengo ganas de hacer de cuento otras zonas de la provincia que ya son por sí solas de cuento, como los jardines de La Granja o el castillo de Turégano». Una tierra de cuento en casi todos los sentidos, ya que esta ilustradora no puede vivir precisamente «del cuento». «Por desgracia hoy en día no puedes, estas obras se venden sobre todo a nivel local, pero tampoco darían para vivir aunque se comercializaran a nivel nacional».