El abrigo de los voluntarios

Sergio Arribas
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Isidro, Margarita, Esther y María Antonia integran el equipo de medio centenar de voluntarios de Cáritas que trabajan para familias necesitadas en la tienda solidaria y economato social de la ONG

Esther, Margarita e Isidro, en la tienda solidaria de Cáritas. - Foto: Rosa Blanco

Virginia Andrés repite la operación «dos o tres veces» al año. Quince días antes avisa por teléfono de su llegada. En esta ocasión, son dos coches colmados en su interior de bolsas con ropa, calzado y juguetes. Parte del material procede los excedentes de Mensajeros de la Paz, la ONG que encabeza el Padre Ángel y con la que Virginia colabora en Madrid, ciudad en la que reside. No obstante, la mayoría de enseres han sido recopilados por esta educadora social segoviana con la ayuda de su grupo de amigos de Nava de la Asunción. Los coches están a las puertas de la tienda solidaria y economato social de Cáritas ‘Virgen de la Fuencisla’, en la calle de José Zorrilla. Virginia ha venido acompañada por su marido y una amiga. Un voluntario de Cáritas, con un carro metálico, les ayuda en la tarea de introducir el material a este local de la ONG de la iglesia católica.

«Antes todo lo que conseguíamos, especialmente ropa de abrigo y calzado, lo llevaba un amigo en coche, directamente, a Marruecos. Aquella opción se truncó y ahora lo traemos aquí porque Cáritas y sus voluntarios funcionan muy bien», explica.

Aunque acude con frecuencia, es la primera vez que Virginia ha subido a la planta superior, a la ‘trastienda’, donde llega todo el material donado a Cáritas para que lo distribuya a las familias desfavorecidas. Está dividido por habitaciones. Además de todo tipo de prendas, hay calzado, sábanas y toallas, vajillas y juguetes. Solo en ropa usada llegan unos 60.000 kilos al año, entregados como donación a este centro. 

Una voluntaria de Cáritas recibe una donación para la tienda de la ONG.Una voluntaria de Cáritas recibe una donación para la tienda de la ONG. - Foto: Rosa Blanco

Además de recibir y atender a donantes y benefactores, son los voluntarios de Cáritas quienes, se encargan, en esa ‘trastienda’, de realizar el primer filtro, de seleccionar la ropa, calzado y enseres que tendrán un segundo uso en familias necesitadas; y, en caso contrario, de desechar el material y enviarlo a Barcelona para su reciclaje. «Aquí la labor de los voluntarios es fundamental»,  explica Virginia, momentos antes de regresar al coche, ya vaciado de su ‘carga solidaria’.

Alrededor de 50 voluntarios trabajan en la tienda solidaria y economato social de Cáritas. Suelen permanecer unas dos horas al día y hasta diez a la semana; trabajando en distintas tareas, sea en la clasificación de la ropa, reposición de la tienda, en la atención directa a las familias que acuden o llaman por teléfono o para ayudar en las tareas de mantenimiento del centro, explica Laura Gozalo, trabajadora social de Cáritas. La tienda se abastece de las donaciones ‘en mano’ y del material recogido en contenedores colocados en diversas parroquias.

Para ser ‘cliente’ de la tienda solidaria de Cáritas es preciso superar un proceso de valoración que realiza esta trabajadora social. Analiza la situación económica de cada demandante y otorga el correspondiente carné, que puede hacer uso un titular y los niños que conforman la unidad familiar. Cada familia solo puede hacer uso del carné de la tienda —que abre de lunes a miércoles por la mañana y el jueves todo el día— una vez al mes, mientras que «cada cierto tiempo» el usuario debe renovar esta acreditación, «porque las circunstancias pueden cambiar», explica Gozalo.

Un voluntario ayuda a introducir en la sede con un carrito varias bolsas repletas de ropa. Un voluntario ayuda a introducir en la sede con un carrito varias bolsas repletas de ropa. - Foto: Rosa Blanco

Para comprar en el economato social, que opera desde al año 2012, donde se encuentran todo tipo de productos de alimentación —también existe una sección de congelados— es preciso contar con otro carnet, que se entrega tras un proceso de valoración más exhaustivo. Las familias compran los productos al 25% de su valor de mercado, puesto que el resto lo aporta Cáritas. La mayoría de los alimentos de este ‘super’ los compra Cáritas, aunque también se nutre de donaciones, como durante las campañas de Navidad con la ‘operación kilo’.

Perfil del voluntario. La mayoría de los voluntarios que trabajan en el centro están identificados con una bata, de finas rayas azules, con el anagrama de Cáritas en la solapa. El perfil más común del voluntario de Cáritas es el de una mujer mayor de 65 años, aunque también hay hombres, mayores y de mediana edad, o jóvenes que quieren realizar prácticas de FP o de otros estudios en la ONG de la Iglesia católica. «Sin ellos no podría funcionar ni la tienda ni el economato», sentencia la cooordinadora del centro.

María Antonia Davía, profesora jubilada, pronto cumplirá 20 años como voluntaria de Cáritas. Recuerda cómo antes la tienda se ceñía a una habitación donde un grupo de mujeres planchaba, cosía, ponía botones, confeccionaba jerseys y vestidos para niños y adaptaba cualquier ropa que se donara para un segundo uso. El volumen de donaciones era muy inferior al actual. «Había un plantel maravilloso de personas, muy mayores, que tenían una dedicación total», recuerda María Antonia, que resume la motivación que le empujó al voluntariado. «He tenido un buen trabajo y tengo una buena pensión. Ofendería a Dios si dijera lo contrario. Como siempre he tenido más de lo que pensaba tener y soy cristiana, me metí a Cáritas para devolver tanto como yo había recibido», dice. 

«Me aporta sentirme útil para los demás», añade María Antonia, que confiesa que, en su dilatada trayectoria solidaria, ha llegado a crear vínculos con las familias necesitadas. «Hay muchas personas que no han logrado salir de situaciones difíciles. Vienen, me conocen, me llaman por mi nombre y yo les pregunto ¿cómo están tus hijos?, porque, claro, a algunos les he dado ropa para la canastilla y ahora ¡ya tienen 18 años!». Comenta también que le asombra y satisface que, por ejemplo, mujeres árabes, a quienes no recuerda, le saluden por la calle, «creo —dice— que es porque les he tratado con la sencillez que querían que yo les tratara. Aquí no recibo más que cosas buenas».

Margarita Llorente, de 67 años, es voluntaria en la tienda desde finales de 2017, «cuando me despidieron del trabajo», dice. Animada por una amiga, Margarita, soltera y, como dice, «con mucho tiempo libre», decidió acudir a Cáritas «a echar una mano». Primero solo el miércoles por la mañana. Después también los jueves por la tarde. «Esto sí que engancha y aunque, a veces, sales muy cansada, te miras, ves como has vivido y luego ves a esta gente…», explica Margarita, quien precisa cómo los voluntarios también «escuchan» a las personas que acuden en busca de ayuda y sus historias, en ocasiones duras y dramáticas; como el de una mujer, víctima de violencia machista, que presentaba las huellas de una agresión en su rostro y cuyo testimonio le dejó «impresionada».

Una ‘coraza’. «Uno al final se hace una coraza y su único ánimo es el de ayudar en todo lo que pueda», explica, por su parte, Isidro Pérez, de 59 años, voluntario de Cáritas desde hace casi cuatro años. Al caer en el desempleo, Isidro, arquitecto técnico, decidió dedicar su tiempo libre a ayudar en una oenegé, primero en el Banco de Alimentos y después en Cáritas. Está soltero y sin cargas familiares, lo que le otorga una disponibilidad para colaborar en una tarea que no piensa abandonar. «Mientras haya necesidad, tenemos que colaborar. Y mientras siga desempleado, seguiré aquí, donde existe un clima de trabajo muy bueno. Somos todos buena gente», dice Isidro, mientras esboza una pequeña sonrisa.

La ‘novata’, como ella se define, en el cuerpo de voluntarios es Esther Arcones. Colaboraba como voluntaria en tareas de acogida en la parroquia de San José, donde pudo comprobar, en primera persona, las necesidades de muchas familias. Al final acudió al centro de Cáritas en José Zorrilla, hace dos años, donde comenzó «en la parte de arriba», en la recepción y clasificación del material, en una labor «mucho más ingrata, por su dificultad. Y es primordial, porque si arriba no funciona, abajo no hacemos nada», comenta Esther, que ahora se encarga de llevar ‘la caja’ de la tienda.

«Ayudar a la gente te hace sentir útil.  Tenemos un gran equipo», recalca Esther, mientras lanza una sonrisa de complicidad a Isidro, Margarita y María Antonia, sabedores, todos, de que la jornada apenas ha comenzado y queda mucha gente a la que ‘abrigar’ con su trabajo y solidaridad.