"No me jubilaré. Siempre estaré al final de un pincel"

Sergio Arribas
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Igual realiza un mural para un restaurante que un cartel o trampantojo para un bar o una tienda de alimentación. La obra del madrileño José Luis López Saura está diseminada por toda la ciudad, donde desembarcó hace 17 años.

"No me jubilaré. Siempre estaré al final de un pincel"

¿Imaginó alguna vez que buena parte de su vida se la pasaría en La Cárcel?

No lo había pensado, pero sí (se ríe). En La Cárcel-Centro de Creación es donde tengo mi estudio y donde echo muchas horas. Aquí estoy, entre rejas.

Uno no es donde nace, sino donde pace. ¡Madrileño, gato, pero ya casi tan segoviano como el Acueducto¡

Llevo aquí 17 años dando la paliza, pero también me siento muy madrileño. Me tira mucho mi barrio, mi parque del Retiro, mi Paseo del Prado… Aquí me han acogido muy bien, pero sí, soy gato, porque mis padres son también de Madrid.

Basta dar un paseo por Segovia para ver alguna obra de López-Saura. ¡Qué mejor pinacoteca!

Es como un museo vivo y al aire libre, porque entras en hoteles, restaurantes... y aparece una obra mía. Es muy divertido.

Y hablando de museos, en las cercanías del Museo del Prado, está su barrio, el de Las Letras, en los alrededores de la calle Huertas, donde también dejó su huella como artista.

Si pasea por la zona y se mete en ‘la Taberna de la Dolores’ o en ‘La Maripepa’ o en la librería ‘Desnivel’ encontrará obra mía. Cuando llegué de pequeñajo al Museo del Prado fue un descubrimiento maravilloso. Mi hermano mellizo y yo íbamos de la mano de mi padre. Atravesábamos el museo para luego salir por una puerta que daba al Retiro, donde íbamos a jugar. Me marcó mucho. Mi padre pintaba también. Algo vibraba por ahí.

¿Cómo aterrizó en estas tierras? Por lo que sé, lo que iba a ser una estancia temporal, de apenas un año, para preparar una exposición, se transformó en residencia permanente.

Así es. Iba a preparar una exposición sobre mujeres en el teatro. Quería exponer en el Teatro Real de Madrid y al final acabé en el Teatro Juan Bravo de Segovia. 

¿Quien es Santiago Ortiz, de Restaurante Casares?

Aparte de un gran amigo, fue mi primer cliente. Me compró mi primer cuadro y luego contacté con él para decorar el Restaurante Casares de la Plaza. Su bar está inundado de obra de Saura.

Regresemos a Madrid. Desde muy joven comenzó a trabajar en un estudio de delineantes y, más tarde, en una agencia de publicidad. 

Empecé a trabajar en una obra, en temas de electricidad. Pintaba por todas las paredes dibujitos, muñecos, un caballo… Al final la propia agencia de delineación de la empresa me ‘fichó’. Estuve como delineante unos años. Incluso estudié la profesión en una academia, en la Puerta del Sol. Pero lo mío era más artístico y cuando empecé a trabajar en publicidad, en los carteles de cine, ya encontré mi camino. 

Sorprende que sea autodidacta.

Sí. Empecé a trabajar a los 14 años. Lo de trabajar y estudiar era complicado. Me quise introducir en artes y oficios, pero tampoco lo conseguí. Y al final iba al Círculo de Bellas Artes a dibujar modelos al natural. Eso y las visitas al Museo del Prado han sido mi escuela. En las agencias de publicidad se aprende también mucho, porque trabajas a todo trapo, ves a otros ilustradores que están por allí y aprendes de ellos.

Comprometido con la pintura realista. ¿Por qué? 

No sé. Es quizá la que me ha llegado más. No lo eliges. Te surge.

Eso de la pintura abstracta…

Pues eso, abstracta (se ríe). A veces en mis obras meto fondos abstractos a lo Jackson Pollock, pero luego meto un elemento realista para romper. No lo puedo evitar.

Es un artista integrado en la vida cotidiana de la ciudad. Igual realiza un mural para un restaurante que un cartel o trampantojo para un bar o una tienda de alimentación. ¿La versatilidad es virtud o es una manera de sobrevivir en este mundo complicado del arte?

Es una manera de sobrevenir. En la publicidad tocas muchos temas y técnicas, desde hacer un rótulo ‘a letraset’, que ya suena a dinosaurio, a rotular sobre una tabla o pintar un retrato. Te da cierta versatilidad y oficio. Y los carteles de cine también. Al final es una amalgama de cosas, igual pinto un cartel de zarzuela, que hago un rótulo o pinto un mural. No me aburro.

¿Algún encargo que haya rechazado?

Sí, pero por falta de tiempo.

Y el más raro que ha recibido…

No le se decir, aunque cosas raras si he hecho. He pintado trampantojos, puertas... eso de las rarezas forma parte de este oficio también.

Un retrato que le resulte imposible.

Hay personajes que no me gustaría pintar, como Hitler o cosas así. No me apetece. No me gustan los personajes siniestros.

¿Cómo lo hace para pintar algo que no le motiva?

Pues echándole oficio. Hay cosas que no te motivan, pero hay que sobrevivir, como en todos los trabajos, imagino.

Muchos de sus cuadros recuerdan el mundo del cine y de la publicidad. ¿Con qué personaje del celuloide se identifica?

Mi actor favorito es Kirk Douglas. El cine en blanco y negro me entusiasma, pero también Marilyn Monroe. Toda esa época del Hollywood dorado me entusiasma.

Ha comentado que le gusta «meterse en muchos charcos».

Sí. Y a veces pienso: «¿para qué me habré metido en esto?». Me meto en muchos líos.

Da la impresión, incluso por su tono en el hablar, que es hombre tranquilo. Pero, ¿qué le sobresalta?

Tranquilo, en apariencia. Me sobresalta la tensión, de acabar a tiempo los trabajos y cobrarlos, que también es difícil. Tener que estar con la espada de Damocles, eso de llegar a fin de mes, pues estas cosas...

«Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando», dijo Picasso. Y usted no para de trabajar… ¿Cómo y dónde imagina su jubilación?

No me voy a jubilar, siempre estaré al final de un pincel o de un lápiz.

Su trabajo no está exento de riesgos. En una ocasión estuvo todo un verano pintando un mural de 40 metros cuadrados que hoy decora el techo de una discoteca, el Cannavan’s Theatre. 

Cada día me encaramaba a un andamio para pintar. Me dejé media vértebra en el cuello. Y en ese tiempo me leí la biografía de Miguel Angel, que relata cómo pintó la Capilla Sixtina, para hacerme un poco a la idea. Es durísimo pintar un techo.

Uno de sus murales más sobresalientes se encuentra en el vestíbulo del Hotel Real Sirenas. ¡Con 119 personajes!, de artistas que se alojaron y de otros ‘figurantes’, incluído usted mismo. Confiese, ¿qué personaje se le olvidó incluir?

Muchos. Habría metido a media Segovia. Algunos de los que iban a verme los coloqué y están ahí. Hay un vendedor de la ONCE, un pescadero… Habría pintado a mucha más gente. A usted, por ejemplo.

Llegan las elecciones. ¿Qué político le inspira para pintar y en qué escenario le colocaría?

No me gusta ninguno. No me inspiran los políticos para pintarlos. Solo los pintaría por encargo. Uno es profesional.

¿Rebelde con causa o sin ella?

Hay cosas que me enervan un poco y a veces las trato de reflejar en mi pintura. Por ejemplo, aquel niño, Julen, que se cayó a un pozo en Málaga. Hice varios bocetos porque necesitaba plasmar de alguna manera esa injusticia no buscada, esa mala suerte. Todas esas cosas me preocupan, la gente que no puede llegar a vivir como quiere... Las injusticias me revuelven.

Freddie Mercury siempre dijo que su música era un «producto desechable», como una camiseta que usas mucho y luego la abandonas en un cajón. Usted tiene un gran ‘fondo de armario’. ¿Por qué obra le gustaría que le recordasen?

Por la próxima que haga. La tengo que pintar todavía.

Con ojos de madrileño, por favor. ¿Qué es lo que más aprecia y, también, lo que le resulta extraño del carácter segoviano?

Al llegar a esta ciudad me costó romper la cáscara castellana. Una vez que la rompes encuentras gente estupenda. Era como un extranjero que venía como a quitar el pan a alguien. Luego la gente te va conociendo y descubres a una gente maravillosa.

Su último trabajo es el mural que prepara para el Centro Segoviano en Madrid, de diez metros, donde se muestran un sinfín de personajes de la historia de Segovia. ¿Le ha ayudado a conocer más de su tierra de adopción?

Sí, sí. Son medio centenar de personajes y un año de trabajo. Me he tenido que documentar bien y pedir ayuda a mucha gente. Me han ayudado a decirme aquello de «no puede faltar este personaje o esta fecha».

Su obra soñada…

Me gustaría pintar un mural en Nueva York, en algún centro importante.

No le imagino sin el pincel. Pero, hábleme de su afición confesable.

A nivel deportivo me ha encantado el alpinismo. Con mi hermano, que eramos compañero de cordada, hemos escalado en Los Alpes, Los Picos de Europa, Los Pirineos… También hago tiro con arco, aunque últimamente no lo toco. No tengo tiempo.

Realismo. Su pintura no miente. Aunque no sé si a Isabel La Católica la ha pintado más guapa de lo que era. ¿Partidario de las mentiras piadosas?

Sí y se hacen contínuamente. Si miras el fondo de armario del Prado muchos están idealizados. Aunque no todos. El rostro del Papa Inocencio que pintó Velázquez tiene un realismo brutal. Le miras y piensas ¡Ostras Pedrín!