Teodora de Bizancio: del burdel al trono

Charo Barrios
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Jesús Maeso publica la historia de una mujer extraordinaria que supo ofrecerse como alternativa

El profesor andaluz se considera «un amante de nuestro pasado». - Foto: JESUS DELGADO

Asegura Jesús Maeso de la Torre que fue tras leer a Elena Poniatowska («Las mujeres son las grandes olvidadas de la historia y la mejor forma de rescatarlas de la fugacidad y del olvido es escribir sobre ellas») cuando decidió escribir sobre esta mujer de vida extraordinaria, de nombre mítico y, sin embargo, desconocida. Teodora. La hija del domador de osos. La prostituta. La actriz erótica. La cortesana de lujo. La emperatriz. Teodora de Bizancio. Teodora. La crisálida de Bizancio (HarperCollins Ibérica) la describe.

Y de esa metamorfosis nace el subtítulo de la obra, que se explica en una experiencia que retrotrae al novelista a su niñez, cuando criaba gusanos de seda y pudo ver cómo un capullo vulgar se transformaba en larva, imago, crisálida y bellísima mariposa. «Algo así como le ocurrió a Teodora, de prostituta al trono imperial».

El destino de Teodora cambió tras pasar un purgatorio en el norte de África, después de reformarse y trabajar como hilandera en Bizancio. «Justiniano la vio al pasar con su séquito y se enamoró de ella perdidamente…». A su juicio, era un pusilánime muy inclinado a la teología (vestía de clérigo), aunque no por ello incapaz; y desde luego, tenía ojos en la cara: no podía no ver a esa muchacha cuya «belleza rayaba lo extraordinario». ¿Una afirmación temeraria? No, una afirmación que el profesor hace apoyándose en el testimonio de los biógrafos contemporáneos de Teodora, que la describen como una mujer no muy alta, aunque sí muy hermosa, de figura escultural, ojos grandes y oscuros, tez pálida, casi marmórea, y largo cabello negro.

Todo lo cual explica el flechazo, pero no el ascenso inopinado de Teodora, a la que se le atribuyen (y estas sí son razones para su éxito político y social, son cualidades todas ellas que Justiniano supo apreciar en su justa medida) una inteligencia muy notable, ideas innovadoras y sobre todo una pasión por el poder, por ejercerlo y cambiar el curso de las cosas, nada desdeñable. Y algo más: «supo ofrecerse como alternativa al poder omnímodo de los hombres», fue «una feminista de su época, profunda y prudente, que dictó leyes favorables a las mujeres del imperio». Pero no solo a ellas: «El Imperio Romano de Oriente duró casi mil años más gracias a sus reformas sobre las leyes, la política exterior y su solidaridad con el pueblo», afirma Maeso de la Torre. No es poca cosa, dejar tu huella durante un milenio.

Por supuesto, lo que el andaluz ofrece no es un tratado de Historia, aunque él es profesor, sino una novela en la que la imaginación desempeña un papel fundamental, puesto que los datos escasean. En ese brete, tira de los hilos propios del oficio, y aúna una arquitectura histórica intensa y verídica con el elemento ficcionador. «La Historia no nos habla de los sentimientos de los personajes, y donde no llega el documento y la arqueología, llega la novela», asegura. Eso sí, con un cuidado extraordinario: hacer literatura en perfecta unión con la Historia exige ser vigilante para no hacer presentismo literario y poner en boca de personajes históricos del pasado frases que solo tienen sentido en el presente.

Y así, teje el retrato posible de una mujer a la que emparenta con otras grandes mujeres como Livia, esposa de Augusto, Isabel la Católica o Catalina la Grande.

De este modo, prosigue la tarea que se ha fijado, que tiene mucho que ver con su labor docente («Mis alumnos me aseguran que mis novelas son como mis clases de Historia»), pero que le lleva mucho más allá. En sus novelas ha recreado personajes nacionales y universales de todas las épocas, desde Tartessos a las Cortes de Cádiz. «Como amante de nuestro pasado salto de edad en edad para que mis conciudadanos conozcan nuestra impresionante historia». Ni Leyenda Negra, ni Rosa. La verdad.